La extirpación de la tiranía de Rafael Trujillo se hizo imprescindible no solo en el ámbito nacional, sino a nivel internacional, de ahí que gobernantes con graves diferencias ideopolíticas hicieran notables esfuerzos para combatir este régimen. En esa tarea coincidieron Fidel Castro y sus adversarios Rómulo Betancourt, José Figueres y Muñoz Marín, gobernador de Puerto Rico. En el Departamento de Estado de los Estado Unidos, llegó un momento que se aceptó de modo relativo como la terapia más adecuada colaborar con el proyecto de superación del trujillato.
Esta decisión norteamericana fue adoptada en las postrimerías de la administración del presidente republicano Dwight D. Eisenhower, quien fue reemplazado en enero de 1961 por el presidente demócrata, John F. Kennedy. Se trataba de una decisión de Estado, vigente hasta el mes de abril, cuando se produjo la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba, aplastada por la revolución que encabezaba Fidel Castro.
A partir de esos momentos aunque no ha sido auscultado nada que lo reafirme de modo claro, el Departamento de Estado no quiso involucrarse de manera abierta en el problema Trujillo. Se estima esta actitud fue asumida por la posibilidad remota que se produjera en Dominicana una revolución tipo Cuba. Solo existía el precedente que en el año anterior Trujillo permitió una breve presencia del MPD que se proclamaba marxista y recibió una buena acogida, no obstante esa recepción fue principalmente buscando salir de Trujillo.
El senador George Smathers y William Pawley, asociados de Trujillo fueron enviados en 1960 a tratar de convencerlo para que abandonara el poder, obviamente fracasaron. Según el general trujillista Arturo Espaillat (Navajita), Pawley le expresó al “Jefe” que había llegado el momento de hacer las maletas. (Arturo Espaillat. Trujillo: Anatomía de un dictador. Ediciones de Cultura Popular, S. A. Barcelona, 1967. p. 24).
Con semejantes propósitos también llegó como emisario el general retirado E. Norman Clark, amigo personal de Trujillo. Clark previamente se había reunido con el presidente Eisenhower, quien le ordenó se atribuyera un plan personal ante Trujillo para promover una transición del poder en Dominicana, garantizándole sus bienes en el exterior. Esto tampoco prosperó. (Bernardo Vega. Los Estados Unidos y Trujillo. Los días finales 1960-1961. Colección documentos del Departamento de Estado. Fundación Cultural Dominicana. Santo Domingo, 1999. pp. 159-161).
Flor de Oro Trujillo, la primogénita del “Jefe”, escribió en sus Memorias que Joseph Farland, embajador de los Estados Unidos, fue a visitarla a su casa de manera sorpresiva en 1960, se presentó solo en el carro de su esposa para que no lo siguieran (el embajador salió del país en mayo); le sugirió convenciera a su padre para que se retirara, alegando existía un movimiento clandestino contra él, recomendándole ir a vivir a Virginia, donde podría criar caballos y vacas como era su predilección.
Flor de Oro no se atrevió a trasmitir el engorroso mandado de modo directo, usó como intermediario a su tío Negro Trujillo. Describió que luego lo cuestionó sobre la reacción del susodicho ante el mensaje, respondiendo: […] “absolutamente nada”, fue la respuesta críptica, “Excepto preguntarme cuándo fue dada”. (Flor de Oro Trujillo. Trujillo en la intimidad según su hija Flor. Bernardo Vega, editor. Fundación Cultural Dominicana. Santo Domingo, 2009. pp. 18-20).
Tras las sanciones contra el Trujillato adoptadas en la conferencia de cancilleres de Costa Rica en agosto de 1960, la situación económica para el Estado dominicano se tornó crítica. Cabilderos trujillistas diligenciaban que la cuota azucarera en el entonces mercado preferencial de Estados Unidos que le fue retirada a Cuba, se adjudicara a la tiranía criolla. Logrando conseguir se le asignara la compra de 322,000 toneladas de azúcar, pero el presidente Eisenhower vetó la negociación. (Lauro Capdevila. La dictadura de Trujillo. Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 2000. pp. 314-315).
En el primer trimestre de 1961 funcionarios trujillistas intensificaron el lobbysmo en Washington procurando la normalización de las relaciones, pretendían la mediación de Joseph Kennedy, padre del presidente, querían este se reuniera en un barco con Trujillo, petición que fue descartada. El “Jefe” insistía de manera particular se levantaran las sanciones comerciales.
