Caminaba cubierto con una sábana marrón oscura y un pañuelo negro arrugado por todo el pueblo. Miraba sospechosamente hacia atrás, como si lo persiguieran. Era parte de su propia historia familiar. Se quedó huérfano de padre y madre a los siete años. Vivió en el poblado conocido como Catalamatías, cerca de Palma Sola. Zona árida, pedregosa y solitaria. Allí vivía con unos familiares pobres como él. Le gustaba subir de noche a un montículo llamado por la gente “Buscasuerte”. Le llamaban por aquel tiempo el “lugar de los desesperados”.
Modesto Matías vivía deambulando y aconsejando, como creyente, a muchas personas que conocía en su caminar por calles, casas y callejones de algunos poblados de la zona sur del país. Pero lo cierto es que sus actos generaban sospechas y hasta miedos en algunos conocidos de aquellos lugares.
“Es un rezador de velorios y Horas Santas, ese Modesto Matías”, decía don Pedro Ubiera. Pero de él se cuentan historias espantosas, como aquella sobre el conocido niño mendigo en San Juan de la Maguana que apareció ahorcado misteriosamente en una casa deshabitada de la ciudad. Se dice que Modesto Matías llamado también “el rezador” estuvo involucrado en la quema de una niña haitiana. Y que, según dicen, la negoció con “seres malignos” de un panteón extraño del sur profundo.
Los pasos de dicho personaje marcaron la vida de muchas personas que creían en sus prédicas y consejos. Pero también algunas personas hablan de sus buenas acciones. Se sabe que era hombre carismático y que su palabra se hacía sentir en ocasiones de celebrar fechas de santos y santones discretos. Modesto Matías decía siempre:
“El fin del mundo está cerca; nos está pisando los talones, señores. Hay que pedirle mucho a Dios por nosotros…Todos los días… y arrodillarse todos los días…con lágrimas de pecadores…”
Pero sus pasos no eran tan seguros y bajo sus prédicas había otras imágenes y hechos dudosos que iban por otros rumbos peligrosos. Sonaban rumores tremendos en varios rincones y lugares que desmentían aquellas prédicas de creyente bondadoso y temeroso de Dios.
María La Prieta decía a boca llena que era un embaucador y un mentiroso con una máscara de piedra que engañaba con sus historias hipócritas y simuladoras:
“Comadre, es así como le estoy diciendo. El hombre no es bueno. Lo conozco bien y le conozco historias. A mí no me coge de pendeja con sus cuentos…No me va a engañar…Averigüe bien para que sepa la verdad sobre ese individuo…”
El comportamiento extraño de Modesto Matías empezó a llamar la atención en gran parte del sur profundo, debido a los hechos que sucedían cada día a su alrededor. María La Prieta le seguía los pasos muy discretamente, aunque él no sospechara de su seguimiento.
Una mañana lluviosa aparecieron tres cadáveres colgados en el interior de una casa de un poblado pequeño cercano a Las Matas de Farfán. Alguien había cometido un extraño asesinato muy particular y con características muy peculiares. Los cadáveres aparecieron pintados de negro, sin ojos ni genitales, sin manos y con los bolsillos llenos de tripas de gallos y uñas de perro y gatos.
“Jesús Santísimo!
Y esta monstruosidad?”, se decía por lo bajo.
Se escuchaban los lamentos y expresiones de ese tipo, en lugares cercanos a Las Matas…y en otros sitios como El Cajuil, Tres Mangas, Guayabo y La Cruz. Hubo un gran movimiento con el fin de investigar de dónde procedían las víctimas y quién había sido el, o los responsables de una acción tan sangrienta monstruosa. Las investigaciones procedentes de los organismos ligados a la justicia seguían en pie de búsqueda y de pronto se escuchó una voz que preguntó con voz metálica por Modesto Matías. Nadie pudo responder esa pregunta. Modesto Matías había desaparecido de manera misteriosa. Y por más que se le buscó, nunca más se ha sabido nada de su paradero.