El presidente Luis Abinader llegó al poder encarnando un discurso que no era nuevo ni legítimamente suyo centrado en el cambio como fuerza epistemológica de su proyecto y digo que no es nuevo ni suyo porque es el mismo discurso que enarboló el expresidente Antonio Guzmán.
Ya he explicado antes que la premisa del cambio la asume el PRD-M porque sube al poder después de pasar muchos años en la oposición, por ejemplo, ese partido surge en 1939, pero llega al poder por primera vez en 1963 (24 años después).
Sale del poder en ese año y regresa en 1978 (15 años después). Permanece por dos períodos y pierde regresando en el año 2000 (14 años después). Sale en el 2004 y retorna en el 2020 (16 años después), por eso siempre tiene que hablar del cambio.
Pero en este artículo no hablaré de la propuesta política de Abinader con el cambio como discurso, sino del giro que ha dado el mismo presidente en cuanto a lo que ha sido su práctica entre su primer gobierno y el inicio del segundo, de manera que ahora quien ha cambiado es el mismo presidente.
Cuando Abinader llegó al poder se caracterizó por tener una mano férrea contra la corrupción, con el simple hecho de existir un rumor destituía funcionarios o ellos mismos ponían a disposición su posición para que se investigara la acusación de la que era objeto en ese momento.
Incluso llegó a destituir una funcionaria simplemente porque se puso en cuestionamiento su patrimonio expresado en su declaración jurada, sin embargo, ahora no es así.
Ya no destituye funcionarios ni se inmuta ante los escándalos, de hecho, termina hasta justificando y defendiendo a esa misma persona o institución que en otra circunstancia hubiese despedido.
Abinader ya no es Abinader, ha cambiado junto con su cambio, lo asumió para él en vez del país y el gran problema aquí es que su cambio no ha sido para bien. Ojalá volvamos a ver al Luis Abinader del inicio de su primer gobierno.