Asumiendo como pretexto la iniciativa trujillista de negociar, se envió a Ciudad Trujillo de manera secreta un representante del presidente Kennedy en abril de 1961, para persuadir al “Jefe” que abandonara el poder garantizándole podría disfrutar en otro lugar de su fortuna. John Bartlow Martin, primer embajador de Estados Unidos tras el ajusticiamiento, en su libro sobre los conflictos dominicanos, sin mencionar el nombre del diplomático, ni a quien representaba, resaltó: “Pero el Generalísimo se mantuvo como pudo. A la sugerencia de un diplomático de que se retirase replicó: “Señor embajador, me retiraré cuando me maten”. (John Bartlow Martin. El Destino Dominicano. La crisis dominicana desde la caída de Trujillo hasta la guerra civil. Editora de Santo Domingo, S. A. Santo Domingo, 1975. p. 52).
Cucho Alvarez de los íntimos colaboradores de Trujillo, apuntó sobre el mismo caso que a principio de mayo de 1961 acompañó al “Jefe” a una reunión secreta en el Hotel Embajador con un funcionario de la embajada de Estados Unidos, que representaba al presidente Kennedy. La reunión fue entre Trujillo, el enviado y un intérprete. Alvarez y el ayudante militar de Trujillo (Marcos Jorge Moreno) observaron a través de un amplio cristal. Anotó que por los gestos del tirano la conversación no fue cordial, de modo brusco este abandonó la reunión, sin despedirse. Refería Cucho Alvarez, que de regreso al Palacio:
“En el trayecto, Trujillo comentaba en susurros: “estos gringos se creen que soy pendejo”.
“Llegamos a Palacio y no fue hasta que entramos al despacho que Trujillo me narró la conversación el personaje norteamericano”.
“-Estos cabrones, me dijo, mandan a un carajo a decirme que debo renunciar y vivir en el exterior, gozando de mi fortuna. Me proponen todas las garantías necesarias si accedo a sus deseos ¿Qué te parece? -Que es un atrevimiento , respondí. A seguidas pregunté:
-Y cuál fue su respuesta, Jefe? -Le dije que yo moriría con las botas puestas, pero que jamás me iría del país como un cobarde”. (Virgilio Alvarez Pina. La Era de Trujillo. Narraciones de don Cucho. Editora Corripio, C. por A. Santo Domingo, 2008. pp. 139-140).
En su comentario Cucho Alvarez tampoco mencionó el nombre del carajo o funcionario que vino a solicitar la salida de Trujillo a nombre del presidente Kennedy. Robert Crassweller en su famoso libro sobre la tiranía, explica que el funcionario se trataba de Robert D. Murphy, resaltando la entrevista fue en el mes de abril, previo a la invasión de Bahía de Cochinos. Señaló fueron tres entrevistas, Murphy preguntó a Trujillo que podría pasar en el país cuando el faltara? De acuerdo a Crassweller, este respondió: […] yo no soy el presidente de la República. El presidente es este señor (y señaló al doctor Balaguer), y lo lógico es que las cosas vayan bien. Ese no es problema”. (Robert Crassweller, Trujillo la trágica aventura del poder personal. Editorial Bruguera, S. A. Barcelona, 1968. p. 440).
Igor Cassini, agente de Trujillo, acompañó a Murphy (posiblemente el traductor en la reunión) un año después informó al famoso diario New York Times, sobre la visita, “aclarando” que la reunión fue con Balaguer y Trujillo “estuvo presente brevemente en la reunión”. (Bernardo Vega. Los Estados Unidos y Trujillo. Los días finales 1960-1961. Colección documentos del Departamento de Estado. Fundación Cultural Dominicana. Santo Domingo, 1999. p. 597).
Robert D. Murphy había ocupado el cargo de subsecretario de Estado para asuntos políticos en el Gobierno de Eisenhower. La administración Kennedy no quiso involucrar en el asunto a sus funcionarios principales. Se ha planteado que la prioridad del presidente era la llamada Alianza para el progreso y que solo a regañadientes colaboraba con las dictaduras militares. (Willi Paul Adams. Los Estados Unidos de América. Siglo Veintiuno Editores. Decimocuarta edición. Madrid, 1988. p. 386).
