Foto del Capitán Eduardo Báez tras su regreso del exilio a principios de 1962

Introducción

Mucho se ha escrito y hablado del golpe del 23 de febrero de 1930 y de los militares que secundaron a Trujillo y al  liderazgo civil de aquella asonada artera que provocó el derrocamiento del presidente Horacio Vásquez, instaurándose de este modo, tras el efímero mandato del Lic. Rafael Estrella Ureña, una de las más largas  y sangrientas dictaduras que registra la historia latinoamericana.

Pero poco o casi nada se conoce de los militares que en aquellos días aciagos y turbulentos que precedieron a la consumación del golpe se opusieron a los designios despóticos del brigadier Trujillo y advirtieron a Horacio Vásquez de los planes proditorios que el tirano en ciernes fraguaba en silencio, advertencias de las que el valetudinario caudillo hizo caso omiso, para su desgracia, culminando sus días en un pesaroso eclipse de nulidad y olvido.

Uno de esos casos que durante la larga era de Trujillo permaneció en el más gris de los anonimatos, proscrito de la memoria, lo es el del capitán Eduardo B. Báez, de quien nada se supo durante 32 años, hasta que a principios de febrero de 1962 regresó al país, tras más de tres décadas de haber emprendido la ruta amarga y pesarosa del exilio para escapar así de la fiera persecución de que fue víctima por quien ya se perfilaba como el amo y señor de los destinos nacionales.

Nativo de Enriquillo, Báez ingresó a lo que era entonces la Guardia  Nacional Dominicana, creada mediante la Orden Ejecutiva número 47, del 8 de abril  de 1917. Es decir, era contemporáneo de Trujillo en las filas de dicho cuerpo armado, incipiente organización, con fines policiales, creada por los oficiales norteamericanos en el contexto de la primera ocupación.

Trujillo, como se sabe, solicitó su ingreso a dicho cuerpo el 9 de diciembre del año 1918 y nueve días después, el 18 de diciembre del mismo año, era admitido formalmente en sus filas, comandadas por el coronel C.F. Williams.

Cuando el 15 de agosto de 1921, a iniciativa del comandante P.M. Rixey, fue instalada en Haina la escuela de entrenamiento, es decir, la primera Academia Militar creada por los norteamericanos para preparar los oficiales que requeriría el país para sustituir a las fuerzas de ocupación, allí estuvo entrenándose Báez, quien para entonces tenía rango de sargento mayor, recibiéndose como primer teniente. Cabe suponer que para la misma época en que Trujillo obtuvo también la validación de su rango de teniente, en fecha 22  de diciembre de 1921.

Muy temprano, ya en el gobierno de Horacio Vásquez tuvo el capitán Báez sus primeros desencuentros y sinsabores con Trujillo, tras oponerse a sus insinuaciones para que apañara las fechorías y malas andanzas de sus hermanos. En efecto, Báez era por entonces director de la Penitenciaría Nacional de Boca de Nigua, donde cumplía condena José Arismendi Trujillo (Petán) por falsificación de siete cheques y también sus hermanos Pipí y Pedrito, condenados por practicar el abigeato (robo de ganado).

Para entonces, Trujillo era comandante en Santiago y en varias ocasiones visitó a Báez en la Penitenciaría con el propósito de sugerirle que hiciera creer que Petán se había fugado, para que lo dejara libre, petición a la que se opuso Báez.

2.- Báez descubre la corrupción de Trujillo en el Ejército y lo denuncia ante Horacio

El 15 de agosto de 1927, justo en el momento en que dirigió la gran parada en honor del almirante Hughes, de la Marina de los Estados Unidos, Horacio Vásquez entregó a Trujillo el ascenso a general de brigada y lo designaba comandante del Ejército Nacional. Y un año después, en 1928 alcanzaba el rango de brigadier.

Trujillo vistiendo uniforme de generalísimo. A su izquierda Virgilio Alvarez Pina (Don Cucho)

Y fue para entonces, cuando se acentuaron los desencuentros del capitán Báez con Trujillo, lo cual había ocurrido  también con  el mayor Máximo Vásquez, intendente general del Ejército, y quien debido a las presiones de Trujillo se vio precisado a renunciar.

El capitán Báez alcanzó la elevada posición de intendente del Ejército y en tal condición fue testigo de cómo Trujillo creaba dificultades a los oficiales honestos que se rehusaban a secundar sus órdenes despóticas. No aceptaba reparos a sus autoritarios designios.

