Con Gaza en el corazón
Estamos rodeados de contradicciones a cada paso que damos. Escuchamos cosas terribles, confundimos opiniones con datos y nos encontramos sumergidos en un mar de conceptos absurdos, sin base de sustentación, con opiniones muy polarizadas respecto a la realidad. Negar conceptos científicos básicos y rechazar el conocimiento y la evidencia de la realidad con absurdas justificaciones es la base de esta demencia social tan extendida de opiniones sin fundamento.
Antes de opinar, es necesario conocer y, por tanto, leer. La sospecha ante toda tesis o hipótesis es muy peligrosa. Estamos inmersos en una paranoia conspirativa alimentada por grupos ultraderechistas y ultrarreligiosos que están esparciendo ignorancia, aquí en España y, por lo que leo, también allá, en República Dominicana y, en general, por todo el planeta. Las redes sociales y su pestilencia nos han sumergido en la era de las fake news.
Fuera de este inmenso mar de dudas encontramos el arte, y esto nos salva. Ver los cuadros del Louvre, por ejemplo, y pasear por París es una sensación tan vitalista como inspiradora. La Ciudad de la Luz, que en estos días nos regala los Juegos Olímpicos, se hace más luminosa que nunca. Allí, en 1789, surgieron esas proclamas revolucionarias que cambiaron el mundo: la libertad, la igualdad y la fraternidad.
La expresión artística es la expresión de la vida, de lo bello, de lo inmortal. A través del tiempo nos salva de nuestro destino mortal. En cada obra de arte se esconde una historia, una búsqueda, una curiosidad, la expresión de un sentimiento. La imaginación se expresa en un instante de historia, representando una época y un sentir que trasciende el dolor y el tiempo. La humanidad se conforma con el aprendizaje lento y, muchas veces, dramático. Procesos de hipótesis y error marcan un fin. La velocidad y la rapidez de la actualidad nos hacen aprender con más rapidez y eficiencia, pero con el arte es diferente: es lento, pausado, sereno y con una clara intención de producir felicidad pública.
La resolución óptima de los conflictos sociales depende de dos agentes: el Estado y la sociedad civil. Pero ¿cómo nos puede salvar el arte? Porque nos enseña a ver la historia, los errores, los aciertos, la belleza, lo que pasó… Nos hace pensar y reflexionar, aprender, en definitiva.
Por ello, es esencial aferrarnos al arte para salvarnos de los discursos de odio. Así, podremos seguir el desarrollo del conocimiento experimental y la inteligencia aplicada a la resolución de problemas. Esto es fundamental para la supervivencia de los colectivos humanos. No podemos, y sobre todo no debemos, vivir sin el arte. Es el oxígeno para toda civilización.