Recientemente hemos sido testigos de la conmemoración del cierre del espacio de mayor horror que el mundo ha vivido en su historia, el campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau en Polonia, convertido hoy en santuario de la Memoria, junto al de Esma (Argentina), como recuerdo de los crímenes cometidos por razones ideológicas
La prensa internacional recoge el relato-recuerdo de lo que aquellos niños/as sobrevivientes sufrieron entonces, hace ya más de 80 años. Al entrar el Ejército Rojo Ruso al de Auschwitz-Birkenau fue testigo de una obra macabra, que hombres y mujeres como tú y como ellos, llevaron a cabo.
Qué ironía, que como un esfuerzo para mantener la memoria histórica del horror y con ello albergar la esperanza de su no retorno, ambos espacios se han constituido en museos turísticos: Memorial de Esma y Auschwitz donde, en este último, se estima que más de un millón trescientas mil personas fueron asesinadas, despojadas de sus vidas.
Auschwitz no era un simple lugar de concentración sino más bien un complejo de tres campos, incluido uno de exterminio, concebido para llevar a cabo lo que la dirigencia nazi llamaba la “solución final”. Birkenau o conocido también como Auschwitz II, era donde se encontraban las cámaras de gas: el centro de exterminio.
Hace ya varios años leí el libro HEYDRICH, el verdugo de Hitler, de la autoría de Robert Gerwarth. Verdugo de Hitler fue cómo el Premio Nobel Thomas Mann bautizó a quién sería uno de los principales actores y diseñadores del genocidio perpetrado durante los años de la II Guerra Mundial: Reinhard Heydrich.
Reinhard Heydrich, nacido en una familia católica en marzo de 1904, era un verdadero estereotipo ario: alto, rubio, esbelto y atlético; adicto al trabajo, imaginativo y enérgico, con una extraordinaria capacidad de interpretar las ideas de sus superiores y transformarlas en atroces visiones en política. Músico talentoso, capaz de provocar emociones y lágrimas en quienes le escuchaban tocar el violonchelo.[1]
Cuando las personas nos despojamos, por la razón que fuere, del amor a la vida en todas sus manifestaciones, segando nuestra conciencia amorosa por las ideologías y los intereses que éstas arrastran, podemos llegar a convertirnos en fieras carentes de sentimientos y de la capacidad de ser compasivos.
Cultivar el amor es una tarea diaria de ser compasivos y solidarios con los demás, sobre todo de aquellos de aquellas personas que necesitan de nuestra ayuda y atención. La solidaridad es un valor fundamental que nos hace humanos pues nos une desinteresadamente a los demás.
¿De qué manera podemos, en el día a día de nuestras vidas, fomentar el amor? No hay que tomar un curso especial, bastaría entre otras cosas dar mi tiempo a aquella persona amiga que lo necesite, colocarme en el lugar del otro siendo empático y dejar de hacer juicios solo a partir de lo que creo y pienso.
Fomentar la amabilidad en el ámbito de la familia, entre las amistades, en el vecindario, en nuestro lugar de trabajo; cuando recibimos un servicio en la calle por un vendedor, en la estación de expendio de gasolina al recibir el servicio requerido, pero igual aquella persona que nos atendió en el supermercado.
Ofrecer nuestro tiempo y ser voluntario en causas sociales justas y que apoyen el desarrollo a personas y/o comunidades; algo tan pequeño como ceder el asiento a una persona que lo requiera: una persona mayor, una mujer embarazada, o cualquier otra persona que por su condición así lo requiera, es un acto de solidaridad y amor.
Cuidando el entorno y el medio ambiente, también es un acto de amor y solidaridad con nosotros mismos y los demás, pues es cuidar la “casa común”, que nos alberga y nos da cobijo, pensando además en las generaciones futuras y el mundo que le estamos dejando.
La solidaridad, como expresión del amor, es una manifestación de la gratitud a la vida y a aquellas personas o seres vivientes con quienes la comparto. La práctica del amor siendo solidarios expande y fortalece nuestras emociones que nos acercan a los demás, haciéndonos más sensibles y humanos.
Es ser bueno en lo que haces para beneficio y desarrollo de ti y de los demás.
[1] Reinhard Heydrich: biografía | Enciclopedia del Holocausto