El problema de las amenazas a la democracia relacionadas con la saturación de información falsa en las redes sociales y la polarización política característica de muchas sociedades influyentes actuales se relaciona también con la ausencia de una atmosfera espiritual propicia para el debate critico y el pensamiento racional, A fin de cuentas, ¿cómo discernir las informaciones válidas de las noticias falsas y superar el fanatismo si no se ha recibido la formación para lograrlo?

Usualmente, el problema de la ausencia de la actitud crítica nos remite al tema de la educación escolar, pero la verdad es que, si bien el impacto de la escuela es importante, se sobrevalora cuando se interpreta como la única variable determinante del problema, sobre todo, si no reducimos la situación al desarrollo de nuestras competencias intelectuales.

Una actitud crítica no se relaciona solo con el desarrollo de unas capacidades racionales como las que provienen del cultivo de las disciplinas científicas. Conlleva también, el desarrollo de unas disposiciones emocionales hacia los demás: empatía, tolerancia, humildad para asumir las equivocaciones propias y una capacidad dialógica que conlleva concentrarse en la escucha del otro.

Por esto, en vez de referirme al termino de educación, recupero el concepto filosófico clásico de formación. Porque ninguna de las cualidades señaladas son responsabilidad exclusiva de la escuela, ni del profesorado. Requieren de una capacitación integral conformada por la escuela, la familia, los medios de comunicación y el Estado.

Y es aquí donde yace un grave problema para el futuro de la democracia, porque el modelo económico de las sociedades occidentales modernas, exportado a nivel planetario, se nutre de esas deficiencias emocionales mientras apuesta por la capacitación técnica intensiva.

Es muy probable que, de mantenerse el modelo, en el futuro sean más frecuentes sociedades que incentivan las competencias intelectuales que requiere el capitalismo de consumo masivo actual mientras se reducen las capacidades emocionales que exigen las sociedades democráticas.

En conclusión, ¿podríamos estar ante la paradoja visualizada por el filósofo Herbert Marcuse de que las sociedades democráticas occidentales terminen contribuyendo con la universalización futura de un modelo de capitalismo autoritario tecnocrático con precedentes en el oriente, aunque no necesariamente basado en el absolutismo político estatal?