Los dominicanos estamos perplejos, absortos y lacerados por la catástrofe que nos ha afectado emocionalmente a todos. Aunque el país ha tenido una gran pérdida económica o material, por el eufemísticamente fenómeno atmosférico llamado disturbio, que es más tormenta que otra cosa, a nosotros nos duele más la vida de cada uno nuestros hermanos que se marcharon sorpresivamente. Sin decirnos adiós y sin que podamos, aún, explicarles la razón de su partida.

Aunque estamos conmovidos por la tragedia ocurrida en la Avenida Máximo Gómez con 27 de Febrero, por la cantidad de muertos y la forma lamentable de lo sucedido, en un mismo espacio físico, la cantidad de fallecidos en todo el país es sorpresivamente alta. En mi más de medio siglo de experiencia jamás había visto cosa igual, frente a un fenómeno de la naturaleza y de ese mismo tipo y en tan corto tiempo. Debemos sumar, además, que quedaron muchas comunidades aisladas.

La causa real de esta tragedia es muy vieja y peligrosa: el hombre ha herido de muerte a la naturaleza; y ésta está dispuesta a reclamar y a cobrar, en cualquier parte del planeta, los daños que le han causado.

Quienes con más locura han agredido a la naturaleza han sido, paradójicamente, los seres más inteligentes de la civilización humana. Los desastres ocasionados por las lluvias o por la sequía, que también han ocurrido en otros países, está a la vista de todos. En tiempo real, las redes nos los presentan como muestra de la tragedia de la vida sobre el planeta.

El cambio climático no ha cambiado la naturaleza del agua, pero sí lo ha hecho con las lluvias. Su concentración e intensidad, así como el espacio estacional y temporal en que se producen éstas, son elementos claves para producir los trastornos en las escorrentías superficiales que afectan campos y ciudades. No se trata de que llueva más que en otros tiempos pasados. Realmente la diferencia de la cantidad de agua caída con relación a otras décadas no es tan significativa. Mi generación pudo contemplar dos semanas bajo lluvia. Él problema radica en la situaciones ambientales actuales en las que se producen estás lluvias.

Las aguas de las lluvias buscan sus viejas vías de desplazamiento por donde lo hicieron durante siglos, miles y millones de años y no las encuentran porque los seres humanos se apropiaron de ellas para otros fines con sentido contrario a los propósitos diseñados por la propia naturaleza.

La misma tierra que servía para absorber y permitir la infiltración del agua de la lluvia en el suelo, hoy está cubierta de cemento. La tierra está muerta; sin vida y convertida en gases bajo el pavimento de las ciudades. Y si a esto, le sumamos que ya no nos queda capa vegetal suficiente ni en las lomas ni en las praderas, por donde, pausada y gradualmente, se filtraba el agua hacia el subsuelo, entonces es natural que se formen ríos por caminos, calles y avenidas y se conviertan sus aguas en incontenibles fuerzas capaces de llevárselo todo a su paso.

Lo peor de todo es que, a medida que pase el tiempo, la tragedia producida por los desbordamientos, y estos causados por efectos de las lluvias más intensas y concentradas, con más humedad y en un estadio de mayor degradación del cambio climático, la vida humana será más difícil cada año en el planeta tierra.