La instalación del Gobierno de Horacio Vásquez el 12 de julio de 1924   desde el primer instante fue aprovechada por las fuerzas vinculadas al ocupante exógeno para promoverlo como un acontecimiento que produjo la salida de las tropas interventoras ese día. Algo totalmente incorrecto, programado con el propósito de montar una falsa aureola de patriotismo en torno al gobernante seleccionado para continuar con el control político, económico y militar del país por el Gobierno de Estados Unidos, como había sido dispuesto en el infamante Plan de evacuación Hughes-Peynado. Lamentablemente hoy a 98 años de estos acontecimientos, se persiste en la burda herejía de presentarnos esta fecha como una epopeya similar al 27 de Febrero de 1844 y el 16 de Agosto de 1863.

Ya producida la invasión norteamericana de 1916, los políticos tradicionales se inhibieron de la lucha militante contra esta acción de fuerza en detrimento del Estado dominicano. Los lideres de los gallos bolos y coludos adoptaron actitudes de manilos. La movilización nacional e internacional por el rescate de la soberanía, correspondió al destituido presidente Francisco Henríquez y Carvajal y al movimiento nacionalista encabezado por Américo Lugo, Fabio Fiallo, Luis C. del Castillo, Peña Batlle, Rafael Bordas y Viriato Fiallo entre otros distinguidos ciudadanos.

Este núcleo patriótico desplegó una ardua campaña denunciando la usurpación del poder político en Dominicana. A nivel internacional fueron organizadas dos comisiones para procurar la solidaridad con la causa de la desocupación militar. Mientras una se desplazó por  América del Sur, la otra visitó los Estados Unidos para allegarse la buena voluntad de los sectores cívicos y sociales de la gran nación del Norte.

Max Henríquez Ureña de los comisionados que visitaron la América Meridional, asentó en su libro Los Yanquis en Santo Domingo:

“Muy cordial acogida obtuvieron los emisarios por parte del Presidente Brum, en el Uruguay; del Presidente Irigoyen, en la Argentina; del Presidente Pessoa, en el Brasil; del Presidente Leguía, en el Perú”. (Max Henríquez Ureña. Los Yanquis en Santo Domingo.  Editora de Santo Domingo. Santo Domingo, 1977. p. 270).

Fue tan significativa la recepción de los mandatarios Hipólito Irigoyen y Baltazar Brum, que en homenaje a la adhesión de ellos a la causa dominicana, dos calles de Santo Domingo llevan sus nombres.

Sumner Welles de los funcionarios vinculados a las acciones del Gobierno de ocupación, en su libro se vio precisado a admitir:

[…] la prensa de México, Argentina, Colombia, Cuba, Chile, y el Ecuador, lo mismo que la de las Repúblicas de la América Central, emprendieron una fuerte campaña contra la política de los Estados Unidos en cuanto a la Ocupación de la República Dominicana. (Sumner Welles. La Viña de Naboth.  Ediciones Taller.  Segunda edición. Santo Domingo, 1973. T. II  p. 286.)

En los Estados Unidos los enviados criollos también recibieron la solidaridad de importantes sectores sociales, el reclamo llegó al Congreso.  El excelso poeta Fabio Fiallo, de los principales coordinadores del  movimiento patriótico, registró el éxito de los comisionados:

[…] merecen mención destacada por su brillante y tesonera labor el honorable Horace Knowles, ex-Ministro de los Estados Unidos en Santo Domingo, y el cuerpo de redacción del vibrante semanario “The Nation”, con su Director A. Greuning a la cabeza – empezaron a mover opinión pública norte-americana, y dieron pábulo a violentas censuras dirigidas contra el Presidente Wilson por los órganos de la oposición republicana. (Fabio Fiallo. La comisión nacionalista en Washington (1920-21).  Central de Libros, C. por A. Santo Domingo, p. 25).

