Introducción

Durante más de cinco décadas,  el Lic. Manuel de Jesús Troncoso de la Concha ( 1878-1955), “Don Pipí”, como cariñosamente le llamaban sus amigos y conocidos, fue una especie de oráculo; uno de los hombres más perspicaces y con más  vivencias de nuestros avatares como nación y con más depurados conocimientos sobre nuestro pasado colonial y republicano.

Manuel de Jesús Troncoso de la Concha del año 1927 durante el gobierno de Horacio Vásquez

Nada hizo perder ni tampoco desequilibrar su grave condición de caballero y de dominicano distinguido”, afirmaría don Bienvenido Gimbernard.

Tres  párrafos del panegírico de Joaquín Balaguer, entonces secretario de educación, pronunciado en representación de la  Universidad de Santo Domingo y  de la Academia Dominicana de la Historia, en el homenaje de cuerpo presente que le rindiera el Senado a tan ilustre fallecido, retratan en sus rasgos más prístinos su singular trayectoria.

abatido por el hachazo inexorable, es uno de esos robles cuyas raíces se confunden con los cimientos de nuestras casas y con las bases seculares de nuestras creencias y nuestras tradiciones…en cincuenta años de magisterio, en diez lustros de intervención incesante en la vida nacional, en medio siglo de cátedra y de civismo militante, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha asistió a mucho de los episodios más significativos de la vida dominicana”.

los hombres más ilustres y más disímiles de varias generaciones desde Billini hasta Monseñor de Meriño, y desde Ramón Cáceres hasta Emiliano Tejera, le trataron de igual a igual, y hasta tal punto se confundió con la actividad anecdótica y pintoresca de esos personajes casi legendarios, que su figura, familiarizada con aquellos hombres y con aquellos tiempos tormentosos, se ofrecía con frecuencia a nuestro ojos envuelta en una especie de perspectiva histórica”.

A Don Manuel Jesús Troncoso de la Concha le basta, para comparecer lleno de gloria ante la posteridad, con haber afrontado durante más de cincuenta años, las enemistades y malquerencias de la vida política, sin llenarse las manos de púas vengativas y sin perder en ningún momento el ejemplar sentido que tuvo de la convivencia humana”.

Y Emilio Rodríguez Demorizi, que le admiró tanto, expresó al momento de su deceso que Manuel de Jesús Troncoso de la Concha que “ esclarecido por el talento y la sabiduría, por el patriotismo y la virtud; lo fue, aún más por el estilo inconfundible de su vida; por la singular manera de conducirse en la vida pública y en la vida del hogar, al que imprimió el sello de ese estilo y en que, como en un breve patriarcado, impuso sus propias leyes: el trabajo, la acendrada fe cristiana, la pureza de costumbres y la irreprochable conducta social y política, dentro de las normas solidarias, efectivas y prácticas, de la más pura fraternidad”.

Valgan estos párrafos precedentes como la mejor presentación a una memorable carta que el 14 de agosto de 1939 dirigiera Don Pipí al historiador y periodista Emilio Rodríguez Demorizi, hermano de Emilio Rodríguez Demorizi, con el propósito de rectificar algunas inexactitudes históricas en trabajos publicados por el destacado  periódico “El Porvenir”, de Puerto Plata,  del cual entonces era Don Alonso subdirector.

La referida carta contiene información valiosísima sobre el agitado clima político del año 1905 suscitado por la pugnacidad entre  jimenistas y horacistas  durante el gobierno encabezado por Carlos Morales Languasco y Ramón Cáceres y las complejas condiciones en que tras el primero resignar el poder, lo asume el segundo por espacio de seis años hasta el fatídico magnicidio  del 19 de noviembre de 1911.

Adviértase, además, en esta interesante misiva, a publicarse en dos entregas sucesivas de la presente columna,  la incidencia notable de los caudillos militares  regionales, los desencuentros entre facciones y la consiguiente dificultad de gobernar. ¿Qué tanto explican  los hechos narrados por Don Pipí en esta carta, como incubación de rencillas y malquerencias, el magnicidio de Cáceres seis años después? ¡Juzgue el lector a su atinado criterio!

Ciudad Trujillo,

Distrito de Santo Domingo

14 de agosto de 1939.

Señor Alonzo Rodríguez Demorizi

Puerto Plata, R.D

Muy señor mío y amigo:

Hace unos días, leí en El Porvenir, edición del 10 de agosto en curso, en la necrología de Don Carlos Ginebra, que este distinguido ciudadano había sido nombrado Secretario de Guerra y Marina el 28 de Noviembre de 1905: “cuando Luis Tejera renunció con motivo del bombardeo de Villa Duarte”.

Como usted es subdirector de ese importante medio y sé que es un gran devoto de los estudios históricos, me he decido a escribirle la presente para advertirle el error de que adolece esa mención de la necrología citada.

El bombardeo de Villa Duarte, por el crucero norteamericano Newark no se operó en 1905, sino el 11 de febrero de 1904.

