- Una situación desafiante
Es un lugar común reconocer que vivimos un gran momento de transición de la humanidad caracterizado por acelerados cambios científicos, culturales, políticos, económicos, en fin, en todos los órdenes de la vida en sociedad, además de los cambios propios de la naturaleza, en gran medida impactados por la acción humana. Todo esto genera incertidumbre en un contexto de creciente acumulación de riquezas en pocas manos, como nunca antes visto, lo cual agrava la desigualdad y la exclusión a distintas escalas.
En este escenario, la búsqueda del bien común se ve afectada por limitaciones en la construcción de espacios de socialización territoriales y de proyectos societales que lo encarnen. Por lo tanto, los vientos están a favor del predominio de un pensamiento marcado por el individualismo que propicia la búsqueda de soluciones particulares en sociedades donde todo se mercantiliza. Entonces, parece que solo el momento presente adquiere sentido, el bienestar individual-familiar aquí y ahora es lo que cuenta. Así, la urgencia y la ansiedad dominan la actuación humana agudizando los niveles de violencia en distintos ámbitos de la vida, con desprecio por el entorno natural.
Ahora bien, los recientes avances tecnológicos y cibernéticos impulsan cambios que impactan las persona y la sociedad. Cambios que no han sido generados por las redes digitales, pero que los proyectan y potencian. Esto se evidencia en el modo de convivir; a nivel cognitivo con inclinación a ser multitareas y manifestar déficit de atención ante los demás; en actuaciones por oleada, casi volátiles, viralizando temas momentáneamente; asimismo, en la tendencia a convertir todo en mercancía y monetizarlo, incluyendo la imagen corporal. Se impone lo placentero asociado al consumo constante, insaciable en sociedad global que contrasta con las realidades locales en regiones como Latinoamérica.
Estos impactos, asociados a otros elementos sociales, han provocado que algunos dispositivos culturales, como el libro, por ejemplo, hayan perdido relevancia como herramienta central en la formación de las personas. En consecuencia, predominan las lecturas fragmentadas, breves y fugaces, con preferencia por lo audiovisual.
- Adolescencia y juventud en la escuela
Tal parece que el modelo de escuela que predominó en el siglo XX se agotó, a pesar de las distintas corrientes de pensamiento educativo y de las reformas realizadas en diferentes momentos. La escuela rígida en un sistema educativo vertical, distanciándose cada vez más de su entorno social. Por consiguiente, no puede responder a las expectativas y necesidades de una juventud impactada por los cambios en ebullición y los crecientes niveles de agresividad en las relaciones.
Ciertamente, la escuela es uno de esos espacios de socialización donde se construye conocimientos y se manifiesta el conjunto de dimensiones de las personas. Entre ellas, la solidaridad y la colaboración, pero también la participación en grupos de pares (pandillas, gangas, bandas, maras…,); las actitudes de discriminación (color de piel, peinado, condición económica), agresión verbal, física y sexual, violencia contra las niñas, intolerancia y falta de empatía. Estos elementos tienden a ser cada vez más frecuentes en la escuela, la cual no está preparada para abordar pedagógicamente estas problemáticas.
Como bien ha señalado Tahira Vargas García (1): “La población masculina en los centros educativos sufre discriminación y violencia. La continua exclusión de las aulas y de los centros educativos por peleas, peinados, vestimenta, aretes genera su deserción y refuerza la agresividad aprendida e internalizada en la socialización familiar y vecinal […] El cuerpo de las niñas y adolescentes es continuamente cuestionado, vigilado y sancionado. Los peinados, aretes, accesorios se convierten en un factor plausible de expulsión al igual que en la población masculina”.
Ciertamente, se suele recurrir a la expulsión de estudiantes como medida que, en definitiva, saca el problema de la escuela y lo deja a las familias y la comunidad, donde también se impone la fuerza ante los conflictos en las relaciones. Entonces, ¿dónde queda el aporte formativo de la escuela? Esta, como institución educativa, está cada vez más burocratizada, atrapada en procedimientos administrativos y formales, menos pedagógicos, vivenciales y cercanos a los estudiantes, los padres y los actores locales. Así lo expresó una maestra: “Lo administrativo y burocrático se tragó lo pedagógico”.
A esto se suma que en los países de la región latinoamericana buena parte de las escuelas aún carecen de las condiciones básicas para su buen funcionamiento: inadecuadas condiciones de infraestructura, carencia de equipamientos y servicios como agua y energía eléctrica. Esto pone en evidencia a los gobiernos y revela el modo de entender la gestión escolar, de abordar lo pedagógico y las condiciones materiales prevalecientes, todo lo cual agrava la hostilidad del ámbito escolar. Sin dudas, después de cuatro décadas de haber dejado atrás las dictaduras, estos elementos siguen violentando la condición humana y cuestionan las calidades de la democracia que permanece con un enfoque orientado hacia los procedimientos electorales y el predominio del mercado.
Todo lo anterior, empeora las condiciones de exclusión vigentes en la región. Además, deja a niños, niñas y adolescentes de sectores vulnerables con pocas oportunidades de desarrollo integral de sus capacidades para luego insertarse de manera productiva y con un ejercicio de ciudadanía crítica en la sociedad.
- Estrategias de intervención escolar
Los proyectos educativos nacionales han estado marcados por orientaciones emanadas de organismos internacionales, entre ellos algunos bancos, que tienden a posicionar los enfoques, criterios e intereses de países del norte con una lógica burocrática y competitiva a partir del establecimiento de ranking. Así lo expresa Marco Raúl Mejía (2): “De ahí que las reformas de tercera generación sean las del asalto de los procedimientos administrativos, confundidos con calidad educativa a la pedagogía, perdiendo la escuela libertad y autonomía curricular mediante su homogeneización a través de estándares y competencias que cada vez corresponden menos a las necesidades del contexto y de los chicos de esta época, para volverse en una institución acreditadora del STEM y de certificados para la misma”. Esto genera una gran tensión en la escuela, pues al combinarse con la cultura autoritaria imperante en ella propicia confrontaciones, a distintos niveles, entre el personal.
