El manejo del Ego puede ser uno de nuestros principales retos. El Ego es una parte fundamental de nuestra psiquis y es necesario que sea sano o congruente para adaptarnos satisfactoriamente a nuestra realidad.

El Ego es nuestro concepto del YO, es lo que yo creo que soy. Te permite reconocer tus diferencias y similitudes con los demás, pero también te hace reconocer lo que no eres. El Ego constituye la representación superior integrada de todos tus componentes, por lo que vela por tu bienestar. Un buen conocimiento del Ego permite saber con cuáles recursos se cuenta para salir adelante y cuáles son nuestras verdaderas limitaciones, pero egoísmo o egocentrismo, son excesos que dificultan la adaptación social.

La autoestima permite amarse y valorarse, sin necesidad de creerse superior, pero cuando hay baja estima, para enfrentar las frustraciones, podría deformarse nuestro ego en forma excesiva, pudiendo creernos superiores a los demás e impidiendo que podamos aceptar críticas y dificultando una comunicación asertiva.

Para un Ego Inflado todo lo que recibe en la vida es insuficiente, porque siempre entenderá que merece más. Iniciará empresas que están por encima de sus competencias, pudiendo llevarle a grandes fracasos. En casos de situaciones arriesgadas podría tener una confianza excesiva y no tomar las precauciones necesarias.

En las relaciones humanas suele ser un inconveniente, porque entre las personas abunda la baja estima o inseguridad, por lo que un ego hipertrofiado ajeno les resultará incómodo. El ego excesivo necesita ser el centro y que los demás “giren” en torno a ellos, acuden a reuniones de amigos, pero después que hablan de sí mismos, no tienen interés en seguir compartiendo, porque la vida de los demás realmente no les interesa, a no ser que pudiera aportarles algo.

Las relaciones de pareja no son sanas, simplemente se trata de utilizar al otro para su bienestar, respetando sus intereses solamente si coinciden con los propios. Los sentimientos, emociones, sueños y preocupaciones de su pareja podrían importarle muy poco, podría creerse superior y entender que le resta a su imagen social, o también valorarla lo suficiente, pero verla como otro de sus adornos. Notará con sorpresa cómo los demás suelen preferir compartir con su pareja que con él y quienes le aprecian podrían hacerlo solamente mientras mantenga sus posiciones sociales. Algunas personas con egos inflados podrían nunca casarse, porque nadie que llega a sus vidas lo consideran adecuado.

Para mantenerse en unión a alguien con un ego hipertrofiado prácticamente se necesita cierta dosis de baja estima y de masoquismo. Y suelen carecer de la capacidad para comprender por qué los demás podrían molestarse con su trato.

Una buena autoestima evita la necesidad de estar constantemente demostrando superioridad, permite disfrutar mejor de las relaciones humanas y los demás se sienten más relajados con su trato. Realmente nada del mundo compensa la incapacidad para amarse a sí mismo.

Sus hijos podrían copiar la tendencia hacia un ego excesivo, pero también podrían verse afectados porque su padre les exige demasiado. Al llegar a adultos en ocasiones confrontan a sus padres para ayudarles a poner los pies en la tierra o por resentimiento.

Para estas personas podría ser difícil encontrar trabajo, porque tienen un concepto de sí mismo muy superior al que tienen los demás, por lo que no reciben las ofertas del nivel que creen merecer. Por otro lado, no pueden evitar maltratar a sus subalternos.

El ego desproporcionado puede provocar enfrentamientos innecesarios, porque hay una fuerte tendencia a tomar las diferencias de criterios como agresiones personales. Evidentemente, en decisiones de importancia es preciso marcar su postura y defenderla, pero a veces se enfrascan en discusiones insignificantes, simplemente para poder decir: “era como yo dije”. A sus seres queridos les resulta difícil decirles que opinan de ellos.

Siendo niños, podría haber habido una crianza en la que se alababa exageradamente cualquier cosa que hicieran, o en ocasiones recibieron críticas de forma constante, lo que hipertrofia sus egos como una reacción compensatoria. A veces tuvieron más bien carencias significativas.

Los padres divorciados suelen competir en agradar a sus hijos, lo que podría hacerlos valorarse más de lo conveniente.

Algunas pautas para reconocer que tienes un ego sano: Cuando compartes con amistades, analiza las veces que escuchas, que preguntas por los otros y las cosas que haces simplemente por complacerlos. Piensa en tu capacidad de percibir cuando alguien a tu lado está atravesando por momentos difíciles.

Al hablar, intenta utilizar menos el YO y más el TÚ. Tienes dos orejas y una sola boca, tómalo como una sugerencia de la naturaleza para escuchar el doble de lo que hables. Obviamente para compartir tenemos que hablar de nosotros mismos, pero cuando tus únicos temas de conversación son: tu vida, tus logros, tus hijos, tus pertenencias, tu trabajo, tus problemas, enfermedades, etc., estarías viendo a los demás como tus admiradores, pero no como tus amigos.

Estas personas necesitan ayuda psicológica, pero jamás lo aceptarían por creerse muy superiores.