Indudablemente que el llamado arte de conversar no consiste en hacerlo sobre temas trascendentes sino de los que están a mano y satisfacen a los que conversan. A veces se piensa que se ha perdido el arte de conversar y cuando se resalta esa falta, generalmente se refiere a hacerlo de temas trascendentes, como se señaló.  En mi caso, el conversar me despierta. Despierta mi ser, lo altera, lo violenta, lo sacude, postra a la palabra, lo hace gesto, mueca, mimo, risa, llanto, ironía. Siento que cada miembro (mientras converso) se separa de sí y salta, zahiriendo y zahiriéndose bajo el umbral. También en silencio pasa lo mismo: desangro.

Todo lo anterior parecería grotesco para el que entiende y practica lo contrario; ahí está lo interesante. Hay quienes nada más conversan con ellos mismos y son felices con sus tonterías, y cuando lo hacen con el otro se comportan igual.

Conversar podría entenderse como un soliloquio, es el caso del que expone un tema, interesado a sus intereses y piensa que está “educando”, cuando el objetivo principal de conversar es educarse a sí mismo, pues aunque en la conversación se dicen cosas que aparentemente no se piensan, es todo lo contrario, para el que supuestamente habla, a solas o acompañado, una gran parte de lo que verbaliza es lo mismo y si ese “lo mismo” no tiene el equilibrio debido, que lo que hable esté íntimamente ligado a su ser y hacerse mejor ser humano aunque sea para joder, no hay viaje hacia lo exterior que lo salve y mucho menos conversar consigo mismo o el otro.

Si conversar es liberación y todo el mundo tiene algo qué decir, callar es una forma superior a los intereses momentáneos. La sociedad conserva la libertad de lo que dice debido a su pasado. El nuestro… es harto sabido. ¿Conversar es hablar? Vivimos el tiempo en el que todo el mundo tiene boca, falta que la utilice equilibradamente, que es mucho pedir. Siempre llama la atención que quien pide que lo dejen hablar es porque, según él, le están coartando su “libertad”, es el que se siente acorralado en su pensamiento, primero y segundo al expresarlo, porque si pensar es hablar no siempre hablar es pensar o escribir, al igual que hablar de lo que el mismo ni ha pensado y si lo ha pensado no ha creado el sedimento para que llame la atención debida, en el momento del dialogo. Si tomamos como parámetros el que, en este tiempo, aparentemente, todo el mundo tiene un medio para expresar desde su lenguaje de señas hasta el bla, bla, bla con sentido y sin sentido, llega la interrogante: ¿Estamos en el momento, nunca visto, para decir lo que pensamos y no pensamos? Posiblemente que sí, incluyendo a la chachara de la escritura que es una forma de conversar aun en aquellos que dicen que no tienen nada que decir.