El Gobierno de Estados Unidos consciente de lo que se estaba incubando en Ciudad Trujillo, quiso ofrecerle una oportunidad de salvar su vida al antiguo colaborador, cuya prepotencia no le indujo a tomar la seña implícita de la solicitud para que abandonara el poder. Hay que convenir que la administración Kennedy aunque no estaba de acuerdo con el atentado, actuó de manera higiénica, pudo y no lo hizo alertar al tirano que se cuidará sin ofrecer los detalles que conocía, para no comprometer a las personas que giraban en torno a ellos.
El “Jefe” era un político muy hábil, pero no razonó la metáfora de la insistente gestión para que dejara el poder. Cómplices muy diestros y cercanos como Balaguer y Cucho Alvarez tampoco captaron el trasfondo de los mensajes. Balaguer solo hizo elucubraciones postmorten, divulgando que en determinado momento a Mony Sánchez amante de Trujillo, este le manifestó: “Mis enemigos me están asechando. Tal vez sea el de esta noche nuestro último encuentro”. (Joaquín Balaguer. La palabra encadenada. Fuentes Impresores, S. A. México, 1975. p. 296). Pudo ser cierta la expresión, pero en la práctica en los días previos al ajusticiamiento no se hizo ninguna redada de alta trascendencia contra opositores.
Al discurrir cuatro décadas, Balaguer entrevistado por el ilustre periodista Radhamés Gómez Pepín reiteró que desconocía todo indicio de conspiración para ejecutar al “Jefe”:
“Todos veíamos en el ambiente una situación difícil, caldeada, que estaba digamos casi tocando las manos a la tragedia, pero nadie podía pensar que eso sería tan pronto… Yo hubiera sido un traidor si hubiera sabido una cosa contra él [Trujillo] y no se la hubiera revelado, pero eso no es verdad. Yo lo juro ante Dios que nunca supe nada de eso ni lo pude saber”. (Juan Daniel Balcácer. Trujillo el tiranicidio de 1961. Taurus. Santo Domingo, 2007. p. 379).
Cucho Alvarez refirió que en la segunda semana de mayo de 1961 mientras el y Paíno Pichardo conversaban con el mandamás a bordo del yate Angelita, este les dijo: “-¡Los dejo pronto!” Paíno se apresuró y le preguntó. -Jefe, ¿pero es que usted se siente algo? -No, que va, respondió Trujillo. Estoy perfectamente bien, pero yo sé lo que les digo y que no se hable más de eso”. (Virgilio Alvarez Pina. Obra citada p. 154).
Cucho Alvarez también comentó que en el mes de abril mientras recorría la frontera con el “dueño del país”, el general Manuel García Urbáez informó a Trujillo que Juan Tomás y Modesto Díaz estaban inmersos en un complot contra él. De acuerdo a Cucho Alvarez, Trujillo dijo que un hijo del viejo Lucas Díaz no me traiciona nunca. (Virgilio Alvarez Pina. Obra citada p. 147). Pese a estas declaraciones García Urbáez fue apresado tras la ejecución de Trujillo, dada su amistad con René Román Fernández,.
Hasta donde se sabe solo se consignaron indicios de la conspiración en Santiago, al gobernador José Antonio Hungría le llegó una carta anónima o pasquín denunciando que en la Capital se preparaba algo contra la vida de Trujillo, y se solicitaba eliminar a Antonio de la Maza. (Miguel Angel Bissié. Trujillo y el 30 de mayo. En honor a la verdad. Testimonio. Susaeta Ediciones Dominicanas. Santo Domingo, 1999. p. 113).
Hungría remitió la carta al jefe titular del SIM, coronel Roberto Figueroa Carrión, pero no pasó nada. Se puede conjeturar se actuaba con mucho cuidado frente a Antonio de la Maza, porque el FBI siempre sospechó del supuesto suicidio de su hermano Octavio, a quien precisamente venían a investigar cuando se produjo su muerte. Se le imputaba el asesinato del piloto norteamericano que transportó en un avión a Jesús de Galíndez, secuestrado por órdenes de Trujillo y se realizó una exhaustiva investigación, Galíndez era miembro del FBI. Es lógico que por ese importante detalle no se actuara de modo precipitado contra Antonio de la Maza, si es cierto que el pasquín existió.
