El pintor y grabador austriaco Egon Schiele (1890-1918), discípulo de Gustav Klimt, pertenece a la corriente pictórica denominada expresionismo, un movimiento cultural surgido en Alemania a principios del siglo pasado. Autor de más de trescientas pinturas y de cerca de tres mil dibujos, es uno de los artistas más individualistas que conocemos. Dibujante incansable de las figuras humanas y artista absolutamente heterodoxo, la sexualidad y el erotismo son temáticas recurrentes en su obra.

Con el trazo de su pincel, Schiele deformaba la concepción corporal convencional, siendo sus desnudos osados e incluso agresivos en su provocación. Su obsesión y la insistencia sobre la desnudez corporal reflejan los grandes conflictos mentales que padecía, pero dicha reiteración también despertó un enorme rechazo entre sus contemporáneos.

En su tiempo, el color, el dinamismo y el sentimiento eran elementos fundamentales para los pintores. No buscaban reproducir en el lienzo una fotografía real, sino su propia interpretación de lo que veían, de su imaginario o de sus sentimientos reprimidos… Era la representación de una expresión. El expresionismo, pues, se caracterizó por la representación absolutamente subjetiva, distorsionada y deformada de la realidad y no solo en el terreno de la pintura. En la literatura nos dio, por ejemplo, las obras de Kafka o el esperpento de Valle Inclán en Luces de bohemia.

La estela de Schiele llega hasta nuestros días. En su novela Los cuadernos de Don Rigoberto, publicada en 1997, Mario Vargas Llosa nos presenta a un personaje, Fonchito, absolutamente obsesionado con la vida y la obra de este pintor austriaco.

De hecho, su vida ha quedado envuelta en un aura misteriosa por su talento precoz o su misticismo. En cuanto a su obra, cada ojo que mira sus pinturas tiene una interpretación de aprobación o de rechazo. A nadie deja indiferente ese mundo misterioso e imaginario que genera atracción o rechazo, como le sucede a Fonchito. Es la magia del arte y la imaginación, que nos permite conformar nuestro imaginario como parte de la realidad.

La vida y la obra de Egon Schiele, por supuesto, merece reflexiones mucho más profundas y exhaustivas, que sobrepasan este espacio. Volcó su neurosis en la pintura para expresar sus deseos más íntimos. Les invito, entonces, a conocer y disfrutar de su obra…