El general Luis Tejera era en esos días y siguió siendo Comandante del Puerto de esta capital. El Secretario de Guerra y Marina  interino y actuante era el Lic. Pedro Bobea, por ausencia del titular, general Raúl Cabrera, quien operaba entonces como jefe de fuerzas del Gobierno destacadas sobre la línea N.O.

El nombramiento del general Luis Tejera como Secretario de Guerra y Marina fue hecho por el Presidente Carlos F. Morales Languasco en fecha 2 de noviembre de 1905, para reemplazar al General José Fermín Pérez, quien ocupaba ese puesto desde el 24 de junio de ese año.

El General Pérez había reemplazado al General J. Epifanio Rodríguez, nombrado Gobernador de La Vega.

En la edición de El Porvenir del 5 de este mismo mes observo igualmente un error.

Dice que “cuando el bombardeo de Villa Duarte por los cruceros Newark y Columbia, Luis Tejera fue a Palacio a pedirle cuenta al Presidente Morales” y que advertido Morales por el Presidente Cáceres, le dijo: “Déjalo pasar y esperó con su revolver en la mano al encolerizado Ministro. Más Cáceres logró apaciguar a Tejera y se evitó un lance en aquellos días de congoja”.

No hubo nada de eso. En primer lugar, cuando el bombardeo de Villa Duarte el general Ramón Cáceres no estaba en la capital. Era Delegado del Gobierno en el Cibao. No había Vicepresidente porque se trataba de un Gobierno Provisional.

En segundo, Luis Tejera, como le digo antes, era Comandante del Puerto y aceptó los hechos, como los aceptaron los miembros y servidores del gobierno.

Probablemente, a lo que El Porvenir ha querido referirse es a la actitud de Luis Tejera el 6 de diciembre de 1905, cuando se creyó que fuerzas americanas iban a repetir el acto del 11 de febrero de 1904 (dirigido entonces contra las fuerzas jimenistas  sitiadoras) para apoyar en esta otra ocasión al Presidente Morales contra el partido horacista, el cual le había declarado la guerra.

Deseo ahora aprovechar esta oportunidad para relatarle, como  testigo que fui de ellos, algunos de los sucesos ocurridos en esa época que no son bien conocidos o han sido olvidados.

 Principalmente me ha movido a emprender esta tarea el leer u oír a cada momento referencias muy apartadas de la verdad, o porque confunden hechos y circunstancias más o menos contemporáneos, o porque reproducen versiones a las cuales dio origen únicamente el interés o la pasión política.

Si me dirijo a usted para ofrecerle este testimonio es porque, como le expreso antes, sé de su amor a los estudios históricos.

Todos los sucesos desarrollados desde septiembre hasta diciembre de 1905 tuvieron su punto de partida, en la separación del General Cirilo de Los Santos (a) Guayubín, del puesto de Gobernador de La Vega, y en el nombramiento del General José Fermín Pérez Secretario de Guerra y Marina.

Cirilo de Los Santos había sido un bravo defensor del Gobierno en la revolución del 1903 al 1904 y por consecuencia de esta conquistó un prestigio y ejerció un poder sin límites.

Por orden suya, como Delegado del Gobierno en La Vega, San Francisco de Macorís y Samaná, se realizaron varias muertes, lo cual dio lugar a una interpelación en el Congreso. Morales le negó su apoyo a Guayubín.

La interpelación no siguió su curso, después de las declaraciones que hizo ante la Cámara el Secretario de Justicia, Licenciado Pelegrín Castillo; pero las relaciones entre Morales y Guayubín fueron desde ese momento muy malas. Renunció las funciones que tenía como Gobernador de La Vega. Quedó el Lic. Pedro M. Bobea, gran amigo suyo.

En junio de 1905 fue nombrado Secretario de Guerra y Marina el General Pérez en sustitución del General J. Epifanio Rodríguez, quien pasó a la Gobernación de La Vega.

Morales hizo el nombramiento de Pérez sin consultar con Cáceres ni con ningún miembro importante del partido horacista.

Cuando Don Federico Velásquez  Hernández, Secretario de Hacienda, lo supo increpó duramente al Presidente Morales por ese nombramiento,  revelación de que Morales estaba dispuesto a gobernar personalmente.

El General Pérez había sido siempre un ferviente horacista; pero Velásquez lo consideraba como un adicto personal de Morales.

El caso fue discutido entre éste y el Vicepresidente Cáceres, quien cerró el incidente aceptando sin reservas el nombramiento, aunque diciéndole a Morales que en lo sucesivo no debía nombrar ningún ministro sino de acuerdo con el partido horacista.

A fines de agosto se descubrió en el Cibao una conspiración organizada por elementos horacistas cuyo fin era derrocar a Morales y llevar a la Presidencia a Cáceres. Las medidas tomadas por éste hicieron abortar la conspiración.

Morales fue al Cibao acompañado de José Fermín Pérez, de mí que era su secretario, de Francisco Ureña Hernández, oficial mayor de la Secretaría del Presidente, y de sus edecanes.

Morales y Cáceres celebraron varias entrevistas en Puerto Plata y en Moca. Se iniciaron varias combinaciones para calmar a los horacistas descontentos; pero todo fracasó al no querer aceptar algunos de éstos los puestos para que se les había designado.