El presidente Thomas Woodrow Wilson había ordenado la invasión en atención a los intereses geopolíticos de la clase gobernante de ese país, vinculados al desarrollo de la primera guerra mundial. La delegación nacionalista aprovechó la coyuntura del proceso electoral en curso. Max Henríquez Ureña añadió en torno a la célebre gestión:

“Knowles ocupó la tribuna política y puso sobre el tapete de esa campaña electoral el caso dominicano; su actitud contribuyó en buena parte a que otros oradores atacaran, desde el mismo punto de vista, la política exterior de Wilson, y el propio candidato republicano, senador Warren G. Harding, hubo de hacer, por su parte, enfáticas declaraciones contra la interferencia imperialista del Gobierno de los Estados Unidos en los asuntos internos de las pequeñas Repúblicas del hemisferio occidental”. (Max Henríquez Ureña. Obra citada, p. 266).

Debemos subrayar que Pedro Henríquez Ureña, fue de los representantes que accionaron en ese país, a la sazón realizaba un doctorado en Minnesota.

Como parte del significativo respaldo obtenido en el territorio norteamericano, William H. King  senador demócrata por Utah, depositó una resolución reclamando la salida de las tropas que ocupaban el país. El senador William E. Borah pronunció un brillante discurso en el Carnegie Hall de respaldo a los dominicanos. (Bruce J. Calder. El impacto de la intervención. La República Dominicana durante la ocupación norteamericana de 1916-1924.  Fundación Cultural Dominicana. Santo Domingo, 1989. pp. 329, 332).

El candidato presidencial e inminente vencedor Warren Harding, se vio precisado a realizar críticas a la intervención. Ya en la presidencia, se reclamaba cumpliera su promesa. Entonces entraba en acción el establishment, se bajó la línea de negociar con los políticos tradicionales quienes aceptaron un plan de evacuación que mediatizaba la soberanía. Los nacionalistas desde el primer momento rechazaron esta maniobra.

El Departamento de Estado y el presidente Harding tenían el compromiso político de proceder a desocupar el territorio dominicano, reiteramos a la hora de negociar descartaron hacerlo con el grupo nacionalista que propugnaba por una desocupación ‹Pura y simple›. Necesitaban mantener el control político, económico y social del país, reafirmando la Convención Dominico-americana de 1907, las órdenes ejecutivas o leyes dictadas por los gobernadores militares norteamericanos, la salida de las tropas cuando el nuevo Gobierno se considerara estable y lo que adquiría una gran trascendencia la nueva deuda externa contraída por los gobernadores militares por encima de la fabulosa suma de los diez millones de dólares, tendría que ser asumida como deuda externa dominicana.

Para negociar prefirieron a Francisco J. Peynado, un antiguo abogado de los ingenios azucareros norteamericanos, con el respaldo de la dirigencia política tradicional que en nada había participado en la movilización nacional e internacional por el cese de la intervención. Ahí surge el Plan de evacuación Hughes-Peynado, que validó todas las condiciones exigidas por los norteamericanos.

El movimiento nacionalista, en manifiesto emitido en Santiago el 11 de noviembre de 1923, definía ante el país el inefable Plan de evacuación;

“El Entendido Hughes-Peynado es un proyecto liberticida, igual al fraguado por Pedro Santana en 1860 y que culminó en la Anexión a España. Del mismo modo que este a la Reina, los signatarios del Entendido han tenido que engañar al César Americano, asegurando “que la gran mayoría del pueblo dominicano estaba con ellos”. (Julio Jaime Julia. Antología de Américo Lugo.  Editora Taller. Santo Domingo, 1976. T. I p. 108).

Francisco J. Peynado argüía había impuesto el plan de evacuación al Departamento de Estado. Manuel Arturo Peña Batlle entonces del movimiento nacionalista, satirizó esas declaraciones manifestando:

“Aquello de que “Yo impuse el Plan a Washington…” no es sino una bella humorada. Impuse a Washington lo que Washington había propuesto!”. (M. A. Peña Batlle Previo a la Dictadura. La etapa liberal.  Fundación Peña Batlle.  Editor Bernardo Vega. Santo Domingo, 1990. p. 48).

Llegó el proceso electoral, se presentaron dos candidaturas que refrendaban los acuerdos con Estados Unidos, el propio Francisco J. Peynado y Horacio Vásquez. El Gobierno norteamericano  decidió favorecer a Horacio por ser un caudillo con más arraigo de masas, líder de los rabuses o coludos (Jimenes jefe de los bolos había fallecido) y éste contó con “gran respaldo económico” para inscribir adeptos en el registro de elecciones. El Listín Diario el 11 de marzo de 1924 anunciaba que se habían inscrito 96,517 votantes y que de esta cantidad 68,557 eran simpatizantes de la candidatura de Horacio. Obviamente ganaría las elecciones.

