El próximo 22 de abril se cumplen 300 años del nacimiento de Immanuel Kant, uno de los filósofos más influyentes en la historia de la cultura occidental.
Con frecuencia, a Kant se le mira como un teórico del conocimiento debido a su preocupación por la naturaleza de la ciencia y su influencia en el desarrollo de la Epistemología, la disciplina filosófica encargada de reflexionar sobre los limites y alcances del conocimiento científico.
Su afirmación de que los sujetos perciben y conocen el mundo a partir de un conjunto de presuposiciones que configuran los fenómenos es una de las ideas más brillantes e influyentes en la historia de la filosofía occidental.
Sin embargo, la filosofía de Kant es más que un proyecto epistemológico. Constituye un programa que parte de la pregunta sobre los límites del conocimiento y avanza hacia las preguntas sobre los fundamentos de la acción moral. Esta preocupación va dirigida a llevar a cabo un ideal de organización racional de la sociedad de acuerdo con el fin de la Ilustración.
Kant definió la Ilustración como “la salida del hombre de la minoría de edad en que, autoculpablemente, se hallaba”. (Qué es la Ilustración). Cierta revisión crítica de la Ilustración menosprecia el sentido del programa iluminista sintetizado por Kant en los lemas: “¡Atrévete a saber!” y “¡Ten el valor para disponer de tu propia razón!”
Independientemente de sus sesgos y sombras, el pensamiento de Kant y de los iluministas constituyó un momento estelar del desarrollo espiritual de la humanidad que significó un esfuerzo teórico por resolver la tensión entre la emergente ciencia moderna y un mundo que dejara espacio a la libertad y responsabilidad humanas; así como una propuesta de ciudadanía sin la que no existirían hoy las actuales sociedades democráticas occidentales.
En este sentido, el legado de Kant no solo se transmite a la discusión epistemológica contemporánea, sino también al debate sobre un ideal de humanidad y ciudadanía que abordaremos en nuestro próximo artículo.