En el marco del estudio de las ciencias sociales es siempre imperativo tener en cuenta los contextos y las relaciones que existen entre sí. La economía, como ciencia social, afecta las relaciones y acciones humanas, y como tal, no se queda atrás. A la hora de analizar y estudiar los distintos eventos macroeconómicos que han sucedido, a lo largo de la historia, nos damos cuenta de que, la omisión de los análisis en contexto, han ocasionado catástrofes y futuros irreversibles.

Una ciencia fundamental a la hora de analizar la economía son las ciencias políticas. En un mundo mayoritariamente capitalista, el análisis de las transformaciones, a lo largo de los años del capitalismo, se puede definir como una relación compleja entre política y economía. La economía política, como rama de la economía, nos ayuda a comprender estos sucesos y eventos. Esta disciplina emerge como un campo de estudio crucial, que busca comprender y analizar estas interacciones dinámicas entre el poder económico y el poder político, y cómo estos influyen en la distribución del poder, la riqueza y el bienestar social. Nos ayuda también a entender cómo y porqué los gobiernos toman ciertas políticas fiscales y monetarias.

La economía política es la ciencia que estudia las transformaciones teóricas de la economía a lo largo de los últimos siglos. Durante el feudalismo, el trabajo del hombre era una obligación de uno mismo hacia su comunidad. Con la entrada del capitalismo, el trabajo comenzó a ser recompensado con capital (salario), que le daba libertad e independencia de decisiones al individuo.

El capitalismo comienza con el mercantilismo en el siglo XVI, doctrina que explicaba como la riqueza se asociaba con la capacidad comercial de las naciones. Por esta razón, las naciones debían lograr un superávit comercial, es decir, que las exportaciones superasen las importaciones.

Luego apareció Adam Smith, en el siglo XVIII, quien postuló que el trabajo humano era “La riqueza de las Naciones”, como tituló su gran obra. Como fundador del liberalismo económico clásico, recomendaba que el estado dejara actuar a los individuos de manera libre y sin restricciones, para que el colectivo alcanzara el mejor resultado posible.

Es vital recordar que los mercados no ocurren naturalmente, ni nacen de la nada, sino que son creados gracias a la interacción de la oferta y la demanda de bienes y servicios en una economía.

Posteriormente, en el siglo XIX, Marx y Engels, se centraron en los trabajadores. Marx, principalmente, se enfocó en los excedentes de producción o plusvalía. Esta era aprovechada y apropiada por los capitalistas que poseían los medios de producción, es decir, los empleadores, pero este excedente era generado por los trabajadores. Marx explicaba este hecho social como la explotación del proletariado, que es la base de su crítica al capitalismo y el fundamento del materialismo histórico. Sostuvo que los medios de producción (bienes de capital) no deben pertenecer a los capitalistas (empleadores/empresarios), sino al Estado. De aquí nace su filosofía política, que es la base teórica del comunismo, como sistema político, económico y social.

A partir del siglo XX, surge la economía política neoclásica, postulando que el valor de los bienes es determinado por factores como la escasez o la utilidad. Esta rompe con todos los esquemas anteriormente postulados como la Teoría del Valor-Trabajo, la cual explica que el valor de un producto se basa en qué cantidad de trabajo (Horas + Hombres) se había requerido para elaborarlo.

Hechos históricos específicos como La Segunda Guerra Mundial, el acuerdo Bretton Woods y la crisis financiera de 2008 nos han dejado evidencia empírica y han marcado un precedente en las transformaciones del capitalismo. La pandemia del Covid-19 también ha demostrado cómo los mercados pueden impactar en la sociedad a nivel económico, social y político.

Teóricamente, los gobiernos ejercen su poder y autoridad en beneficio del pueblo, mientras que los mercados actúan para orientar los recursos a las actividades económicas más competitivas y rentables. Sin embargo, los mercados fallan, y han fallado en múltiples ocasiones notables como cuando se originan monopolios, burbujas especulativas y/o las crisis bancarias debido a la excesiva toma de riesgos. Mediante la regulación e intervención gubernamental adecuada, todas estas fallas pueden ser evitadas y corregidas para proteger los intereses del pueblo.

Mediante la implementación de políticas públicas y regulaciones para combatir “externalidades negativas” e imponiendo leyes y estándares, el gobierno es capaz de disminuir y enfrentar dichos efectos. Los mercados sin regulación suelen fallar, y más a menudo, no actuar en beneficio del pueblo. Es vital recordar que los mercados no ocurren naturalmente, ni nacen de la nada, sino que son creados gracias a la interacción de la oferta y la demanda de bienes y servicios en una economía.

En contraste, al fallar los gobiernos (sus políticas públicas), lamentablemente, no se tiene la suerte de reacción como con los mercados, puesto que, estos no están sujetos a las mismas presiones de competencia, y además porque hay menos consecuencias burocráticas. Por lo cual, algunos teóricos de la economía, como los de la escuela liberal y los seguidores de Adam Smith, tienden a preferir, en la mayoría de los escenarios, que se deje actuar a los mercados por sí solos. Mediante la metáfora de “la mano invisible”, Smith sostuvo que una sociedad alcanzaría un mayor bienestar si el Estado deja funcionar por sí mismo el mercado.

Los mercados, como constructo humano, dependen entre sí y están interrelacionados. Las tradiciones históricas y culturales de una Nación se van moldeando con el tiempo, pues  no son constructos artificiales originados de la nada. Por consiguiente, para entender los mercados, se debe tomar en cuenta su contexto social, histórico, político y económico. Las sociedades actúan y evolucionan en contexto con su historia.

El impacto de los gobiernos y sus instituciones en la economía es amplio y visible. En el mundo actual, la economía política se centra en estudiar cómo diversas instituciones ocasionan diferentes resultados. Estos resultados pueden variar dependiendo del sistema en el que sean implementados.

Los economistas y politólogos, a menudo, asocian la economía política con la suposición de que los seres humanos eligen de forma racional sus decisiones, al examinar fenómenos, más allá del ámbito de la economía.

En conclusión, el estudio de la economía política nos brinda una perspectiva fundamental para comprender las complejas interacciones que han moldeado y redefinido el funcionamiento del capitalismo, desde las doctrinas mercantilistas hasta las teorías neoclásicas.

Es esencial reconocer que tanto los mercados como los gobiernos son construcciones humanas interrelacionados, y que su eficacia y sus fallas están determinadas por el inherente hecho de que son afectadas por las acciones y las voluntades del hombre. Mientras que los defensores del laissez-faire confían en la capacidad de los mercados para autorregularse. También es crucial reconocer la importancia de una intervención gubernamental adecuada para corregir las fallas del mercado, proteger los intereses del pueblo y promover el bienestar social.