El mayor Generoso Gómez, ayudante de Negro Trujillo señaló que tras los sucesos del 30 de mayo fue testigo de un interrogatorio de Ramfis Trujillo a Johnny Abbes, este explicó que le entregó un listado al “Jefe” con los nombres de los conjurados, pero no recibió orden de actuar. (Generoso Gómez. Trujillo la noche trágica. 30 de mayo 1961. Editora El Nuevo Diario. Santo Domingo, 1996. pp. 137-138) En esos momentos Johnny Abbes trataba de defender su vida ante un Ramfis enfurecido, de conocer la situación sin dudas habría actuado.
Nunca se evidenció una acción práctica para prevenir el atentado que ciertamente se desconocía, ni se disminuyó la seguridad normal en torno al “Jefe”. El mejor ejemplo es que el recorrido nocturno a pie de Trujillo y su séquito desde la Máximo Gómez al Malecón, hasta el último día se realizó con la fuerte custodia militar habitual. Esa era una actividad que podría suspenderse ante cualquier sospecha, tampoco fueron paralizadas las visitas dominicales del tirano al Hipódromo Perla Antillana, mucho menos los viajes cuasi solitarios a la Hacienda Fundación.
La participación de los Estados Unidos desde un principio fue gestionar la salida de Trujillo mediante una transición, probablemente con Balaguer a la cabeza. En la opción del complot se limitaron a la entrega de dos carabinas M-1 que habían quedado en su embajada, después de la ruptura de relaciones de los países de América con la tiranía. El operativo de entrega estuvo a cargo de Lorenzo Berry (Wimpys) propietario de un supermercado y vinculado a la CIA, quien las entregó a Severo Cabral un reconocido militante antitrujillista, que a su vez las pasó a Antonio de la Maza, el 7 de abril.
El equipo de la conspiración patriótica, había solicitado ametralladoras de asaltó que llegaron a Ciudad Trujillo en la valija diplomática de la embajada. No obstante, el 17 de abril se ordenó no fueran entregadas a los tiranicidas ante la derrota de Bahía de Cochinos, evidenciando que el Gobierno de Estados Unidos se desvinculaba del intento de ejecutar a Trujillo. (Bernardo Vega. op. cit. p. 589).
Los conspiradores continuaron con el proyecto de motu proprio, obtuvieron otras armas y no se arredraron ante la falta de apoyo norteamericano. Juan Daniel Balcácer describió el heterogéneo arsenal de los tiranicidas:
“Para ultimar a Trujillo, los conjurados utilizaron dos escopetas Remington, calibre 12, modelo 11, recortadas; dos US carabinas calibres 30 M-1; una pistola Colt, automática, calibre 45, modelo Commander; una pistola Colt, automática, calibre 45; una pistola Smith & Wesson, modelo 39, calibre 9 mm; una pistola Luger U.R.A., modelo 1915, calibre 9 mm; y un revolver Smith & Wesson, calibre 38; en total nueve armas, de las cuales sólo la pistola Luger, propiedad de Roberto Pastoriza no fue utilizada […] (Juan Daniel Balcácer. Obra citada p. 169).
Teodoro Tejada que en funciones de fiscal fue involucrado la misma noche del 30 de mayo en la cacería contra los tiranicidas, escribió un libro sobre su participación en el caso, y según sus interrogatorios compulsivos (no del todo creíbles) las armas fueron distribuidas a los participantes de la siguiente manera:
“Antonio Imbert portaba un revólver «Colt» 38; De la Maza, una escopeta de cañón recortado y una ametralladora «San Cristóbal»; el teniente García Guerrero, una ametralladora «San Cristóbal» y su pistola de reglamento calibre 45; y Pedro Livio Cedeño, un fusil automático «M-1» y un revolver «S-W» calibre 38. En el piso del coche había otro fusil automático «M-1», por si había necesidad de usarlo”.
“Salvador Estrella, conductor del «Mercury», portaba un revólver «Colt» 38 y una escopeta recortada. Huáscar Tejeda y Roberto Pastoriza, en el «Versailles», estaban armados, el primero, con una pistola «S-W» calibre 45, de cañón corto, y el segundo, con un revolver «Colt» 38. Todos llevaban abundantes cápsulas para las armas a usar”. (Teodoro Tejeda. Yo investigué la muerte de Trujillo. Plaza & Janes, S. A. Barcelona, 1963. pp. 74-75).
