“Cuidarme no es un acto de egoísmo sino de auto-preservación y  eso es un acto de guerra política” Audre Lorde 

En estos días de celebraciones por pipá de diciembre y enero he pensado mucho en la importancia de crear el espacio y tomarnos el tiempo para celebrar. Y cada vez que lo hago me sorprendo de que las imágenes que me llegan a la mente no son de las múltiples formas en que lo hago todos los años para estas fechas (bailar en Parada 77, celebrar con la gente que quiero en diferentes lugares de mi adorada Zona Colonial o las cenas de Navidad y de Año Nuevo con mi fabulosa familia). No, el recuerdo que me llega es la paz y felicidad profunda que sentí caminando en los bosques de Galicia y absorbiendo en silencio la belleza sublime de los árboles filtrando los primeros rayos de sol.  

Cierro los ojos y me transporto a la Semana Santa del 2017 cuando tuve el privilegio de recorrer el último trecho del Camino Francés del Camino de Santiago, la famosa ruta de peregrinación a la que se unen miles y miles de personas todos los años para llegar a la ciudad española de Santiago de Compostela. Hay gente que lo hace por razones religiosas, otras por los beneficios comprobados del senderismo (incluso descubrimos que los árboles segregan sustancias que nos hacen bien al caminar entre ellos, no son sólo el ejercicio y la hermosura lo que nos ayuda) y otras porque lo asumimos como una práctica espiritual de autoexploración y celebración. Unas hacen el Camino por meses desde Italia, Francia y otros lugares mientras que la gente más novata lo hacemos por el trecho más corto (117 kilómetros a pie) que se reconoce por haber completado la peregrinación. 

La razón por la que esa es la imagen perseverante que me visita en estos días es porque ha sido uno de los momentos en que he sido más feliz y porque esa felicidad me sostuvo por muchos meses después de dejar el Camino. La belleza del Camino de Santiago es simplemente abrumadora. No solo en los bosques y los valles sino también en los múltiples pueblitos que cruzamos, las fonditas con comida sencilla pero absolutamente espectacular donde cenamos, las capillas e iglesias pequeñitas llenas de magia donde (siempre pidiendo permiso) nos paramos, meditamos y oramos. Además, andaba con un grupo fabuloso de cómplices con quienes compartí las dificultades del Camino, el humor, la solidaridad y, a la vez, el respeto suficiente para que cada quien pudiera también disfrutar sus momentos de soledad para meditar, reflexionar, descansar y apapucharse. 

Otra razón por la que el Camino de Santiago será siempre importante para mí (¡y estoy loca por volver!) es por las enseñanzas profundas que nos deja su historia y su presente. Aunque lo conocemos más como una ruta de peregrinación católica, aprendimos durante el recorrido que muchos siglos e incluso miles de años antes había sido una ruta de peregrinación celta, un legado que se está rescatando cada vez más. En la actualidad, el saludo de “Buen Camino” que intercambiamos las y los peregrinos era un recordatorio diario del respeto y celebración de la diferencia y la camaradería. Esas capas de culturas, prácticas espirituales y significados nos recordaron la multitud de maneras en que los seres humanos conectamos con nuestros propósitos y creencias y lo crucial que es detenernos, descansar, celebrar y celebrarnos.    

A miles de kilómetros de distancia, en la cultura dominicana, como en la mayoría de las culturas de los países dizque “subdesarrollados” la importancia de celebrar es algo que asumimos y practicamos. “Defender la alegría”, como escribía Benedetti y canta(ba) Serrat, es una actividad frecuente, cotidiana e imprescindible. A menudo le explico esto a mis amistades en Estados Unidos, una sociedad donde, por el contrario, la cultura dominante se centra en la productividad y el “trabajolismo” (la mayoría de las personas con trabajo fijo ni siquiera toman todos los días de vacaciones pagadas que les corresponden). Y les es difícil entender la diferencia. Les menciono, por ejemplo, cómo en República Dominicana el concepto que tenemos de “compartir” con la gente que queremos es una actividad prioritaria y no se corresponde con la más superficial y esporádica idea de “entretener” (“entertain”) a las familias y amistades de la cultura anglosajona. 

