A todos nos sorprendió lo que no debía asombrar a nadie, la inundación de importantes tramos de la ciudad de Santo Domingo ante un prolongado aguacero macondiano. Desde hace mucho tiempo las condiciones del alcantarillado pluvial de la ciudad están en marcada condición de deterioro, aptas para las ocurrencias de fatídicos acontecimientos de esta naturaleza, tras el crónico imperio de la displicencia en la recogida de la basura y la limpieza del alcantarillado en los lugares pertinentes.

 

Obviamente las inundaciones no constituyen un problema nuevo, desde tiempos muy remotos la ciudad ha sido asediada por este tipo de fenómenos adversos, como consecuencia de la desidia de los encargados de enfrentar esos inconvenientes en cada momento histórico.

 

Francisco Veloz en su importante obra La Misericordia y sus contornos (1894-1916), refería que en el entonces centro de la ciudad, por la ausencia de  desagües para el agua lluvia en las calles dispuestas de Norte a Sur como la Hostos, 19 de Marzo, Sánchez, Santomé, Espaillat y Palo Hincado conducían las aguas residuales al mar cuando llovía:

[…] no solo recibían estas aguas, que aumentaban su caudal, sino las que venían de las alturas, que no solo las engrosaban, sino que destruían las calles por la violencia con que corrían a su destino. Esa es la razón por lo siempre estuvieron en más malas condiciones las últimas que las primeras, tanto para el tránsito de vehículos como para los peatones, no solo por los charcos o baches, pues estos los había en todas calles de la ciudad cuando llovía, muchos ocasionados por los caños de las casas y de la iglesias, que eran más de 2,000 que incrustados al borde de los edificios, lanzaban con violencia a la calle las aguas recogidas”.  (Francisco Veloz M. La Misericordia y sus contornos (1894-1916).  Editorial Arte y Cine, C. por  A.  Santo Domingo, 1967. p. 239).

 

En la tristemente célebre “Era de Trujillo” pese a la insistente propaganda oficial de “progreso”, el problema de las inundaciones de calles persistía en gran medida. Alba E. Burgos Weber en su libro Datos y relatos de ayer, anotó para la historia que durante los famosos aguaceros de mayo:

“Frecuentemente se llenaban las calles de agua más arriba del nivel de las aceras, ocasionando serios problemas principalmente a los residentes de viviendas cuyos pisos estaban más debajo de ese nivel”.  (Alba E, Burgos Weber. Datos y relatos de ayer. Impresora Soto Castillo, S. A. Santo Domingo, 2008. p. 93).

 

El distinguido ingeniero Moncito Báez que trabajó en la construcción de las calles de la ciudad, describió que en la mentada “Era” se ordenó a propietarios de casas y/o  inquilinos asumir la construcción de las aceras y cunetas en el tramo donde residían, provocando que algunos se consideraran los dueños de esos tramos que constituían parte de las vías públicas. Moncito Báez llegó a apuntar: “¿Cuántas veces no tuvimos que bajar de la acera, dar las buenas noches para subir de nuevo y seguir nuestro camino?  (José Ramón Báez López-Penha. Por qué Santo Domingo es así. Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 1992. pp. 109-110).

 

Refiriéndose a las calles dispuestas en dirección hacia el mar, estableció con los aguaceros se convertían en genuinas cañadas o zanjas, indicando se formaba un torrente en el cruce de las calles 19 de Marzo con Arzobispo Portes, donde llegaron a ahogarse niños que se bañaban en la laguna formada allí. (José Ramón López. Obra citada. p. 113).

 

Lo deplorable es que esas deficiencias del pasado dominicano, todavía estén presentes.

 

Principalmente tras la superación del trujillato brigadas del Ayuntamiento y el Ministerio de Obras Públicas se dedicaban a realizar la labor de “plano inclinado”, limpiar de desechos el alcantarillado pluvial y se podía observar como se extraían numerosos trozos de lodo que se acumulan en esos desagües de la ciudad. Desde hace mucho tiempo ese proceso brilla por su ausencia.

