Hace ya un tiempo visité una finca, cuya visita fue tan aleccionadora que no he podido olvidar las escenas que allí presencié. Lo que para su dueño y los demás acompañantes que la recorríamos era motivo de orgullo y admiración para mí fue motivo de mucha tristeza e impotencia. A medida que íbamos avanzando y nos deteníamos en cada grupo de especie animal, mi tristeza se acrecentaba; percibía en los ojos de esos animales una depresión que solo los que aman a los animales pueden notar. Estaban en una especie de corral, excepto las aves de gran tamaño, apiñados, sin espacio suficiente ni para dar una vuelta. Todos eran animales exóticos.
No quería decir nada, sabía que no era sensato expresar mi opinión; además, su dueño hacia lo que desde hace miles de años nosotros los humanos hemos venido haciendo con los animales, y que erróneamente se ha entendido como algo natural, como un mandato de Dios.
La escena más desgarradora que vi al final del recorrido fue la de la pareja de monos pequeñitos, encerrados en una jaula, para procrear y cuya única actividad era dar vueltas alrededor de la jaula a una gran velocidad, emitiendo un sonido fuerte y penetrante; era el sonido de la desesperación, de la angustia; parecían conscientes de que jamás podrían disfrutar de un instante de libertad. Solo ahí, sin proponérmelo, dije: por qué no los sacan, aunque sea por un momento, a lo que todos al unísono respondieron, ¡como los van a sacar! Me miraron extrañados, y no me atreví a decir nada más. Desde ese día me propuse escribir este artículo acerca del sufrimiento de los animales en cautiverio.
La libertad es esencial a todos los seres vivientes, sin ella la vida es un infierno. Los animales no son la excepción, ellos son conscientes de su situación, porque son seres sintientes que tienen riqueza mental, así lo han dictaminado los etólogos, los profesionales estudiosos del comportamiento animal.
En el año 1976 el gobierno inglés creó el Concilio sobre el Bienestar de los Animales de Granja. Las directrices y recomendaciones de dicho concilio se tradujeron en las Five Freedoms of animals o cinco libertades de los animales, entre las que se encuentran: “La libertad de expresar un comportamiento normal, proporcionando suficiente espacio, facilidades y compañía de los animales de su especie. Estar libres de miedo y angustia, asegurando condiciones y tratamiento que evite el sufrimiento mental”. Sin embargo, la gran mayoría de los criadores de animales no aplican ningunas de estas directrices que desde hace tiempo están contenidas en la ley.
El estrés en los animales debido al encierro puede inducirlo incluso a la automutilación, comerse sus crías, perder la posibilidad de reproducción, caminar en círculo, masticar los objetos; también la repetición de un movimiento constante o sonido sin un aparente fin, que es lo que se denomina esterotipia, justo lo que observé en la pareja de monitos. Todo como forma de manifestar su alteración, su enojo, su tristeza. Lo peor es que, en su mayoría, luego del trauma causado por el encierro, no pueden reinsertarse a su hábitat natural; se convierten en presa fácil para los depredadores, pierden las habilidades para proveerse su alimentación, y no pueden socializar con sus iguales.
Muchas personas que tienen animales como mascotas a veces, sin proponérselo, los mantienen en cautiverio. Los amarran, los ponen a vivir en el techo de la casa, lo limitan al área de lavado, produciéndole con esto una vida de infelicidad, de esclavitud. Ningún animal nace con el objetivo de vivir en cautiverio; el cautiverio no es muy diferente a la esclavitud.
Edwar S. Duvin, en 1989, escribió un artículo en defensa de los animales que vivían en los refugios o alberques y que por motivo de superpoblación eran eutanasiados, titulado “En nombre de la misericordia”. Emulando a Ed. Duvin, pido en nombre de la misericordia detener la crueldad animal en todas sus manifestaciones; son ellos nuestros hermanos en este planeta, seres indefensos que nos deleitan con su amor y belleza.