En la última década hemos sido testigo de una serie de desacierto cometidos por los gobiernos de Estados Unidos, en relación a sus relaciones internacionales y la pérdida de su hegemonía global; por ejemplo, aquí en América Latina, vemos como cada día se suman más países que eligen gobiernos de Izquierda Democrática o Progresistas, como: Chile, México, Argentina y más recientemente,  su principal aliado de la región, Colombia y, no menos importante, Brasil que pareciera que también elegirá a un hombre de la Izquierda Democrática; esto, sin olvidarnos del Socialismo Autoritario imperante en Cuba, Nicaragua y Venezuela.

 

Pero si seguimos evaluando el decline del Poder Global de EE.UU., podemos observar que, en Medio Oriente, la relación de los Estados Unidos con los países de esa región antes de la Primera Guerra Mundial fue limitada, en comparación con las potencias europeas como Gran Bretaña y Francia que habían logrado colonizar casi toda la región del Medio Oriente después de derrotar al Imperio Otomano en 1918, Estados Unidos era "popular y respetado en todo el Medio Oriente". De hecho, "los estadounidenses fueron vistos como personas buenas, no contaminadas por el egoísmo y la duplicidad asociados con los europeos".

 

La política extranjera estadounidense se consolida en Irak desde finales de los 70 en adelante. Anteriormente Irak sufrió una serie de golpes de estado militares entre los años 1950 y los 1970 hasta que Saddam Husein logró consolidar el control del país en la década de los 70. Estados Unidos apoyó a Irak bajo mando de Saddam Husein en la guerra contra Irán como política de contención contra el nuevo régimen revolucionario de Irán, a pesar de las graves violaciones de derechos humanos cometidos por Husein, en particular contra los kurdos en la región del norte del país.

 

La política extranjera con Irak cambió a partir de la invasión iraquí de Kuwait en agosto de 1990 y la respuesta de EE.UU. hacia la invasión que tomó la forma de la primera guerra del golfo, también conocida como “Operación Tormenta del Desierto”. El presidente estadounidense George Bush (padre) justificó dicha operación al enfatizar que EE.UU. tenía una obligación moral en la liberación de Kuwait ante la agresión iraquí, pero parecido al temor estadounidense durante la guerra entre Irán-Irak, intereses estadounidenses estaban en la protección de los recursos petroleros en la región y salvaguardar los países árabes del golfo pérsico tanto de agresión iraní como iraquí.

 

Los ataques del 11 de septiembre de 2001, también conocidos como 9/11 o 11-S, inauguraron lo que se conoce como la “guerra contra el terrorismo” de EE.UU. y sus aliados en el Medio Oriente. Generando que en 2001 se iniciara la guerra e invasión de EE.UU. a Afganistán, la administración de George W. Bush (hijo) entre 2001-2009 inició la campaña contra el terrorismo, pero ha sido perpetuada y expandida tanto por los gobiernos de los partidos, Demócratas bajo Barack Obama (2009-2017) y Republicanos bajo Donald Trump (2017-2021).

 

Mas recientemente en el 2021, Estados Unidos ha dicho adiós a Afganistán después de dos décadas de presencia militar, al frente de una coalición internacional. El epílogo del doble operativo -repatriación y repliegue militar al tiempo- fue tan convulso como había alertado el Pentágono. Fue el punto final ―un punto y aparte, según los más realistas― a la guerra más larga y al mayor puente aéreo de EE.UU., que ha puesto a salvo a casi 120.000 estadounidenses y afganos.

 

Este año Estados Unidos y su presidente Joe Biden, gastaron un enorme capital diplomático en contrarrestar el ataque ruso a Ucrania. Su gobierno transmitió implacablemente advertencias sobre una posible invasión inminente por parte de Moscú, que finalmente se materializó, y declaró que estaba en juego nada menos que el orden internacional. Pero Biden ha dejado en claro que los estadounidenses no están dispuestos a combatir en esa guerra, además, descartó enviar fuerzas a Ucrania para rescatar a ciudadanos estadounidenses, si llegara el caso. De hecho, sacó del país tropas que estaban sirviendo como asesores y monitores militares. Hay que recordar que Ucrania no está en el vecindario de EE.UU., ni se encuentra en su frontera, tampoco alberga una base militar estadounidense, no tiene reservas estratégicas de petróleo y no es un socio comercial importante.

 

Pero esa falta de interés nacional no ha impedido en el pasado que gobiernos estadounidenses hayan gastado sangre y recursos de su país para defender a otros, pero cuando hablamos de Rusia, hablamos de una Potencia Nuclear. No obstante, han enviado ayudas militares, como armamentos que les permitan a Ucrania defenderse de la agresión rusa y han implementado un paquete de sanciones comerciales a Rusia, que, si bien han afectado la economía rusa, también ha afectado gravemente las economías de sus aliados Europeos.

 

Terminado el primer semestre de 2022, en medio del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, las sanciones impuestas, aun sin declararse el fin de la COVID-19 y con un aumento de los casos de la Viruela Símica; Estados Unidos de América, que también confronta una inflación que ha alcanzado cifras históricas, ante una división y radicalización de los estadounidenses, en especial una significativa pérdida de popularidad del Gobierno de Biden. En otras palabras, Estados Unidos se encuentra en medio de una crisis interna, una pérdida de aliados estratégicos en Latinoamérica, una reducción de su presencia e influencia en Medio Oriente, una confrontación diplomática y comercial con la segunda potencia militar (Rusia), que acaba de dejar sin efecto el acuerdo de armas nucleares y, por si todo esto no era más que suficiente, la presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, visitó a Taiwán en franco desafío a Pekín.

 

Sin dudas, esta visita ha devuelto a la actualidad el conflicto que enfrenta a China con Taiwán, una isla que el gigante asiático considera parte inalienable de su territorio, pero que sí es un socio comercial estratégico de Estados Unidos, el cual tiene presencia militar en este territorio. “Estados Unidos ha venido para dejar claro que no abandonaremos a Taiwán”, ha dicho Pelosi. Este respaldo ha enfurecido a los gobernantes chinos, que alertan a Washington de “estar jugando con fuego” y amenazan con una respuesta contundente a lo que consideran una provocación por parte de Estados Unidos.