Estamos en una época sin precedentes, los usos sociales en las relaciones interpersonales han cambiado radicalmente en los últimos 70 años, estableciendo nuevos usos sobre todo en lo relativo al abordaje de las relaciones de género, específicamente en temas como el acoso y el consentimiento para los avances y las relaciones sexuales. En vista de toda esta revolución, que alcanzó un punto álgido con las alegaciones del #MeToo, siendo su caso estrella el de Harvey Weinstein, quien fue acusado por múltiples mujeres por conductas sexuales inapropiadas, nos lleva a reevaluar nuestros valores éticos y morales y como pueden verse representados estos a través del arte ¿Son nuestras decisiones de consumo de arte expresiones válidas de nuestros valores éticos y morales? ¿Es justo que seamos los consumidores del arte de los hombres monstruosos los que sirvamos como juez y parte en relación a sus conductas? ¿Es su arte una expresión de esta monstruosidad o son cosas perfectamente separables?
En el mundo del arte siempre existirán comportamientos peculiares y en muchos casos ofensivos a una determinada moral del momento. Entre estos casos tenemos, por ejemplo, a Picasso, quién tuvo comportamientos de violencia psicológica en contra no solo de mujeres, sino también de hombres; asimismo tenemos a Woody Allen, acusado de abuso sexual a su hija y Roman Polansky, acusado de violar sexualmente a una menor. Además, tenemos el mítico caso de Ernest Hemingway, acusado de abusar físicamente de su esposa y en tiempos más recientes tenemos algunos ejemplos como el caso del actor Kevin Spacey acusado de avances que llevaron a actividades sexuales sin consentimiento, así como al cantante Marilyn Manson acusado de abusos sexuales y Michael Jackson acusado de conductas sexuales inapropiadas a menores de edad. En la mayoría de estos casos se ha generado una ola de manifestaciones de rechazo y repudio que ha trascendido en que algunos hayan perdido contratos de trabajo o la posibilidad de estos.
También hay otra cara de la moneda, en otros casos estos comportamientos son pasados por alto, e incluso tomados como justificación debido a la genialidad que poseen estos individuos, como si la conducta fuera parte del talento o una consecuencia esperable de este. No podemos negar que muchas veces esta genialidad viene acompañada de un grado excentricidad, pero ¿hasta qué punto podemos refugiarnos tras la genialidad para justificar todo tipo de comportamientos? ¿Qué precio como sociedad estamos dispuestos a pagar como consecuencia del talento y las emociones que pueda despertar en nosotros el arte de los hombres monstruosos?
El arte es un elemento que puede tocar profundamente la fibra del tejido social. Muchas veces las manifestaciones artísticas dividen o unen a personas bajo la esfera de un determinado sentir o una determinada ideología. Además, muchas veces el consumo o rechazo de este tipo de arte se ve estrechamente ligado no al comportamiento, pero, sí a la ideología de su exponente.
Tenemos por otra parte, ciertas expresiones que pudieran considerarse o no manifestaciones artísticas que representan una afrenta más abierta a la moral e incluso promueven discursos discriminatorios y de odio. En estos casos es mucho más fácil plantearse como nuestra elección o repudio del consumo pudiera ser una manifestación de nuestra moral, como sucede con el aberrante Mein Kampf de Hitler o bien la obra de Carl Schmitt ¿representan estas manifestaciones ideológicas una expresión artística? ¿Hasta dónde llega la conceptualización de lo que es y no es arte? Por otra parte, tenemos también los que en su vida privada tienen ideologías que son manifiestamente apologías de odio, pero esto no se refleja en su arte, como es el caso del compositor Richard Wagner.
Entonces, ¿son nuestras decisiones de consumo de arte reflejo de nuestra ética y nuestra moral? Personalmente, creo que no. Creo que el arte de los hombres monstruosos es separable de sus comportamientos en su vida personal, aunque estos nos parezcan personas reprochables. Entiendo que no es una expectativa real, o justa, colocar en las manos del consumidor del arte la labor de ser juez y parte, o policía moral de los hombres monstruosos. Dicho esto, tenemos el caso de las manifestaciones artísticas que son expresiones ideológicas sociopolíticas, ¿en este caso que sucedería? Creo que aquí debemos tomar en cuenta la intención del consumidor, pues no es lo mismo una lectura de por ejemplo MeinKampf por pura curiosidad intelectual, o, como a veces me sucede, para conocer el punto de vista del contrario, a consumirlo como parte de una profundización de ideas (situación cada vez más común en vista del resurgimiento de los movimientos neonazis o meramente racistas) como tampoco serían o mismo aquellas expresiones artísticas que no son más que propaganda de posiciones crueles o de dominación de otros.
Este tema, como podemos ver, nos plantea más preguntas que respuestas y es motivo de muchas opiniones encontradas. Por una parte, estamos los que entendemos que las manifestaciones artísticas de los hombres monstruosos son completamente separables de sus conductas privadas o su ideología y, de otra parte, están los que entienden que esto no es así y que en ocasiones se rehúsan a consumir este arte. Pero hay otra pregunta de fondo importantísima ¿Qué representa una expresión de la ética y la moral? ¿Cómo podemos expresar nuestra moral individual y cómo se genera la moral colectiva en relación a las manifestaciones artísticas y las conductas de sus exponentes? ¿Representan las manifestaciones artísticas de cada época un reflejo de la moral colectiva? Si no pensamos estas preguntas, no seremos capaces de definir una respuesta más o menos útil que sería.