Hace 33 años el novelista, historiador y etnólogo dominicano, aunque de origen español, Carlos Esteban Deive, autor entre muchos otros libros, de “Vodú y magia en Santo Domingo”, “La migración canaria a Santo Domingo” y “Los guerrilleros negros” escribió sobre el tema haitiano lo siguiente: “Haití es, para los dominicanos, agonía y éxtasis, sonido y furor, luz y sombra. Nos atrae y repele al mismo tiempo. Está ahí, al lado, formando parte de nuestra ‘otreidad’. El Masacre, ciertamente, se pasa a pie, pero hay otra frontera más difícil de cruzar: la que ha trazado la historia, una historia acomodada, escrita a la medida… El anti haitianismo dominicano puede ser entendido y explicado como una distorsión deliberada de la historia de nuestros dos países. Es probable que los autores de esa distorsión hayan estado convencidos de la necesidad de falsear a propósito esa historia en la creencia de que, obrando de ese modo, exaltaban a su patria, menospreciando, de paso, a la otra… Se trata, por tanto, de legitimar tal historia, de hacerla ‘habitable’. Pero una historia así concebida y formulada es eminentemente etnocéntrica. Está repleta de defectos burdos y de lagunas graves. Y también, por supuesto, de imposturas… Existe un anti haitianismo dominicano, como existe un anti dominicanismo haitiano. Uno y otro se nutren de los mismos estereotipos y prejuicios. Uno y otro aparecen teñidos de racismo, aunque incurriríamos en una imperdonable falta de rigor conceptual si identificásemos el racismo con el etnocentrismo”.
Citemos cuatro ejemplos de distorsiones deliberadas de la historia de nuestros dos países:
Ya para finales del siglo XIX la Constitución haitiana dejó de decir que la isla era “una e indivisible”, ya habían cesado las invasiones haitianas y Puerto Príncipe nos había ayudado en la lucha contra los españoles. Pero se sigue diciendo que esa frase se mantiene en esa Constitución.
En 1945 durante la reunión de Chapultepec donde los norteamericanos adoptaron su posición frente a la posterior reunión de San Francisco cuando se fundó Naciones Unidas, el canciller dominicano de entonces, el gran intelectual Manuel Arturo Peña Batlle, planteó oficialmente que el organismo por crearse debería ayudar en la ubicación de haitianos en otros países. En 1949, cuatro años después de creada Naciones Unidas, esa organización, en uno de sus primeros estudios “Misión a Haití”, reiteró el planteamiento de Peña Batlle, al sugerir el envío de haitianos a otros lugares del hemisferio. Unos 50 años después los grupos ultranacionalistas dominicanos argumentaron falsamente que en ese documento Naciones Unidas lo que realmente sugirió fue una migración de haitianos hacia la vecina República Dominicana.
En 1983, durante el gobierno de Salvador Jorge Blanco, un Joaquín Balaguer que ya había sido presidente durante doce años, publicó su libro “La isla al revés” donde pidió formalmente una confederación política, una integración económica y una Constitución paralela entre la República Dominicana y Haití, así como el otorgamiento de doble ciudadanía a los haitianos y dominicanos. Era una forma de echar para atrás lo que había escrito en un libro suyo de 1946, racista y crítico sobre el tema haitiano y que había coincidido con la línea oficial de Trujillo de atacar a Haití, pero solo durante el gobierno de su antiguo protegido Elie Lescot. Balaguer, cuando volvió al poder tres años después, en 1986, por supuesto no puso en práctica ninguna de esas ideas.
A principios de 1992, poco después de ser derrocado el régimen de Jean Bertrand Aristide en septiembre de 1991, con apenas siete meses en el poder, unos 15,000 haitianos trataron de llegar a la Florida donde fueron capturados y llevados temporalmente a la base naval de Guantánamo en Cuba. La prensa norteamericana difundió entonces la noticia de que el gobierno de Bush padre había pedido al gobierno de Balaguer que recibiera a esos 15,000 ciudadanos. El embajador Robert Pastorino se entrevistó en dos ocasiones con Balaguer. Sin embargo, tanto José Francisco Peña Gómez del PRD como Leonel Fernández del PLD y el propio presidente Balaguer, rechazaron públicamente esa sugerencia norteamericana. Pero, los ultranacionalistas dominicanos hoy indican que el único que se opuso fue Balaguer.
En más de una ocasión al ver por televisión que alguien comenzaba a tratar el tema haitiano le dije al que estaba al lado mío: “Veremos cómo dentro de un minuto esta persona comienza a hablar sobre asuntos del siglo XIX”. Y así fue. Y es que es más fácil hablar de lo muy lejano que de los problemas bilaterales actuales.