 

Lo peor es la basura, se imputa de esta grave anomalía a la población que lanza desperdicios a las calles, cuando se sabe que todos los seres humanos producen desechos orgánicos y no orgánicos que deben ser retirados de los hogares.  Los orgánicos por suerte funcionan a medias los mecanismos de desechos cloacales, aunque en los últimos años se ha convertido en una moda en los varones realizar el proceso de orinarse en las calles.  Negocios públicos donde se concentran los ciudadanos como las bancas deportivas y los colmadones deben ser obligados a instalar mecanismos para la disposición de estos desechos orgánicos. Se ha impuesto el modelo de los vecinos territoriales del occidente insular.

 

En lo relativo al alcantarillado la solución es insistir en la instalación de un adecuado mecanismo de drenaje pluvial y sanitario en los lugares donde no existen, y retomar el mantenimiento en las zonas que cuentan con ellos, volviendo a mantenerlos limpios principalmente en los periodos de lluvias.

 

En torno al muy grave trastorno en la eliminación de los desechos no orgánicos o basura, en las últimas décadas nos han acostumbrado principalmente en los barrios que en cada zona existe un “vertedero callejero”, todos depositan la basura en ese lugar, generalmente en fundas plásticas amarradas.

 

A partir de los improvisados “vertederos callejeros” nos adentramos en el más grave dilema, la ciudad está saturada de enfermos mentales que deambulan de manera incontrolada, la psiquiatría moderna aconseja no encerrarlos sino tratarlos ambulatoriamente, este procedimiento psiquiátrico ha funcionado en otros lugares. Aquí el manejo es dejarlos hacer lo que quieran en las vías públicas, y estos ubican sus “vertederos callejeros” favoritos, rompiendo todas las fundas buscando alimentos para ingerirlos, dispersando la basura que consideran innecesaria para sus propósitos de subsistencia. A esta anomalía se adhieren los “buzos de tierra”, ciudadanos que escudriñan en los susodichos “vertederos callejeros” objetos de utilidad para venderlos en los mercados de las pulgas, usted pasa por uno de esos lugares y es una verdadera antesala del infierno.

 

A los residenciales de modo correcto se les exige a la hora de diseñar el plano de la construcción deben erigir un área para los desechos. Muchos de ellos no tienen seguridad y los maroteadores de basura también los penetran husmeando cosas de interés, regando la basura por doquier.

 

La basura en los países organizados se deposita en contenedores, aquí se escuchan muchas posibles soluciones pero esta palabra «contenedor» está ausente cuando se discurre sobre posibles soluciones del problema. Podría ser muy costoso dotar la ciudad de contenedores, pero es la salida más inmediata para los “vertederos callejeros” y así quitarles el dañino empleo a los maroteadores de basura. Obviamente contenedores de los que se puede depositar basura y que solo la extraen los camiones recolectores, porque si no estaríamos en las mismas quinientas.

 

Seriamos injustos si atribuimos este problema al actual Ayuntamiento del Distrito Nacional, que ha heredado esta calamidad pública y la enfrenta con relativo dinamismo, enviando brigadas a las calles durante todo el día a recoger la basura regada, depositándolas en grandes fundas negras hasta que llegan los camiones recolectores, fundas que también rompen los incontrolables “buzos de tierra”, cuando los camiones se dilatan por pasar. Se trata de un inconveniente muy añejo, pero se debe afrontar para solucionar de modo definitivo.

 

No obstante, es pertinente cuestionar que el actual cabildo emprenda una reconstrucción de aceras y contenes (por donde se desliza el agua lluvia) en las urbanizaciones de clase alta y media alta, que generalmente tienen aceptables aceras y contenes, mientras los más necesitados de estos arreglos los barrios populares han quedado en stand by.

Ojala que llueva café y no nos sorprendan tan desprevenidos otras inundaciones pluviales, para evitar seguir ofrendándoles vidas útiles a la execrable guadaña de la muerte.