“Donde hay educación no hay distinción de clases”- Confucio.

A pesar de los formidables y a veces aterradores escollos que enfrenta la implementación de cualquier proyecto de bienestar en República Dominicana, seguimos insistiendo en la necesidad de impulsar el desarrollo y formación integral de las personas, formando individuos con valores y la capacidad de promover una sociedad más equitativa y defensora de la dignidad humana. Es perentorio reunir voluntades y propuestas inteligentes para iniciar la construcción efectiva de un ecosistema del bienestar, de cobertura sistémica, que involucre la potenciación de las emociones positivas, las relaciones sociales, el bienestar físico y la motivación y expansión de los valores personales.

 

Sabemos que tenemos un serio problema con la salud emocional de nuestros escolares. ¿Cómo lograr sin bienestar emocional la permanencia en los estudios? Este muy deseable bienestar impacta positivamente el estrés cotidiano, el aprendizaje y desarrollo de habilidades y talentos. Él está indisolublemente ligado a la situación familiar, es decir, al acceso a oportunidades, niveles de ingresos y formas de involucramiento en las problemáticas sociales y experiencias transformadoras.

 

En definitiva, las condiciones materiales y espirituales de la familia, más los condicionantes sociales y económicos externos, determinan en última instancia el bienestar emocional de nuestros escolares. La triste realidad es que la mayoría de las familias que tienen sus hijos en los centros educativos públicos son pobres y, en algunas zonas del país, viven en condiciones de extrema pobreza. Por tanto, los programas sociales del gobierno, como son los del Instituto Nacional de Bienestar Estudiantil, deben ser mucho más que paliativos económicos directos e indirectos.

 

Más allá de ello, deberían ser parte de un ecosistema del bienestar estudiantil de grandes impactos en la generación de sustitutos generacionales formados y con capacidad de pensar y resolver complejos problemas del presente y futuro.

 

El esfuerzo es difícil y de intrincadas aristas. En nuestras escuelas las emociones que predominan no son las más positivas. El nivel de compromiso y responsabilidad con las tareas asignadas es pobre y la actitud predominante es “no cumplir”. Los comportamientos desafiantes del orden, imprudentes e irracionales son aplaudidos y celebrados como hazañas. Los vínculos saludables y enriquecedores están en decadencia.

 

La utilización del lenguaje soez y el irrespeto a compañeros y profesores es una norma. El trabajo en equipo se hace imposible -conclusión de tareas en los hogares, juntas para pensar juntos, compromiso con las responsabilidades del grupo-. La lectura como hábito carece de apoyo organizado y los bachilleres apenas balbucean un texto (una proporción alarmante de ellos no sabe leer).

 

El aprendizaje como proceso constructivo y enriquecedor es un mito. Las deficiencias de formación en los profesores es tarea pendiente de relativa complejidad y solución pausada de largo plazo, y, finalmente, a pesar de los miles de millones invertidos en los últimos diez años, las infraestructuras escolares adolecen de terribles fallas estructurales, sin prevención alguna de un desempeño sismorresistente (ver artículos del autor en El Dinero, 21 de marzo-1 de febrero 2019).

 

Si hay un componente fundamental, decisivo, prioritario en un ecosistema de bienestar-país, ese es la educación nacional. Estamos obligados a formular e implementar el primero, procurando una amplia participación; igualmente, urge delinear los elementos decisivos del sub-ecosistema del bienestar estudiantil. No se resuelven los graves y viejos problemas de la calidad de la educación dominicana si no vemos el conjunto, a la totalidad de las múltiples e interrelacionadas aristas del problema.

 

En materia educativa los ejes que no deben faltar, de acuerdo con literatura disponible, son el espiritual, intelectual, social, emocional y físico. Su desarrollo mediante amplio consenso, así como la ejecución de un subsecuente plan de acción, aportaría mucho más que el tratamiento aislado de las dificultades flotantes del sistema educativo nacional.

 

Como en materia de educación pública, el Inabie en su misión reúne una gran parte de los elementos de tal ecosistema -alimentación, nutrición, salud, equipamientos, servicios sociales-, claramente identificados con los mencionados grandes bloques temáticos, bien podría ser líder de un proyecto de este tipo (que sería una decisión relevante en materia de políticas públicas), obviamente, con alguna garantía de continuidad de Estado (más allá de lo consignado al respecto en la Estrategia Nacional de Desarrollo).