La historia de todo pueblo sigue el curso de su actividad económica, la riqueza y complejidad de su cultura (incluida la ciencia, la tecnología y las creencias), y su interacción con otros pueblos. A la vez hay mujeres y hombres que por diversas causas son capaces de acelerar o frenar procesos históricos de sus pueblos e incluso de otros pueblos, sea por su poder político, militar, religioso, en un extremo, o sus aportes culturales, educativos, teóricos, creativos, investigativos y empresariales en el otro extremo. Cualquier reduccionismo a la hora de entender el curso de una sociedad es ideología.
En el caso que me ocupa, Monseñor Agripino Núñez Collado -de quien recibí siempre afecto, respeto y mentoría en mi desarrollo profesional- su deceso el pasado fin de semana me lleva a valorar sus aportes a la sociedad dominicana, siempre con la convicción de que con el tiempo muchos otros aportes se identificarán y explicarán. Es mi primera reflexión frente a su muerte.
Agripino se formó como sacerdote para dirigir seminarios. Eso me lo dijo muchas veces. Cuando Polanco Brito decidió abrir el Seminario San Pio X en Santiago llamó inmediatamente a Núñez Collado, que se encontraba formándose en España, a regresar al país y asumir la dirección de dicho seminario, que inició sus funciones el 9 de septiembre de 1962, el mismo día en que los Obispos dominicanos fundaron la Universidad Católica Madre y Maestra. La UCMM iniciaría sus operaciones el 15 de noviembre de 1962. Este escenario es lo que permite entender como a la vez que el P. Núñez Collado dirigía desde su inicio el Seminario San Pio X, estuvo también como docente de la UCMM naciente. Polanco Brito fue el primer rector de la UCMM.
Durante los primeros 8 años de la UCMM el P. Núñez Collado llegó a ser Vicerrector y de hecho el responsable de la buena marcha de la universidad. En 1970 es nombrado rector de la universidad, el cuarto, luego de la rectoría de tres obispos consecutivos. Entre 1970 y el 2014 trabajó incansablemente desde la rectoría de la universidad hasta convertirla en la mejor universidad del país, con dos grandes campus y el reconocimiento de su prestigio en docencia e investigación a nivel local, regional e internacional. Su elevación al grado de Pontifica en 1987 fue un reconocimiento académico y eclesial del mayor nivel posible. En su gestión como rector promovió la formación de docentes en las mejores universidades del mundo para consolidar un cuerpo de profesores con maestrías y posteriormente doctorados, marcando una pauta que siguió el sistema de universidades dominicanas.
Solo por ese logro merece Monseñor todo el reconocimiento que se le brinda, pero se le añade que a partir del 1985 el episcopado dominicano le solicitó comenzar a ejercer la labor de mediador entre actores sociales y políticos en conflicto. Es en dichas funciones que gana el respeto de la sociedad como artífice del diálogo y actor confiable para lograr acuerdos que evitaran disturbios y posibles muertes por enfrentamientos violentos entre grupos antagónicos. No es exagerado lo que muchos afirman que Monseñor salvó la vida de centenares, quizás miles, de dominicanos y dominicanas. Con esa labor aportó a la democracia dominicana calidad, ya que no basta contar votos para determinar el curso de una sociedad basada en un Estado de derecho.
Ambas tareas, la de la educación y la de mediación, les fueron asignadas por la Iglesia dominicana, y en ambas cumplió de manera extraordinaria. Y ambas se aúnan en la capacidad del diálogo, es decir, de escuchar, analizar y acordar. Los frutos de la vida de Agripino Núñez Collado están a la vista de todos y hoy la sociedad dominicana es mejor gracias al aporte de él, y por supuesto de otros muchos dominicanos y dominicanas. Sus luces están muy por encima de sus sombras, que como todo ser humano las tuvo, ojalá que los críticos más ácidos de su vida y obra aporten a nuestra sociedad una fracción de lo mucho que dio Monseñor.