Hace más de 2,500 años el más célebre de los pensadores chinos, Confucio, uno de los filósofos más importantes de la historia de la humanidad, estableció enseñanzas que se han convertido en libros de consulta obligatoria desde tiempos inmemoriales, por sus análisis y reflexiones milenaria, sabiduría que es el principal criterio conocido hoy por importantes sectores de la política, del empresariado y ejecutivos, porque como ninguna filosofía, está se basa en un profundo conocimiento de la naturaleza humana.
Los actuales estudios han demostrado lo valedero de estas teorías, porque la biología política y la neuropolítica establecen a través de estudios científicos comprobados, la complejidad del comportamiento humano analizado por los biólogos, más recónditos estudios de la anatomía y fisiología del cerebro y la actividad de las neuronas en diferentes áreas asociadas a distintos procesos mentales.
La biopolítica reconoce la influencia de numerosos factores biológicos ajenos al control del ser humano, y la neuropolítica analizada de manera simultánea desde la óptica de la ciencia política, la neurociencia y la psicología nos sirve para definir qué pasa por nuestras cabezas (percepciones y reacciones), para entender de manera más concreta que conforma nuestro comportamiento político.
Visto así, las ideas de Confucio, el más grande pensador chino, tienen validez real en nuestros días y sus criterios éticos-morales deben ser norma de nuestras actuales sociedades, más aún debieran ser manual o guía de conducta y acción de los líderes o dirigentes de nuestras naciones, si fuese así los mismos actuarían más apegados a la racionalidad, a los principios de rectitud y de auténtico compromiso con el pueblo.
En los libros clásicos de Confucio, donde define “El arte de la estrategia” están las lecciones que nos permiten conocer a los políticos, especialmente los gobernantes, el porqué de las cosas y cuáles serán los resultados de sus decisiones.
Tomaremos a modo de ejemplo cuatro ideas o enunciados expuestos en la doctrina de tan brillante maestro oriental, en sus cuatros libros clásicos, lo traemos o adaptamos a la realidad política de hoy en nuestro país, y concluiremos con lo genial de las conclusiones de Confucio, veamos:
- De su primer libro clásico: “Raras veces los hombres reconocen los defectos de aquellos a quienes aman y no acostumbran tampoco a valorar las virtudes de aquellos a quienes odian”.
Precisamente así es como piensan y actúan la mayoría del liderazgo político dominicano, solo visualizan virtudes en los suyos, no le reconocen condiciones al contrario, se creen los plus ultras, y los odios al adversario no les hace reconocer sus cualidades o atributos, por eso es que se les nubla la razón, y al final cometen yerros infantiles que han colocado a más de uno en el borde del precipicio.
- De su segundo libro clásico: “Quien desea para los demás lo mismo que deseará para sí y no hace a sus semejantes lo que no quisiera que le hicieran a él, este posee la rectitud de corazón y cumple la norma de conducta moral que la propia naturaleza racional impone al hombre”.
Nuestros gobernantes hacen caso omiso a este vital consejo, y lo primero que realizan al llegar al Palacio Nacional, es actuar contra sus adversarios y/o enemigos, haciéndoles cosas que de seguro no quisieran que le hiciesen a ellos, se regodean en su inmenso poder para muchas veces perseguir, ofender, apostrofar y hasta humillar a sus contrarios, al margen de la necesaria racionalidad que debiera acompañar a un dignatario y muy al margen de lo moral, utilizan formas “non santas”, a los fines de destruir a aquellos que se le oponen, porque no tienen miramientos en sus prepotentes acciones, ya que el síndrome de Hubris se apodera de ellos y como se sienten seres superiores aplican el peso de su efímero poder, para tratar de aplastar disidencias, al final cuando se va el boato y la parafernalia del poder, pierden estrepitosamente las elecciones, reconocen a fuerza de la realidad sus graves equivocaciones.
- De su tercer libro clásico: “Los cuatros vicios al gobierno son los siguientes: no instruir al pueblo y ocultarle la verdad, lo cual recibe el nombre de “tiranía”; exigir una conducta perfecta a todos los ciudadanos sin informarles previamente sus obligaciones, lo que recibe el nombre de “opresión”; no tener prisa en dar las órdenes y pretender luego que se cumplan en el acto, lo que representa una grave “injusticia”; buscar siempre el propio provecho, lo que recibe el nombre de “egoísmo”.