De ahí en adelante las cosas fueron empeorando cada día. El horacismo quería deshacerse de Morales por haberle perdido la confianza, aunque sin ningún fundamento justo para ello.

A fines de Septiembre, Velásquez le escribió a Cáceres diciéndole que su presencia en la Capital era imprescindible para enderezar la situación.

Cuando Cáceres vino, los hombres principales del horacismo le hicieron ver que la presencia de José Fermín Pérez y Bernardo Pichardo en el Gobierno era inconveniente porque lo que deseaba Morales era mantener un gabinete con hombres que le fueran personalmente adictos y a ese título era que Pérez y Pichardo ocupaban respectivamente las carteras de Guerra y Marina y Correos y Telégrafos; que ya eran cuatro los ministros adictos personalmente a Morales: que en ese número figuraban también Don Juan Francisco Sánchez, Secretario de Relaciones Exteriores, y el Licenciado Andrés Julio Montolío, Secretario de Justicia e Instrucción Pública.

El resultado fue que el partido horacista, por boca de Cáceres, exigió la renuncia de Pérez y Pichardo. La de Sánchez no lo fue porque no se quería sacarlo de Relaciones Exteriores, donde él trataba con el Ministro Americano, Mr. Thomas Dawson, las cuestiones relativas al proyecto de convención.

En cuanto a Montolío, el horacismo no se preocupaba, por considerarlo hombre pasivo y pacífico. Además, Cáceres le tenía mucho aprecio personal por haber sido compañeros de estudios en el Colegio San Luis Gonzaga.

José Fermín Pérez fue nombrado gobernador de Puerto Plata. A Bernardo Pichardo le ofrecieron un puesto en el extranjero; pero no quiso aceptar.

Al ser reemplazado José Fermín Pérez por Luis Tejera, quien era Gobernador de la Provincia de Santo Domingo, fue nombrado para sustituir a este último Don Carlos Ginebra, quien lo había estado siendo de Puerto Plata desde el año de 1904.

Con Cáceres vino el General Cirilo de Los Santos, llamado Guayubín.

Una tarde en la fortaleza, hallándose en esta el Presidente Morales fue allí el general Guayubín. A Morales no le perdían los horacistas ningún movimiento. Además, no le tenían confianza al Comandante de Armas de la plaza, que era el Coronel Francisco Aníbal Roldán, en razón de que lo consideraban también amigo de Morales. Este lo creía así, igualmente.

Guayubín era un hombre muy brusco y trató esa tarde a Morales muy irrespetuosamente. Morales le advirtió que era el Presidente de la República y Guayubín le respondió: “Usted será el Presidente para otros, para mí no”.

Luego de eso profirió otras palabras ofensivas. Morales iba a dar una orden de prisión contra Guayubín; pero se contuvo pensando que esa medida podía generar una desobediencia o tal vez un conflicto, pues allí había en esos momentos unos tantos hombres de armas del horacismo en actitud al parecer expectativa.

Por su parte el Coronel Roldán no hizo nada. Desde ese momento las relaciones entre Morales y el horacismo fueron pésimas. Cada día lo iban siendo más. Morales, sin embargo, no quería romper con el horacismo, parte porque él se había desligado por completo del partido jimenista a que pertenecía hasta su designación como candidato del partido horacista y sabía que era la única fuerza con que se podía combatir al horacismo, y parte porque el Ministro Americano Dawson le aconsejaba todos los días que evitara cualquier violencia.

Por otro lado, Morales y Cáceres  se tenían un mutuo aprecio sincero, y Morales no quería hacer nada que pudiera perjudicar a Cáceres. Le constaba que el horacismo no había llegado con él a mayores extremos por el empeño que Cáceres había puesto y seguía poniendo para evitar una ruptura final.

Las cosas sin embargo llegaron a tal punto y el desprestigio de Morales adquirió tal grado que la situación empezó a hacérsele intolerable.

Tres Secretarios, el de Hacienda, Federico Velásquez; el de Fomento, Francisco Leonte Vásquez; y el de Interior, Manuel Lamarche García, se mantenían haciéndole una guerra muy cruda.

En el Consejo de Gobierno, Velásquez y Vásquez lo llegaron a tratar en tono tan despectivo que un día Morales ( quien había estado mostrando una paciencia sólo explicable por el convencimiento que tenía de los peligros que lo rodeaban) hubo de llamarle muy seriamente la atención a Velásquez, que era quien se mostraba más agresivo.

Todo contacto entre Morales y los ministros, fuera de las sesiones del Consejo, había desaparecido, excepto con Andrés Julio Montolío y Eladio Victoria, quien había reemplazado a Bernardo Pichardo en la cartera de Correos y Telégrafos y observó siempre con el Presidente una conducta muy correcta.

La autoridad de Morales sobre las fuerzas militares era nula. Después del incidente con Guayubín en la fortaleza se había abstenido de pasar cerca de esta.

Como era natural, los jimenistas atizaban el fuego. Hacían circular la especie de que Morales se estaba entendiendo con ellos, lo cual era completamente falso.

Continuará