A menudo se oye hablar de la obsolescencia y eventual reemplazo de las instituciones de educación superior (IES) en planteles físicos por una educación a distancia y por medios electrónicos. Pero por el giro que toma a veces esta discusión, da la impresión de que se confunde el medio con los fines. El aprendizaje, la adquisición de conocimientos e información, la adquisición de valores, de destrezas, en fin, la aculturación y humanización, son el fin de la educación como proceso. Los medios son las instituciones, la universidad, las aulas, las técnicas audiovisuales, los espacios virtuales, las pizarras, el borrador, la tiza, los laboratorios, los equipos, los libros, las revistas, etc. Ahora bien, ¿es posible separar el fin de los medios? Definitivamente no, pues todos estos medios, incluyendo los docentes y los procesos, etc., conforman el acto educativo como una totalidad compleja. Las características, eficiencia, eficacia, calidad, etc., del medio, suelen ser fundamentales y cruciales para lograr el fin.
Nadie puede negar que los medios electrónicos hayan ampliado la posibilidad de difusión del conocimiento, e incluso, hay que reconocer, que han democratizado el acceso al conocimiento y la información; y también, aunque en menor medida, la producción del conocimiento en su sentido más estricto, esto es, el conocimiento científico. También hay que reconocer que la concentración en los espacios académicos de los científicos, intelectuales y otros conocedores ya no es ni un monopolio ni una exclusiva de las instituciones de educación superior; que su presencia y sus ideas se pueden ahora sentir y acceder a través de los medios electrónicos.
Tal vez esta discusión sobre la supuesta obsolescencia y posible reemplazo de las IES por la educación a distancia y virtual no sea más que la repetición de la misma historia, re-editada cada vez que un conocimiento, una tecnología o conjunto de tecnologías hacen su irrupción en la sociedad, desafiando a veces de manera radical los medios, las maneras de pensar y hacer las cosas, los paradigmas y, en general, la cultura predominante. Estos temores, recelos, rivalidades, y a veces hasta resistencias, no son sin embargo infundados, ellos tienen su explicación y razón de ser en la misma naturaleza humana y en la naturaleza de las instituciones sociales. No hay que olvidar que todo lo nuevo es un desafío a lo viejo, a lo que se ha establecido como tradicional. Allí se genera inercia, acomodamiento, seguridad, y todo cambio viene a incomodar, a introducir incertidumbre, amenazas e inseguridad. Es posible que la magnitud de la resistencia al cambio esté en proporción directa con la magnitud de la amenaza o al menos de la percepción de la amenaza por parte de los individuos, los grupos, los conglomerados sociales y las instituciones. Desde luego, como lo más visible y ubicable en toda la complejidad de los cambios sociales son precisamente los medios tecnológicos, no es de extrañar que la atención se concentre en estos. Es por ello por lo que, a menudo, estos medios tecnológicos son visualizados como los responsables, en sentido positivo o negativo, tanto de las promesas como de las amenazas, depende de donde cada uno esté ubicado o elija ubicarse.
En todo esto se están olvidando algunos rasgos fundamentales de la naturaleza de la tecnología y los complejos tecnológicos. Pero en el presente contexto me quiero referir solamente al carácter complementario de la tecnología. Como expresión de las aspiraciones, necesidades y deseos de los individuos, los grupos y las sociedades, las tecnologías son complementarias y no necesariamente excluyentes o auto-excluyentes. Si se mira la sociedad como una totalidad dinámica estructural y funcionalmente, entonces, no es difícil darse cuenta de que los medios tecnológicos se integran y complementan en dicha totalidad en una forma sistémica. Esto implica que las tecnologías coexisten, y así como en los sistemas silvestres (guardando desde luego la distancia entre la peculiaridad de unos y otros sistemas) las especies coexisten, se complementan y se encadenan desde sus respectivos nichos naturales, las tecnologías coexisten, se complementan y también se encadenan desde sus distintos nichos o espacios socioeconómicos y culturales, permitiendo tanto la funcionalidad del sistema como en particular la reproducción y sobrevivencia de sus individuos, grupos e instituciones. En consecuencia, así como el mundo y la sociedad no son en modo alguno homogéneos, sino diversos, plurales (en términos económicos, sociales, educativos, ideológicos, culturales, nacionales, de género, etc.), del mismo modo, los medios tecnológicos, por más que las aspiraciones, intereses e ideologías que los sustentan orienten hacia la homogenización, no son tampoco ni podrán ser homogéneos, sino heterogéneos. No debe olvidarse que las tecnologías son en esencia formas de hacer las cosas y se puede hacer lo mismo de distintas maneras. Y estas maneras distintas de hacer las cosas, es decir, estos distintos medios de alcanzar los mismos fines están a su vez condicionados por factores sociales, económicos, sicológicos, culturales y medioambientales.
En consecuencia, si las instituciones de educación superior y todas sus estructuras son un medio para alcanzar un fin, ¿por qué hay que pensar que tenga que ser el único, o que tenga que ser estático, o perpetuo? Pero del mismo modo, ¿por qué hay que pensar que tengan que desaparecer? ¿Por qué no pueden coexistir, complementarse o incluso integrarse con otros medios? Nada de esto es opuesto o contradictorio con la naturaleza de la tecnología, todo lo contrario, es parte de la lógica y la dinámica de la tecnología como fenómeno de la cultura humana.