Si hay algún pensamiento que retrata a nuestros mandatarios históricamente es esté, porque al analizar esta frase en nuestro pasado, vemos muchas acciones despóticas han edificado tiranías sobre la base de la opresión, que en franca injusticia siempre buscan en supremo egoísmo perpetuarse en el poder.
No les interesa a los presidentes instruir al pueblo para no tener que reconocerles derechos a los ciudadanos, e imponer sus caprichos y conveniencias lo que deriva en tiranía. Utilizan siempre el poder coercitivo del Estado, puesto en sus manos para perseguir a sus opositores lo que termina en opresión. Cuando solo se le aplica a los adversarios y no a los propios el peso de la ley, cuando estos la violan, eso se puede definir como un acto de considerable injusticia. Cuando solo se actúa para lograr mantenerse en el poder de manera personal sin pensar ni en su partido y mucho menos en el país, porque consideran que solo ellos están signados por el destino a gobernar, eso es un acto deleznable de superior egoísmo.
- De su cuarto libro clásico: “El mayor defecto de los hombres consiste en preocuparse en arrancar la cizaña de los campos ajenos, descuidando el cultivo de sus propios campos”.
Si hay un error reiterativo de nuestros gobiernos ha sido precisamente esta reflexión, que debiera ser una lección estratégica para los presidentes; los gobernantes que hemos tenido siempre, ponen su principal atención a resaltar todo lo supuestamente malo de anteriores gestiones, y basan su impronta en tratar de desconocer las obras de quienes le antecedieron, difícilmente le reconozcan nada positivo y se centran en buscar cuantos yerros cometieron para denostar la administración a la que sustituyeron, tratando de manera implacable de lograr destruir su legado, casi todos han actuado desde el poder de esa infantil y poco rentable forma, se han ocupado más en resaltar las indelicadezas de los demás que las bondades de sus propias acciones.
Invierten de manera infructuosa en hurgar el pasado que construir el porvenir, les interesa más el morbo de destruir a su adversario que en armar un buen gobierno. Nuestros gobernantes se convierten en odiadores del pasado en vez de ser amantes del presente, por eso no obtienen posterior reconocimiento público, porque se dedicaron más a perseguir a sus antecesores que a edificar una eficiente administración, como bien lo definió Confucio, no se ocupan de sus propios campos sino de la cizaña de los del contrario, lo peor es que esa costumbre es ya una tradición que ha pasado de generación en generación y de gestión en gestión, lo triste es que nadie se dedica a hacerlo diferente, pareciese que hay más disfrute en denostar a los adversarios que en erigir su propio legado, cuando deberían de hacer esfuerzo en dejar huellas imborrables con su impronta.
Esa política primitiva solo ha dejado atrasos y resentimientos en nuestra sociedad, que terminará en lo que se llama hoy la peruanización de la política, “un todo contra todos”.
Como ven el arte de la estrategia cobra mayor actualidad en la medida en que se sabe que no son simples teorías de “Moral y Cívica”, porque está más que comprobado los nefastos resultados de ignorar estas enseñanzas, por eso considero que la peor inobservancia que pueden hacer los que llegan al poder es desconocer esta doctrina avalada hoy por los estudios de la biopolítica y la neuropolítica.
Lo primero que deberían de hacer lo que están en el Olimpo del poder y los que aspiran a llegar al mismo, es leer y tener a mano como libro de consulta las milenarias orientaciones de Confucio, porque estoy seguro que si la aplican como norma y guía estas invaluables reflexiones para tomar sus decisiones, cometerían pocos errores y tendrían mayores aciertos.
Pero el ego de los que llegan a las alturas les nubla la razón, entran en un trance, donde pierden el sentido de la realidad y entienden en un encendrado personalismo que todo gira alrededor de su figura e intereses, no se detienen a pensar ni por un instante que pueden estar equivocados, o que el contrario pudiese en algún momento tener la razón.
Nuestra historia está plagada de disconformes que ni siquiera el haber llegado al pináculo del poder los hace más humanos; al contrario, se hacen presa de mayor individualismo y egoísmo, que solo les hace entender que tienen la razón, y que únicamente ellos son los merecedores de estar, mantenerse o volver a ser los inquilinos y jefes de la mansión de Gazcue.