Uno de los desafíos que tengo cuando estoy en EEUU es justamente lo difícil que es construir comunidad en una sociedad en que se valoran el trabajo pagado y los logros individuales (que tienen su importancia) muy por encima del sentido de comunidad y las labores no pagadas de cuidar, juntar a la gente y organizar las celebraciones que son cruciales para mantener el funcionamiento de las sociedades y la salud mental de sus integrantes. Esto es algo que sí entienden las minorías raciales y étnicas del país (indígenas, afroamericanas, latinas, asiáticas y otras) y en ambos casos, es una labor asumida mayoritariamente por las mujeres y que generalmente se valora solo cuando falta.       

La primera vez en que pude reflexionar sobre la importancia de las celebraciones para los cambios personales y colectivos fue en las clases de Marshall Ganz, mi profesor de activismo social (“Organizing”) en la Maestría de Políticas Públicas de la Escuela Kennedy de Gobierno de la Universidad de Harvard. Mi querido amigo Marshall es un hombre bonachón, amoroso y brillante y para mí es un modelo de la tradición progresista de la comunidad judía en EEUU y alrededor del mundo. Solo hay que pensar en gente como Carlos Marx (de madre y padre judíos), la filósofa Hannah Arendt, la líder anarquista y feminista Emma Goldman, la activista feminista Gloria Steinem y el activista Saul Alinsky, para poner solo algunos ejemplos. 

Ganz ha desarrollado una pedagogía impresionante para compartir las lecciones que ha aprendido desde que era un joven veinteañero que dejó sus estudios para apoyar el movimiento de las y los trabajadores agrícolas de origen mexicano liderado por César Chávez y Dolores Huerta en la California de los años ’60. Desde entonces ha apoyado a movimientos sociales, sindicatos y organizaciones comunitarias de todo tipo y en todo el mundo y también campañas políticas progresistas como las del expresidente Barack Obama. 

¿Y adivinen qué? Para mi sorpresa, cuando tomé sus clases y trabajé como una de sus asistentes de profesor, aprendí que uno de los elementos que más enfatiza es la importancia de celebrar nuestros triunfos porque son lo que nos da la energía para enfrentar las luchas futuras. Como nos dijo Marshall en la celebración de sus 80 años en Zoom, celebrar y evaluar es el tercer componente de su metodología (el primero es planificar y el segundo es actuar) independientemente de cuál haya sido el resultado de nuestras acciones. Y se quejaba de que a la mayoría de sus estudiantes se nos olvida tomarnos el tiempo para hacerlo por la prisa que tenemos de continuar nuestras luchas siempre urgentes. Pero no celebrar es un error que nos conduce al agotamiento y la desilusión, algo que saben muy bien las comunidades negras e indígenas, las clases populares y otros grupos marginados en todas partes. Justamente las celebraciones que mucha gente de la clase media y alta vemos con desdén son, no solo el sostén emocional y práctico de esas comunidades sino también, muy a menudo, el sustento de las culturas de sus respectivos países.          

Esta es una lección que también practicamos en Ay Ombe Theater, el grupo internacional de arte y salud que dirige la teatrista y escritora Josefina Báez (fui al Camino con Ay Ombe, por ejemplo). La metodología Autología del Performance desarrollada por Báez incluye el descanso, la celebración y la alegría como elementos fundamentales, no como meras coincidencias, del trabajo creador de todos los tipos: artístico, académico o de activismo. Lo mismo hacemos en la Tertulia Feminista Magaly Pineda, el espacio feminista de debate y aprendizaje que fundamos Yildalina Tatem Brache y una servidora en el 2016 y que ahora coordino junto con Rossy Matos y Angélica Rodríguez. Nuestra meta es basar la lucha por los derechos de las mujeres, la comunidad LGTBQ, los grupos racializados y otros grupos marginados en nuestra resiliencia y capacidad para la alegría. Los desafíos e incomprensión que enfrentamos quienes asumimos como prioridad construir sociedades inclusivas donde podamos contar con “todos los derechos para todas las personas” exige eso y más. Como decía la brillante pensadora Audre Lorde y ahora recalca Tricia Hersey, la fundadora del “Nap Ministry” (el Ministerio de la Siesta), celebrar, descansar y cuidarnos no son asuntos triviales sino intensamente políticos y estratégicos. Nuestra vida y nuestra felicidad están en juego.