Por más de un siglo, el premio Nobel  en sus diferentes modalidades y disciplinas a ser reconocidas por los más altos merecimientos, ha mantenido su prestigio inalterado debido al mecanismo de libre determinación de los académicos que toman la última y única decisión que beneficia a ciegas a los premiados, sin intervención externa, sin dedos, sin la invocación de prestigios ajenos a ese evento, sin meritocracia ni burocracia, atendiendo al espíritu que movió al inventor Alfred Nobel a su consagración como trofeo a los mejores pura y simplemente, sin que se cuelen recomendaciones, con o sin sotana, con o sin cetros ni ancestros, sin que se den lugar a escándalo o a sorpresas desagradables, sin que se hable jamás de intento de soborno, sin susurros al jurado, sin llamadas, sin que funcionen las promociones previas de personajes, sin batallas de ninguna especie, solos y en silencio, con más secretismo que en el Vaticano que tantos factores omisos guarda, (Cristo pidió que todo salga a la luz y se irradie hasta en las azoteas) sin que se filtren nombres de nadie, lo cual ha labrado y pulido el ganado prestigio de estos galardones anuales a lo que se estima que lo es mejor por haberse sopesado e investigado y demostrado por todo un año y hasta por décadas de espera, todo lo cual resulta en un ejemplo a  seguir para todos los casos en los que haya dudas o no de por medio en cuanto a reconocimientos ganados nunca regalados o simplemente asignados como actos de poder.