“Entrega todo
y se te dará…”
C.C.J
El amor es algo maravilloso, un sentimiento profundo, un estado sagrado donde conviven la bestia y el espíritu. Pero, también, es un monstruo. He visto personas quedar reducidas por el sufrimiento. El final de una relación puede ser lo más parecido a un viaje a los infiernos. El mismo que hizo Orfeo cuando perdió para siempre a la bella Eurídice y tuvo que descender al reino de las sombras y conversar con el Dios y la Diosa del inframundo para que se la regresaran. Esta leyenda, que terminó en tragedia, es una de las más bellas y apasionantes que yo haya leído jamás. Se cuenta que Hades y Perséfones derramaron lágrimas de hierro al oír cantando al semidios quien, con su encanto, logró cambiar el curso de las cosas y conseguir que los implacables dioses se la devolvieran a la vida.
Lo maravilloso de la historia es el coraje de Orfeo, quien decidió bajar a las penumbras y con su dulce canto y el tañer de su lira embelesó la voluntad de los inflexibles dioses de la oscuridad.
De hechizo y de magia trata este pequeño relato.
Historia I
Esa tarde acababa yo de contar una historia personal que puede resumirse en que, víctima de un “sortilegio” había sido compelido en mi juventud, a tener relaciones con una joven a quien no amaba. A pesar de mi empeño en legitimar la historia surgieron dudas entre los presentes de que mi conducta fuera producto de un “hechizo” y no de la natural lascivia que acompaña a la adolescencia. De pronto uno de los presentes se levanta y me señala para atraer mi atención y en voz alta me dice:
- Tú sabes bien como quería yo a “Elena …”. -Hice todo lo que pude para no perderla.
Yo asentí con la cabeza. Se dirigía a mí, exclusivamente. Se había animado a contar su historia por el relato que acababa de oír. Conocía perfectamente los detalles de su rompimiento, como se esfumó su pequeña herencia y hasta su salud se vio comprometida, pasto del apego y la pasión sin límites; pero lo que contó después no lo sabía:
“…y entonces me dijo que mi problema no se había resuelto porque yo no quería, que eso estaba a golpe de una vuelta por el “Hospedaje” para que se resolviera.
– ¿Cómo del hospedaje? -le pregunté intrigado.
… sí, ahí, me dijo ese amigo que había una botánica-santería y que pagando una suma insignificante podía yo comprar mi felicidad, hacer que “Elena…” regresara para siempre. Al otro día me levanté temprano y sin desayunar me dirigí hacia el Hospedaje. La tienda era un lugar muy humilde de madera y piso de cemento pulido. La limpieza y el orden no eran un distintivo del lugar. Había por doquier una gran cantidad de velones, imágenes de santos y ángeles, sobre el mostrador se exhibían varios tipos de hierbas. Todo parecía muy gastado por el uso. Debí esperar que el dueño llegara lo cual hizo media hora después. Era un hombre pequeño y delgado, bastante común. Mis ojos estaban cubiertos por una delgada capa de humedad, era notorio mi dolor. Tan pronto me vio empezó a atenderme detrás del mostrador. Me dijo que le contara mi caso y que podía ser breve, sin muchos detalles, cosa que agradecí, ya que, habían llegado más personas a la “botánica”, con problemas similares, al parecer. Cuando terminé mi relato los presentes miraban al suelo desalentados, el que estaba más atento apretó los puños y solo atinó a decir “coño.”
-No se preocupe. -me dijo con seguridad -mientras buscaba, entre los tramos, un pequeño frasco azul cubierto con papel de plomo.
-Oiga bien -dijo en voz alta -tiene que bañarse bien, después se unta esto como si fuera un perfume y luego cuando este con la “Elena …” debe besarla por detrás en el hombro derecho.
