Las sanciones occidentales contra los intereses rusos iniciaron con notable intensidad a partir del 11 de marzo de 2014 cuando la población de la península de Crimea y su principal ciudad, Sebastopol, expresaron de manera inequívoca su determinación de formar parte de la Federación Rusa. Luego, las represalias fueron ampliadas a partir de la llamada Operación Especial emprendida por Rusia para ratificar la independencia de las provincias de Donetsk y Luhansk, en guerra con Ucrania desde el golpe de Estado contra Víctor Yanukovich (Euromaidán), sin lugar a ninguna duda organizado y financiado por Occidente. Estos territorios son considerados por los rusos como parte de su milenaria historia e integridad territorial, lo mismo que Crimea.

 

Apostando al olvido global de las campañas de destrucción y desestabilización en Afganistán, Irak, Siria, Los Balcanes y Libia, Occidente decidió satanizar a Rusia por su incursión militar a Ucrania, un país cuyo gobierno y círculos de poder muestran una clara inclinación por la ideología nazi, el racismo, la intolerancia y el estímulo a ultranza de la rusofobia, la persecución política, las acciones terroristas y la negación radical de sus raíces históricas y étnicas comunes con Rusia. Es decir, los actuales gobernantes de Ucrania representan la más radical antítesis de los valores encarnados en la llamada “democracia occidental”.

Destrucción total de Bagdad en 2003.

 Los medios occidentales con frecuencia mencionan también, como causa motriz de las sanciones, el “incumplimiento por parte de Rusia de los Acuerdos de Minsk”. Al mismo tiempo, la excanciller alemana Ángela Merkel declaraba, desatando una tormenta en la UE, que “…El acuerdo de Minsk fue un intento de ganar tiempo para Ucrania (semanario alemán Die Zeit) …y ese país usó ese tiempo para volverse más fuerte, como se puede ver hoy”.

 

Así las cosas, y dicho esto por una de las más prominentes protagonistas del acuerdo, Vladimir Putin no pudo menos que reaccionar sorprendido: “Es decepcionante. Honestamente, no esperaba oír algo así de la excanciller” (diario alemán Der Tagesspiegel). Ganar tiempo para armar y fortalecer el poderío militar de Ucrania con el fin de agredir tarde o temprano a Rusia, la espina en el zapato, junto a China, que obstaculiza los planes de las potencias occidentales de mantener a toda costa el orden unipolar que solo conviene a un cada vez más reducido grupo de corporaciones y mega magnates.

 

Minsk nos recuerda el famoso acuerdo Molotov-Ribbentrop, firmado en la noche del 23-24 de 1939, con la única fundamental diferencia de que esta vez fueron los rusos los que tomaron la iniciativa militar luego de todos sus fallidos intentos por cumplir lo convenido y luego de advertir sobre la expansión de la OTAN en dirección a sus fronteras.

 

La Operación Especial y, mucho antes, la declaración de la independencia de Crimea, fueron el pretexto que necesitaba Occidente para iniciar el aislamiento o, en última instancia -literalmente- la destrucción de Rusia como nación. Al mismo tiempo, el conflicto derivado de la sordera de los Estados Unidos y sus aliados es aprovechado para llenar las arcas de sus gobernantes corporaciones militares.

 

Para justificar las sanciones, así como la masiva ayuda militar, presentan a Zelensky y su régimen corrupto como la gran víctima, sin importar para nada que este país eslavo se quede sin varones (solamente en abril perdieron 15 mil soldados), con sus infraestructuras críticas destruidas y finanzas hipotecadas por lo menos por el siguiente siglo.

 

Ignoran aviesamente que el voraz presidente Zelensky persigue a los creyentes de la ortodoxia rusa; apoya sin  miramientos la ideología nazi y silencia la masacre de Odessa; permite centros públicos de identificación, localización, persecución y exterminio de opositores; promueve el odio, la persecución y la saña contra los rusos que viven en Ucrania y calla cuando los prisioneros rusos son torturados y fusilados como en los mejores tiempos de su héroe nacional Stepán A. Bandera, colaborador absoluto de las huestes de las Schutzstaffel alemanas (SS).

 

Para ayudar a un presidente con estas características y lograr sus objetivos geopolíticos, implementan la guerra de las sanciones que resume medidas económicas y de otra índole marcadamente restrictivas y selectivas. Los objetivos son claros: causar el mayor daño sistémico posible a la economía rusa y restar eficacia a la operación militar en Ucrania. Todo aquel que apoye el legítimo derecho de la potencia euroasiática de salvaguardar su seguridad nacional ante los planes expansionistas de la OTAN, es pasible de ser intimidado, aislado o hasta sacado de circulación.

 

Las sanciones incluyen bancos y entidades financieras, empresas de los sectores militar y de la defensa, la aviación, construcción naval y de maquinaria; transporte en sus diferentes modalidades; fuerzas armadas y grupos paramilitares; partidos y movimientos políticos opuestos al régimen nazi de Zelensky, medios de comunicación y todo responsable de difundir propaganda y noticias objetivas o que se atreva a disentir de los dictados occidentales.

 

También, como rasgo de esta democracia global de nuevo cuño, se incluye la inmovilización de bienes (literal secuestro de cuentas bancarias). Destaca la prohibición de acceso al sistema SWIFT para los bancos rusos y bielorrusos. Innumerables entidades europeas y norteamericanas no pueden actualmente comprar ni vender a Rusia. Los límites impuestos a las exportaciones alcanzan, desde febrero de 2022, más de 43, 900 millones, incluidas las exportaciones a Rusia de productos y tecnologías utilizados en la industria aeronáutica y espacial, mientras las importaciones implicadas ascienden a 91, 200 millones de euros.

 

La intención de postrar a Rusia no podía dejar de apuntar al sector energético, exportaciones mineras y otros productos industriales. Entre los rubros afectados cuentan el petróleo crudo (90% de las importaciones a la UE, salvo algunas excepciones) y topes a su precio; productos petrolíferos refinados; carbón y otros combustibles fósiles sólidos; acero, productos siderúrgicos, hierro y oro, incluida la joyería; cemento, asfalto, madera, papel, caucho sintético y plásticos. También descuellan las prohibiciones relativas a los servicios de contabilidad, auditoría, incluida auditoría legal, seguro y mantenimiento, teneduría de libros y asesoría fiscal y empresarial, gestión de relaciones públicas, consultoría informática, asesoramiento jurídico, arquitectura e ingeniería.

 

Pero ¿cuáles son hasta ahora los resultados cosechados de esta guerra híbrida sin analogías en la historia reciente contra un solo país?