Todos conocemos el fenómeno de las encuestas de preferencia política que proliferan como virus en los períodos preelectorales, generando las famosas “guerras de encuestas”, un fenómeno tan, pero tan engañoso que recuerda los espectáculos de lucha libre: sabemos que no son verídicos, pero entretienen. Para el público general, que quizás no distingue bien entre las encuestadoras confiables y los montajes dirigidos a promover determinadas candidaturas o partidos, la “entretención” se logra a costa de minar la confianza de la gente en los estudios de opinión. Más que impulsar de manera directa la candidatura del que paga por el montaje, es posible que su mayor beneficio sea justamente sembrar dudas sobre los estudios de opinión en sentido general, neutralizando así el impacto positivo que pudieran tener las encuestas que favorecen a sus contrincantes.

 

La medición de preferencias electorales es solo una de las muchas aplicaciones de las encuestas, tan útiles en la investigación social, en los estudios de mercadeo, en la evaluación de proyectos, etc. En los sistemas democráticos, donde las opiniones y expectativas de la ciudadanía deben guiar el quehacer de los tomadores de decisión, las encuestas de opinión son un instrumento indispensable para la definición de políticas y el diseño de programas; son igualmente necesarias para entendernos a nosotros mismos, para conocer como va evolucionando nuestro pensamiento en torno a la corrupción o la intención migratoria o la confianza en la democracia o las creencias religiosas o el machismo.

 

Y es justamente el machismo -o más bien el antifeminismo virulento- de una encuesta divulgada recientemente lo que motiva este comentario. No parece una encuesta cualquiera, ni en su diseño ni en su amplia estructura de divulgación; se trata del cuarto estudio de una serie que abarca múltiples variables y docenas de preguntas (o ítems, como decimos los sociólogos). En el informe para divulgación pública llama poderosamente la atención la gran cantidad de, digamos, errores metodológicos en la medición de las actitudes hacia el feminismo, particularmente en la confección de escalas.

 

Las escalas son una técnica de medición de actitudes donde se elabora un listado de afirmaciones en relación a un tema o variable, sobre las cuales los entrevistados deben expresar su nivel de acuerdo o desacuerdo -de ahí las categorías de respuesta que nos resultan tan familiares, como el totalmente de acuerdo, medianamente de acuerdo, ni acuerdo ni desacuerdo, etc. Todo estudiante universitario que ha cursado una asignatura introductoria de metodología de la investigación conoce las reglas básicas para la confección de escalas, que en el caso que nos concierne no siempre fueron tomadas en cuenta. Veamos algunos ejemplos.

 

El primer mandamiento de toda encuesta o entrevista es que nunca, bajo ninguna circunstancia, se debe inducir o influir la respuesta del entrevistado, por lo que la confección de ítems de una escala demanda mucha prudencia y, sobre todo, una postura de neutralidad valorativa de parte de los investigadores. Contraste este requisito con algunos de los ítems de la escala sobre feminismo que presenta la encuesta mencionada (citas textuales):

  • La lucha feminista se ha vuelto violenta
  • El movimiento feminista está generando odio hacia los hombres en general
  • El movimiento feminista está generando división entre hombres y mujeres
  • Las mujeres pueden vandalizar monumentos para ser escuchadas

La lista de “errores” metodológicos incluye ítems tramposos como “Todos los asesinatos de mujeres son por su condición de mujer” que, como algunos de los anteriores, falsifica la realidad con intención de inducir respuestas negativas de los entrevistados. De contar con el cuestionario de encuesta, que no se publicó, tendríamos una idea más precisa de la medida en que pueden haberse violado otras reglas metodológicas, como la que establece que las escalas deben tener un equilibrio en el número de ítems negativos y positivos, que éstos deben intercalarse de acuerdo a ciertos criterios para evitar inducir un patrón de respuesta en los entrevistados, etc. Es decir, los estudios de opinión pueden ser manipulados de muchas maneras, de forma que en vez de medir actitudes, se conviertan en instrumentos para inducir actitudes.

 

La hostilidad hacia el feminismo y el uso de estereotipos en la construcción de esta encuesta cumple varias funciones: además de generar estadísticas negativas sobre el feminismo, que es su intención evidente, la divulgación de los resultados funciona como estrategia para promocionar estas actitudes prejuiciadas ante la opinión pública, presentándolas como datos válidos que retratan objetivamente las actitudes de los entrevistados. A corto plazo, manipulaciones como éstas pueden cumplir su objetivo ante la opinión pública, sobre todo cuando se combinan con otras estrategias políticas; a la larga -como señalaba al inicio- terminan desprestigiando los estudios de opinión y reforzando la desconfianza que éstos generan en la ciudadanía, lo que representa un problema importante para la investigación social y hasta para la democracia.

 

Como hemos visto a nivel internacional con los movimientos de derecha, cuando los hechos contradicen sus posturas éstos juegan a falsificar la realidad, reforzando la percepción de que los demás hacen lo mismo, todo depende de cómo se vea, cada sector promueve su propia verdad que es tan válida como cualquier otra, etc. Y si dudamos del éxito que puede tener este nihilismo ideológico, recordemos el movimiento internacional antivacunas y, a nivel local, la sorprendente persistencia del supuesto complot internacional para unificar la isla, el zombie político que se niega a morir.

 

Considerando que el antifeminismo es un buque insignia del conservadurismo y, visto el auge imparable del movimiento neoconservador en RD, vayámonos preparando para la andanada de manipulaciones y mentiras sobre el feminismo y los derechos de las mujeres que se nos viene encima. Temo que en nuestro país la reacción antifeminista apenas comienza.