Partidarios de Peynado insistieron en denunciar el carácter fraudulento del proceso electoral, pero éste se negó a impugnar los comicios, aspecto que los seguidores de Horacio consideraron una “nueva muestra de patriotismo de Peynado”, como lo registró el periódico Nuevo Diario,  de Santo Domingo, en su edición del 18 de marzo. Indudablemente éste último estaba comprometido con el montaje político de las elecciones. La Información,  diario de Santiago, el 17 de marzo denunció el proceso como un fraude público.

El tristemente célebre 12 de julio de 1924 se realizó la toma de posesión de Horacio Vásquez y un acto simbólico en la Fortaleza Ozama arriando la bandera norteamericana e izando la dominicana. Esta maniobra política de supuesto retiro de las tropas interventoras fue difundida hasta en el extranjero, los periódicos madrileños La Voz,  El Imparcial   y  El Siglo Futuro,  acogieron en sus páginas el simulacro de retiro.

La casa de Gobierno fue adornada con un moderno letrero lumínico para la época, dejando entrever el carácter “patriótico” de la fecha de marras.

La casa de Gobierno arreglada con luces y un letrero lumínico para festejar el “patriótico” 12 de julio 1924

Todavía en el mes de septiembre las tropas extranjeras realizaban labores de patrullaje en el país, como lo expresaba un comunicado del coronel Buenaventura Cabral, jefe de la Policía Nacional Dominicana que insertamos a continuación:

“La coexistencia de dos instituciones militares de diferente nacionalidad en el territorio de la República y el deseo existente de distinguirlas con signos exteriores visibles para evitar situaciones anómalas, impulso al Superior Comando de la Policía Nacional Dominicana a dictar una disposición general reglamentaria imponiendo el uso de una Insignia de Cuerpo a todos los miembros de la Policía Nacional Dominicana, según consta en la Orden General No. 17-1922”. (Nuevo Diario. 13 de septiembre 1924).

La salida real de las tropas norteamericanas se produce a partir del 18 de septiembre, de modo casi furtiva. Quedando instructores militares en puestos claves de la denominada Policía Nacional Dominicana. El Nuevo Diario  en su edición del 18 de septiembre traía como título de portada: «Por fin se van!!!». Al describir la información, se indicaba:

“En la mañana de ayer, dio fondo en el estuario, el buque de la marina norteamericana ‹Kittery›. En dicho buque zarpado en la tarde para Puerto Rico y Saint Thomas ha sido embarcada la mayor parte del contingente de soldados norteamericanos que fueron ocupantes, que se encuentran aún aquí sin ninguna intervención”.

“El ‹Kittery› regresará el martes próximo y en viaje hacia Estado Unidos embarcará el último soldado y el escaso material que deben conducir y dejara entonces realizada la desocupación total de nuestro territorio”.

“Con este último embarque quedara completado el plan de Liberación”.

“Sea todo en provecho del pueblo Dominicano!!”.

Es risible que a 98 años de estos acontecimientos se insista en “proclamar” que el 12 de julio de 1924 es una fecha patriótica, porque supuestamente se retiraron las tropas de ocupación. Ese día solo se efectuó la toma de posesión del Gobierno de Horacio Vásquez, impuesto por el invasor. Si esto fue un acto “patriótico”, entonces debemos convenir el 1 de julio de 1966 es una “efeméride semejante”, porque se realizó la juramentación presidencial de Joaquín Balaguer en medio de la segunda intervención militar norteamericana.

Lo real es que la evacuación de las tropas foráneas se produjo de modo paulatino a partir del mes de septiembre, cuando ellos lo consideraron prudente en atención al control político militar del país, que quedaba reiterado en el Plan Hughes-Peynado y la nueva Convención dominico-americana de 1924, que refrendaba los términos antinacionales de la Convención dominico-americana de 1907, suscrita durante el Gobierno autoritario de Mon Cáceres. «La verdad siempre es revolucionaria».