Antonio de la Maza fue no solo el gran protagonista del tiranicidio, sino el más importante inversionista en la jornada, adquirió un carro Chevrolet Biscayne que tenía un potente motor de la General Motor, idéntico a los usados por la policía norteamericana. También compró los restos de un Cadillac dorado que se precipitó por un barranco, para aprovechar su poderoso motor, que en un taller de Santiago fue adaptado a un carro Olsmobile. (Eduardo García Michel. 30 de mayo. Trujillo ajusticiado. Susaeta Ediciones Dominicanas, C. por A. Segunda edición. Santo Domingo, 2001. p. 63).
Los ajusticiadores armaron la logística operativa y posiblemente lo más importante, la integración de dos héroes que conocían las andadas furtivas del tirano, el teniente Amado García Guerrero, del cuerpo de ayudantes, y Miguel Angel Báez Díaz, de sus asistentes. Ambos asqueados por los crímenes de la tiranía, fueron claves para ubicarlo.
La ejecución del proyecto fracasó en dos intentos (los miércoles 17 y 24 de mayo) porque el objetivo no cruzó por el lugar previsto. En vez del miércoles 31 de mayo como se esperaba, el martes 30 se presentó de repente la oportunidad de la acción y sin temor de que no se pudiera concretizar la toma del poder o sea la segunda parte del operativo, se decidió asumir el mayor y glorioso compromiso que era extirpar al tirano.
No solo el general René Román Fernández ignoraba el desarrollo del tiranicidio ese día, sino el Gobierno de los Estados Unidos. El siempre bien informado Lorenzo Berry (Wimpys), también fue sorprendido, pero rápidamente pudo captar los rumores de un atentado a Trujillo que al poco tiempo se regaron como pólvora en la clase media y alta, e hizo esfuerzos por confirmarlo con los tiranicidas reclamando una llamada de Antonio de la Maza, dejando un número de teléfono para que lo llamara de urgencia.
Finalmente de la Maza le respondió la llamada confirmando el acontecimiento en clave, diciéndole: “El bistec estaba muy bueno, mándame mañana más carne”. (Miguel Angel Bissié. Obra citada. p. 78). Tras la confirmación Berry lo trasmitió a sus instancias superiores. El miércoles 31 en París, donde se encontraba el presidente Kennedy, su secretario de prensa Pierre Salinger, anunció la muerte de Trujillo tras un atentado.
Hans Paul Wiese Delgado, funcionario muy próximo a Trujillo, escribió un importante libro sobre la “Era”, recoge este aspecto de la posible participación de los Estados Unidos en el tiranicidio, que en 1996 fue retomado por el escritor norteamericano Cristopher Matthews, en un libro intitulado Kennedy and Nixon. En la obra se revela que Richard Nixon cuando aspiraba a la reelección presidencial en 1972, para frenar a su potencial adversario demócrata Edward (Ted) Kennedy, hermano de John y Robert, ordenó publicar los archivos de la fracasada invasión de Bahía de Cochinos, y las muertes de los tiranos de Vietnam y Dominicana, Ngo Dinh Diêm y Trujillo respectivamente. En el caso de Trujillo se acentuaba que la administración Kennedy dotó de armas a sus ejecutores y el anunció de su muerte por parte de Salinger. (Hans Paul Wiese Delgado. Trujillo. Amado por muchos, odiado por otros, temido por todos. Editorial Letra Gráfica. Santo Domingo, 2000. p. 528).
Al evaluar el tema se puede comprobar que las acciones para neutralizar a Trujillo involucraron a dos gobiernos de Estados Unidos, y el objetivo esencial era este abandonara el país. Que la participación en el complot magnicida solo fue el suministro de dos fusiles M-1, desvinculándose Estados Unidos del asunto luego del fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba. A partir de esos momentos el resto del arsenal se lo agenciaron los tiranicidas, así como la logística del operativo. La primicia de Salinger al anunciar la muerte de Trujillo, fue por las habilidades de Lorenzo Berry (Wimpys), que inmediatamente olfateo el asunto, conocedor de la trama logró confirmar el ajusticiamiento. Sin dudas fue una conspiración patriótica de factura local.