“Las instrucciones no podían ser más claras, pero llevarlas a cabo, fue trabajoso in-extremis: lo primero fue que “Elena …” no quería verme. Cada vez que la invitaba a salir, me ponía una excusa pueril para no hacerlo. Finalmente, accedió a verme, lo que me costó una fortuna. Debí pagar todos sus atrasos. Duré horas bañándome como había dicho el santero, luego me puse la poción viéndome en el espejo. No puedo decir que olía mal, pero era un olor penetrante y extraño, nunca había olido algo semejante, su magia se podía sentir. Pasé a buscarla y fuimos a un restaurante. Cuando intentaba pararme para llevar a cabo mis planes, ella me amenazaba, señalándome con el dedo que no me atreviera a tocarla. Finalmente, logré mi propósito. Le dije que pagaría la cuenta en la caja y cuando regresaba me le acerqué por detrás en completo silencio, la agarre fuertemente por los brazos y le besé el hombro derecho descubierto. El trabajo estaba hecho. Cuando la devolví a su casa, me fui a la cama cargado de esperanzas”.
– Pero y entonces ¿funcionó la magia? -preguntó uno del grupo, que acababa de vaciar su media botella de ron.
“-Nunca lo supe a ciencia cierta, -respondió el narrador -ella iba y venía a su antojo hasta que no volvió más”.
Me incorporé para cargar mi cuba libre a la vez que pensaba en el encanto de Orfeo y Eurídice, pero en esencia lo que había oído era una especie de hechicería barata. No pensaba mal del narrador, ¿acaso no conozco personas que han utilizado todo su poder para hacer regresar la persona amada? ¿Acaso no es el dinero una especie de magia, un “influjo demoniaco” una cena, una casa de campo, una piscina, un viaje exótico y maravilloso…?
Historia II
Pensé que el amigo había terminado. Se puso a atender a asuntos más terrenales de su competencia. Una rara atmósfera flotaba entre los presentes, difícil de explicar. De pronto el narrador volvió a la mesa y empezó a hablar de nuevo.
“…les acabo de contar mi historia con “Elena…” pero lo que le pasó a R… no lo van a creer. Ustedes saben que él tiene una empresa grande en la autopista. Un día la mujer lo sorprendió haciendo el amor en el baño con una de las cajeras. El rompimiento fue inmediato, ella le puso el divorcio y se fue al extranjero con sus hijos. Un día vino él a visitarme, estaba al tanto de mi situación. Era de noche cuando se presentó, tenía un aire furtivo y extraño. Después de los habituales saludos me dijo de inmediato que él conocía mi caso y lo mal que andaba, pero que esto no era nada comparado con lo que a él le había sucedido. Reconocí sin rodeos la superioridad de su problema. Mi caso era prácticamente una tontería.
– “Y aunque tú no lo creas” -me dijo- “mi mujer llega mañana a arreglarse conmigo.”
Pensé había escuchado mal.
– ¿Qué tú mujer llega mañana? ¿A arreglarse contigo? -eso no puede ser -le rebatí
-Pa’ que sepa’ mi hermano, el vuelo llega a las 5:00 de la tarde -contestó con firmeza. El brujo me la trae de regresó
– ¿El brujo? ¿Como así? -le pregunté sorprendido.
Era un brujo de Esperanza, con poderes extraordinarios me explicó. Su mujer no solamente regresaba al otro día en la tarde, sino que lo llamaba continuamente para saber cómo se encontraba, parecía haber olvidado lo sucedido. Me dijo, además, que, aunque yo no creyera en “brujerías” quería que yo lo acompañara a Esperanza al otro día en la mañana, a un encuentro con “los poderes”. Accedí de mala gana. La experiencia con el santero no había sido la mejor. Llegué a la empresa antes que el personal, esa noche no pude dormir ilusionado. Esperaba impaciente al amigo, cuando de repente empiezo a ver la llegada de vehículos policiales con luces y sirenas. De uno de los vehículos se desmontó alguien parecido a un fiscal o un juez. La mujer había regresado antes de lo previsto y le estaba embargando todos sus bienes, incluida la empresa donde me encontraba. La actitud de concordia no era más que una farsa. “El encanto” había fallado otra vez…”