“Prohibir algo es despertar el deseo”- Michel de Montaigne. 

Con el despertar de la Federación Rusa de las cenizas de lo que fuera la URSS las sanciones económicas impuestas y coordinadas por los Estados Unidos, en cooperación con sus aliados europeos, han recobrado una importancia singular como instrumento de disuasión de quienes se resisten al mantenimiento de un orden unipolar en crisis. En este orden las naciones deben obedecer casi de manera incondicional a las potencias occidentales y ser objetos de groseras intromisiones en sus asuntos internos.

 

Entre muchos, hay un país que destaca por desafiar la supremacía norteamericana y de sus incondicionales: la Federación Rusa. Si bien este inmenso país ocupa el lugar 13 por la magnitud de su PIB, su grandeza reside en otros indicadores, como su base científico-técnica que es comparable o superior a las de las naciones más avanzadas. Sus recursos naturales, incluidos un sinnúmero de minerales estratégicos y energéticos-petróleo, gas natural y metales preciosos-, pueden ser considerados como de los más portentosos y diversos del mundo.

 

En efecto, al margen de que es una superpotencia energética, cuenta, de acuerdo con algunas estimaciones, con más del 30% de los recursos naturales del mundo. La diversidad y resiliencia de su economía es función de su vastísima geográfica económica y política (más de 17 millones de km²).

 

En el contexto actual, importante es recordar que Rusia es reconocida mundialmente por su impresionante, diversificada, sofisticada y competitiva industria militar, la cual incluye uno de los más avanzados sectores de la aeronáutica del mundo, con más de 400 mil personas empleadas. Sus progresos en el arte, la música, el deporte y la literatura son mundialmente conocidos y realmente impresionantes.

 

Rusia es uno de los grandes gigantes en enfrentamientos bélicos, no porque su naturaleza sea inevitablemente agresiva, sino por la ambición desmedida que despiertan sus enormes recursos. En la Primera Guerra Mundial, Rusia perdió más de 2 millones de hombres y cargó con unos 5 millones de heridos, habiendo movilizado unos 18 millones de efectivos.

 

Concluida la guerra, el poderoso imperio zarista inició su recorrido hacia el descalabro económico y social. De repente, la Rusia zarista se encontró a las puertas de una crisis sin precedentes que, en definitiva, determinó el triunfo de la Revolución Bolchevique.

 

Los promotores del radical cambio de régimen interpretaron correctamente el momento de crisis y las ansias de redención de millones de rusos. Con el triunfo de la revolución en 1917, el mundo se fragmentó en dos grandes bloques políticos y militares que solo actuaron juntos a gran escala en la Segunda Guerra Mundial.

 

Al año siguiente del triunfo de la revolución, en 1918, el naciente Estado Soviético salió triunfante del cerco organizado por 14 potencias occidentales, entre ellas China y Japón, más algunos países del flanco eslavo confabulados contra la Revolución Bolchevique (polacos, serbios, checoeslovacos y rumanos).

 

El norte, parte de la región sur y Ucrania, Siberia y el Cáucaso fueron territorios invadidos entonces con el objetivo de ahogar en sangre al naciente Estado multinacional soviético y echar mano de sus grandes reservas de recursos naturales.

 

El 22 de junio de 1945 comienza otra pesadilla para Rusia y las demás repúblicas soviéticas: la guerra de rapiña de Alemania, desatada sin previo aviso y en violación de un acuerdo previo.

 

Si bien los medios occidentales intentan minimizar el rol de Rusia en la Segunda Guerra Mundial, los hechos documentados demuestran que ella decidió el desenlace del conflicto en batallas cruciales como las de Moscú, Stalingrado, Kursk, Leningrado y Berlín, para solo mencionar las más conocidas.

 

Luego de una impresionante ofensiva alemana, los rusos empujaron en cruentos enfrentamientos a decenas de ejércitos hitlerianos a las puertas de su capital, Berlín, e izaron la bandera de la Unión Soviética en la azotea del Reichstag, sede del Parlamento alemán.

 

Es contra la cabeza del coloso que fuera la Unión Soviética, la Federación Rusa, potencia nuclear de primera, que Occidente orienta la ofensiva para el mantenimiento de un orden desigual, en esencia antidemocrático y desafiante de la soberanía y la autodeterminación de las naciones.

 

Ante la imposibilidad de un enfrentamiento directo, recurren a dos estrategias: debilitar militarmente a Rusia hasta el último ucraniano e imponer sanciones económicas y tecnológicas para arruinar la economía de la potencia euroasiática. En el medio, prima el interés de abultar las arcas de las corporaciones militares occidentales mediante incrementos desmesurados de sus presupuestos estatales.

 

El pretexto ahora es Ucrania, pero sin mencionar la insistencia de las autoridades rusas desde 2008 y antes en detener, mediante conversaciones y arreglos, la expansión de la OTAN hacia el este, e ignorando por completo la guerra genocida del régimen ucraniano contra la población civil de los territorios hoy disputados que reconocen a Rusia como su única patria.