Fue entonces cuando el capitán Báez se acercó responsablemente al presidente Vásquez para presentarle pruebas fehacientes de que el brigadier Trujillo se hacía entregar ropas y telas con el pretexto de que las mismas estaban destinadas a cubrir necesidades del Ejército en el norte del país. En realidad, las utilizaba para venderlas en provecho personal.

Le hizo saber, además, que ya entonces Trujillo estaba reclutando oficiales adictos con planes inconfesables y estaba haciendo la vida insoportable a los oficiales honestos que se resistían a ser obsecuentes con sus arbitrariedades

Siendo Báez intendente del Ejército, se vio precisado, de igual manera, a contener los indecorosos requerimientos de Pipí Trujillo, hermano del futuro dictador, quien quiso también exigirle despacho de ropas y telas de las asignadas a los militares. Ante su negativa, Pipí reaccionó como un desaforado y fue preciso reducirle a la obediencia y exigirle respeto en presencia de los militares de la Fortaleza Ozama.

Pero nadie es más ciego que el que se niega a ver. Horacio hizo caso omiso de las denuncias que se le presentaran sobre los planes que en su contra fraguaba Trujillo. Antes bien, prendió en su pecho la medalla al mérito militar al cumplir sus diez años de servicios continuos en el Ejército e, incluso, países extranjeros contribuirían a acrecentar su principalía militar, pues para entonces recibió las insignias de comendador de la Orden de la Corona de Italia.

Pero si cabe alguna duda de cuál era el  incontestable ascendiente militar de Trujillo para entonces, conviene tener presente que cuando en los primeros meses de 1929 vino al país la misión de expertos financieros norteamericanos encabezadas por el ex vicepresidente de los Estados Unidos, general Charles G. Dawes, la misma sugirió en su informe que para racionalizar gastos en el Ejército debían eliminarse del mismo 1,600 plazas de soldados rasos.

Horacio, en vez de exigir que Trujillo diera cumplimiento a lo que había dispuesto la misión Dawes, tuvo a bien acoger otro plan que este le presentara, que proponía reducir otros gastos, pero no el despedido de los 1,600 soldados. Horacio dio su asentimiento al plan de Trujillo, en fecha 12 de junio de 1929, desde su residencia provisional en San José de las Matas.

Trujillo advirtió que Báez era no solamente leal al gobierno legalmente constituido y a la República, sino también el oficial que informaba al presidente Vásquez de sus burdas  maniobras. Esto provocó que se  acrecentara su animadversión hacia él.

Días después, se produjo entre ambos un fuerte altercado en la Fortaleza Ozama. Trujillo le expresó: “siga llevando informes al Presidente, y le haré ver que tanto usted como los oficiales cómplices que me acusen caerán en desgracia”. Báez quiso replicar pero Trujillo se levantó con rapidez de su escritorio y salió del recinto.

El encendido altercado trascendió entre la oficialidad del Ejército. Trujillo se fue entonces a la Mansión y le expresó al Presidente Vásquez que el Capitán Báez estaba padeciendo de enajenación mental, esto en represalia por la denuncia que el mismo había hecho en su contra. Media hora después, Báez fue arrestado, siendo puesto en libertad media hora más tarde.

Al día siguiente, el Capitán Báez  presentó su renuncia irrevocable. Tenía ante sí dos posibilidades: o  se sometía  a la voluntad imponente de  Trujillo y traicionaba a la Patria o  tronchaba su  carrera militar. La aceptación de su renuncia le fue entregada personalmente en su casa por un ministro del Gabinete.

Pero Trujillo no se contentaría  con forzar su renuncia. Pocos días después, dispuso de varios hombres sacados del Ejército con órdenes de victimarlo, por lo que se vio en el deber impostergable de irse a Cuba en un vapor alemán, no sin antes escribirle nueva vez al Presidente Vásquez y advertirle del peligro que constituía Trujillo.

Durante 32 años soportó el Capitán Báez los duros rigores del exilio. Se radicó en Martinica, donde ejerció de representante de casas comerciales para ganar su sustento, regresando al país, como ya se indicara,  a principios de 1962, meses después del ajusticiamiento del tirano.

Fue una víctima más, de las muchas que fue dejando Trujillo en su imparable ascenso como huracán furioso que todo lo devoraba a su paso. Pues al lado del cruento catálogo de quienes pagaron con el  precio de su vida la oposición al tirano, está el otro, también amargo y triste, de quienes vieron tronchar su vida y aspiraciones, carrera y familia, viéndose precisados a emprender el sendero incierto del exilio, por la única razón de negarse a cohonestar con sus modos autoritarios.

De ellos es preciso escribir para que sus nombres, como es el caso del Capitán Báez, no se pierdan en las brumas del injusto olvido.