La vida social se hace compleja pues nos obliga a negociar internamente, entre nuestras necesidades e intereses personales y las necesidades e intereses colectivos. Según Freud, es lo que está en juego en la dinámica de la personalidad entre el id (principio de placer), el superyó (principio moral) y el yo (principio de realidad).
La evidencia apunta a que dicha dinámica no se explica solo por los aspectos biológicos que nos caracterizan como personas individualmente, sino además por los procesos extraordinarios en que nos vemos envueltos desde el nacimiento en nuestra socialización en el marco social y cultural en que vivimos.
¿Qué nos impulsa y motiva a actuar? No es una pregunta simple como tampoco lo es su respuesta. En las ciencias del comportamiento las respuestas son variadas y complejas: desde la motivación sexual, la tendencia hacia niveles más altos de desarrollo, las necesidades, los rasgos de personalidad, y muchos otros factores.
Filósofos, científicos, poetas, han colocado el amor como la categoría central que nos impulsa a la vida. Para Yela el amor tiene una gran importancia en nuestras vidas, pues en lo personal puede ser el culpable de nuestra felicidad o desdicha, y en lo social, la base de la relación de parejas y de la estructura social básica: la familia.
Según Fromm el amor es un arte y no por otra razón tituló una de sus obras como El Arte de Amar. Según él, el amor requiere de esfuerzo y conocimiento y que como cualquier otro arte, se aprende. Como un acto delibrado aprendemos a amar, siendo el amor el acto más profundo y humano del ejercicio de la voluntad.
El amor, en su máxima expresión, nos hace libres. No por otra razón el texto de San Pablo a los Corintios tan referido en diferentes situaciones nos invita a ser pacientes, benignos; a no tener envidia ni presumir; a no ser engreídos como tampoco indecorosos ni egoístas. A no llevar cuentas del mal, ni alegrarse de las injusticias…
En una hermenéutica más contemporánea de dicho texto plasmada en la edición 5ª de octubre 2018 de la Biblia de Jerusalén, el concepto de amor se concretiza en la caridad, como un don que supone una actitud y comportamiento más concreto frente a los demás. Es un amor de benevolencia que requiere como condición el bien ajeno.
La carta de Pablo a los Corintios fue escrita en un contexto social y político muy concreto, caracterizado por el crecimiento económico de la provincia de Acaya, pero también por el florecimiento en ese mismo contexto de la cultura pagana, el desafuero moral, las divisiones y contradicciones doctrinales.
Por otra parte, en el marco de nuestra cultura el amor supone el apego, de esa manera se nos enseña y así aprendemos amar desde la posesión del otro. Llegamos a asumir que el amor al otro supone su posesión y de alguna manera, la negación de su libertad de amar.
En esa lógica, lo que debería constituirse en una condición para el florecimiento de la persona en su propia libertad, se convierte y constituye en una situación esclavizante, negadora de la esencia misma del ser por cuanto está sujeta al tener del otro o la otra. Es lo que caracteriza la relación de muchas parejas como incluso, la relación parental.
Esta última, la relación parental, se estructura desde el vínculo que une a los padres con sus hijos e hijas, debiendo estar caracterizada por la intimidad y la cercanía, el cuidado y la comunicación, la construcción de la afectividad como el desarrollo de la identidad personal.
En determinadas condiciones de desestructuración de la relación familiar, con independencia de las condiciones materiales de vida y culturales, este proceso de ve afectado colocando a las personas en su desarrollo infantil y adolescentes, en situaciones de riesgos que le afectarán en su desarrollo y vida futura.
La violencia social e intrafamiliar es hoy uno de los factores más graves para la salud y el desarrollo de la vida infantil y adolescentes, así mismo el consumo de alcohol y otras sustancias que producen alteraciones neurocognitivas y conductuales, con sus secuelas en el ámbito emocional, social y escolar.
Las relaciones sexuales a temprana edad y el consecuente embarazo de las adolescentes las coloca en una doble situación de riesgo, tanto en el ámbito de su desarrollo psicológico como social, lo que las conduce generalmente hacia la indefensión o desesperanza aprendida, frente a una realidad que las desborda.
Las políticas públicas, especialmente las referidas a educación, deben servir para promover y desarrollar en la población no solo mayor conciencia de esta realidad sino también, una cultura centrada en el vínculo amoroso y la ternura, promoviendo relaciones de respeto y armonía consigo mismo, los demás y el entorno.
Aprender a ser y aprender a vivir juntos, con el aprender a conocer y aprender a aprender, como bien proponía Delors en su libro La Educación encierra un tesoro, deberían ser la base, los pilares de una educación centrada en el desarrollo y los aprendizajes para todos y para toda la vida.
Educar en el amor, es educar hacia el ejercicio de la libertad y la responsabilidad. La escuela, como elemento clave en la educación, debe contribuir con la transformación de actitudes y prácticas personales y sociales de comprender y enfrentar los problemas cotidianos de la vida, haciendo posible que los alumnos se transformen en agentes de cambios.