Ya habíamos advertido que “el modelo de escuela vigente hace mucho tiempo que está en crisis. En todas partes se cuestiona la pertinencia y la calidad del conocimiento que se genera en ella; el modo como generalmente lo hace, parceladamente y de espaldas a la sociedad. Todo esto nos indica que tenemos que repensar la escuela no sólo a partir de los cambios científico-tecnológicos caracterizadores de la época, sino, sobre todo, a partir del reencuentro con aquellos valores esencialmente humanos que dignifican la vida y promueven un ordenamiento social más justo, así como también de las estructuras participativas y la articulación con el contexto que deben impulsar” (3).
Se sabe que la escuela tiene la misión de contribuir a formar personas que, además de poseer los conocimientos que les permitan integrarse a la vida productiva de la sociedad en condiciones digna, se desarrollen en un ejercicio de ciudadanía responsable y crítica, que reconozcan la dignidad de las otras personas, las diferencias en la convivencia, sean proactivas en la defensa del bien común incluyendo el entorno natural, siempre desde un horizonte ético que las haga sensibles y coherentes con proyectos de una sociedad democrática orientada hacia la justicia.
La formación de este perfil de persona implica múltiples instituciones, entre ellas familia, organizaciones sociales, políticas, iglesias y una responsabilidad estatal a través de políticas sociales y culturales con enfoque de derechos. En estas políticas destacan las educativas, concretadas en las escuelas con diversas estrategias. A continuación, algunas estrategias desde una perspectiva integral, que pueden contribuir al desarrollo de ciudadanía con una cultura de paz:
- Recuperación crítica de la experiencia de vida como punto de partida, ya sea del aprendizaje de contenidos curriculares o de la convivencia social. Esto asumido por los propios sujetos, tanto de manera personal como colectiva, para propiciar mejoras. Implica una reflexión articulada al contexto, la vida personal y la acción colectiva, para comprender de la realidad.
- Estrategias investigativas integradas al proceso de construcción de conocimiento, para posibilitar el cuestionamiento de la realidad personal y del contexto. Así se aprende a formular las preguntas pertinentes en cada ocasión, sin temor a abordar problemas y explorar formas de enfrentarlos.
- Clima de confianza, de relaciones horizontales, discernimiento personal y trabajo en equipo como enfoque de gestión. La participación es clave para el reconocimiento de la otra persona, establecer el diálogo y avanzar en la construcción de proyectos que apunten hacia el bien común, lo que reduce los niveles de violencia. Además, el proceso de aprendizaje se presenta como una corresponsabilidad de todos los implicados.
- Organizar los aprendizajes a partir de proyectos en los cuales se articulen las distintas disciplinas desde un enfoque más integral en la construcción de conocimiento y comprensión del mundo. Asimismo, proyectos que desarrollen las capacidades de organización, participación democrática y toma de decisión. Por lo tanto, potencian la autonomía sin que suponga competir con los pares. Por ello, integran valores humanos universales que sustentan las posturas ante los fenómenos sociales y naturales, así como la organización y la acción potenciando la formación de sujetos transformadores de la realidad.
- Relación escuela – comunidad que pasa por la vinculación con gobiernos locales, otras entidades estatales, actores sociales y económicos. Implica asumirse como corresponsable en la generación de oportunidades de desarrollo para los niños, niñas y adolescentes, de manera que puedan interactuar críticamente con los modelos culturales globalizados hoy.
- Conclusión abierta
Desde hace algún tiempo se ha planteado la necesidad de reinventar la escuela, lo cual implica un rediseño del sistema que la ampara en el marco de un proyecto de sociedad y, por supuesto, la formación docente. Pero reinventarla para que aporte, desde su especificidad pedagógica, a una sociedad democrática con justicia y equidad, sustentada en derechos humanos, participación ciudadana, relaciones respetuosas con la naturaleza y, en consecuencia, menos violenta.
La violencia en la escuela no es un fenómeno ajeno a lo que ocurre en la comunidad donde ella está inserta. Por tanto, su abordaje demanda desarrollar políticas públicas basadas en derechos, surgidas de las necesidades del territorio, donde la escuela también es corresponsable de educar en derechos humanos, convivencia dialógica, resolución de conflictos y respeto a la diversidad y el entorno natural. Se trata de contrarrestar la lógica de relaciones violentas imperante en los distintos espacios de la vida cotidiana. De ahí, la necesidad de que la escuela construya conocimientos articulados a la realidad, con reflexiones compartidas y trabajos colaborativos, para aportar al desarrollo de una ciudadanía crítica, participativa, solidaria.
Notas:
1. Vargas García, Tahira (2019, 11 de junio). Las aulas y los centros educativos. ¿Qué pasa en su interior? periódico acento.com.do
2. Mejía Jiménez, Marco Raúl, 2021: Educación(es), escuela(s) y pedagogía(s) en la cuarta revolución industrial desde Nuestra América. Tomo III. p. 102. Fe y Alegría Ecuador. Quito.
3. Guevara, Nicolás; Gimeno, Consuelo, 2000: Educación crítica y Derechos Humanos, horizonte para construir democracia en Para una nueva ciudadanía en América Latina, 116-117. Centro Cultural Poveda. Santo Domingo.