En su informe sobre el ascenso de la ultraderecha en América Latina, la fundación Friedrich Ebert sostiene que el impacto erosionador de la extrema derecha en las sociedades democráticas se sustenta no solo en su posibilidad de alcanzar el poder ejecutivo, sino, además, en su capacidad para influir en todo el sistema político. (https://library.fes.de/pdf-files/bueros/chile/20670.pdf).
Esta influencia genera un efecto nocivo sobre la derecha tradicional, que se ve empujada a asumir posturas cada vez más alejadas de la moderación característica de la tradición conservadora para no ser acusada de doblegarse a la izquierda política.
Como señala el informe, la derecha tradicional se desnaturaliza a sí misma al socavar las reglas del juego democrático. Este último aspecto resulta uno de los más preocupantes efectos del ascenso de la ultraderecha porque, precisamente, la conservación de unos principios mínimos de dicho juego conformaban su razón de ser y permitía que pudieran ser parte de la tensión constitutiva que nutre a toda sociedad democrática.
La ultraderecha produce una gran influencia por su capacidad de articulación en las instituciones, medios de comunicación y centros de enseñanza, sumada a su carencia de escrúpulos a la hora de valerse de dichos recursos para manipular y exacerbar emociones, así como para aprovecharse de la situación de marginalidad de millones de personas para las que dibuja un fantasma, un adversario contra quien combatir (el extranjero; el socialista; el político tradicional), erigiéndose en vanguardia de una batalla heroica y redentora.
Los próximos años pueden ser decisivos para saber si el ascenso de la ultraderecha romperá la oscilación entre la derecha tradicional y la izquierda; si la tradición conservadora no termina subsumida en un movimiento fundamentalista que amenaza con destruir los fundamentos culturales de la Modernidad y los principios que constituyen a las sociedades democráticas occidentales.