“Por qué, señor, te matas? ¿Por qué, señor, te congojas? Fernando de Rojas
El autor de La Celestina, Fernando de Rojas, escribió una comedia sobre los amores de Calisto y Melibea. Pero como en la obra todos los personajes terminan muriendo, se le dijo que lo suyo no era una comedia sino una tragedia. El autor ni se desdijo ni dio toda la razón a sus críticos. Le llamó a su obra tragicomedia.
El argumento de esta obra clásica de la literatura universal y específicamente de la lengua castellana, resumido a la mínima expresión, es el que sigue: Calisto se enamora con pasión de Melibea. Es rechazado por ésta. Su criado, actuando de asesor, le aconseja que utilice las artes de Celestina, una experta en “componer amores”. Ésta consigue convencer a Melibea de aceptar los amores de Calisto.
Los criados de Calisto, compinchados con Celestina, riñen por el reparto de la recompensa que el amo dará a Celestina y la matan. Apresados por la Justicia son degollados. En una cita nocturna con Melibea, Calisto muere al caer de una escala tendida sobre una muralla. Melibea, desesperada por la muerte de su amado, se lanza al vacío desde la torre, no sin antes exponer a su padre que morirá por amor.
Dicen que la literatura y el arte imitan a la naturaleza y a la vida, pero lo más común es que la vida supere en comedia, tragedia y hasta tragicomedia al arte y la literatura. Una prueba al canto es la tragicomedia a la que se asiste en el escenario político de Quisqueya, en un momento muy especial de su historia republicana.
En muy pocos momentos la Justicia del Estado Dominicano parece tener la independencia de actuación que tiene ahora. Creo que no exagero si añado que esto no implica que, en otros momentos, se haya hecho justicia por jueces que han actuado con libertad de criterios y ateniéndose a lo que debe ser el pilar de la Justicia, atenerse a las pruebas. Quiero creer que siempre ha habido en RD jueces independientes y apegados a su compromiso con hacer justicia.
La diferencia es que, salvo prueba en contrario, en este momento, el Presidente ha dado su palabra de honor de que nunca tratará de influir en los juicios, ni pondrá trabas a las pesquisas judiciales. Yo le creo, porque parto de que el Presidente Abinader es un hombre de palabra, un hombre de honor. Y me niego a dudar que sea capaz de traicionarse a sí mismo.
La Justicia dominicana, con rigor, ha ido recabando pruebas fehacientes del entramado corrupto existente en el Estado Dominicano durante los gobiernos de Danilo Medina y de su antecesor Leonel Fernández. No se trata de corruptelas puntuales, de casos aislados, sino de un entramado corrupto de la cúpula del PLD, que tenía como centro a la Presidencia y dónde están implicados los familiares del ex presidente, entre muchos otros.
Como todo parece indicar – o así lo dicen fuerzas políticas, creadores de opinión, ex funcionarios e inversores norteamericanos y de otros países- durante los gobiernos de Leonel Fernández funcionaba también una red corrupta. No sólo en compras de aviones, cobro de sobornos, exigencia de pagos de comisiones, no solo por obras materiales sino incluso por servicios de investigaciones, estudios y asesorías, para no referirnos al peaje de los traficantes de drogas.
Así pues, en momentos como éste, cuando el Presidente da ejemplo de dignidad, cordura y buen hacer, en lo que respecta a la Independencia del Poder Judicial. Resulta pintoresco que, pudiendo estarse callado y tranquilo, levante la voz precisamente un ex Presidente que no es tachado por la opinión pública como corrupto. Aunque sí como alguien de reacciones imprevisibles y de estilo típicamente caudillista. A lo que me permito añadir que también de una imprudencia supina.
No es la primera vez que el ex presidente hace una defensa de la impunidad de los ex mandatarios. Con ello el cree que evita que se caiga en la venganza (dice la “retaliación”, usando el término anglosajón, cuando existe una palabra clara y bella para ello, en nuestro idioma).
Estoy contra las venganzas, contra los expresidentes y contra todo el mundo, pero no estoy a favor de la impunidad. Propugnar que en un Estado constitucional de Derecho, dónde la ley es doctrinariamente igual para todos, haya un selecto grupo de ciudadanos, los expresidentes, que estén por encima de las leyes. es un delirio.
Si se acepta el privilegio de la impunidad para los ex presidentes, se abrirá una dinámica de ampliación hacia los detentadores de los poderes fácticos. Los billonarios, los millonarios de centenas y, ¿por qué no?, los millonarios de decenas de millones irán exigiendo el mismo trato. En breve, marcharíamos hacia una sociedad censitaria-plutocrática. Los ricos y los notables (elites u oligarquías) estarían por encima de la Ley. Y está sólo se aplicaría a la muchedumbre, a la masa de ciudadanos asalariados y pobres.
En política, y no sólo en ella, es muy conveniente ir hasta las últimas consecuencias lógicas de los argumentos. Es la única manera de darse cuenta de las implicaciones políticas y sociales de determinados “razonamientos” y adónde nos conducen.
Por todo ello, lo mejor es recomendar al expresidente que abandone ese papel autoasignado de ser el Celestino de la impunidad, de presuntos delincuentes.
Como nos enseña Fernando de Rojas, los celestinos siempre acaban mal.