“La ilusión de que entendemos el pasado fomenta el exceso de confianza en nuestra capacidad para predecir el futuro”. (Daniel Kahneman).

El diagnóstico del panorama mundial de la mayoría de los organismos internacionales: Foro Económico Global, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización Internacional del Trabajo, es penosamente apesadumbrado, sombrío. Es como si no hubiese un resquicio, un nicho de posibilidades ciertas, de encontrar nuevas oportunidades, nuevas miradas para desestructurar, en medio de la pesadez, un nuevo horizonte en el planeta tierra.

Es probable que la policrisis que viene gravitando genere nuevos paradigmas para la existencia humana. La economía mundial y la visualización para el 2023 presenta una estanflación en Europa y una desaceleración pesarosa en las principales economías del mundo: Europa (0.5), Estados Unidos (0.9), China (3). Ello conducirá a grietas sociales, sobre todo en el orden del desempleo, disminución del salario real, menos protección social, más desigualdad.

Es una policrisis que no viene anidada en la certeza de los ciclos y su temporalidad. Se trata de un conjunto de crisis que traen en su seno la nueva contemporaneidad de la geopolítica y con ello, de la geoeconomía. Crisis donde emergen nuevos actores, nuevos países que hace 40 años no era posible de avizorar. China, India, Rusia, expresan una nueva dinámica mundial donde el multilateralismo constituirá el arma para poder coadyuvar a nuevas relaciones y donde la conflictividad será conducida mayormente a través del dialogo y la negociación.

La policrisis, generada en gran medida por la ausencia total de liderazgo mundial, nos ha conducido a lo que denomino un efecto Pigmalión negativo. Dirigentes políticos mundiales que llevan sobre sus hombros las expectativas de predecir el futuro y de conducir a la gente, al comportamiento que ellos han diseñado a través de distintos modelos económicos. Los buenos líderes son pigmaleones positivos. Pero, ¿qué es el efecto Pigmalión? Es la capacidad de influenciar alrededor de las expectativas hacia los demás. Es la capacidad, a través de tu pasión, de tu sueño, de tu creación, de tu involucramiento, para poder crear la realidad y de cómo debería ser.

Daniel Kahneman, psicólogo, Premio Nobel de Economía en 2017, demostró como en gran medida el comportamiento económico, la realidad de la oferta y la demanda, el consumo, viene cimentada en la mente y el sentimiento de la gente y ello arriba, como corolario, y axioma del efecto Pigmalión, en cuanto este queda revestido de cómo nos comunicamos con la sociedad, con el mundo. Hasta ahora, el efecto Pigmalión era visto como la influencia en la expectativa con otra persona. La interpretación, percepción, creencias alrededor del otro. Esa percepción y creencia serían, en gran medida, el comportamiento reflejo del otro.

El panorama mundial y con ello el análisis de la economía mundial, constituyen un efecto Pigmalión negativo, que es la imagen o expectativa del futuro (2023-2024), lo cual taxativamente está umbilicalmente relacionado en como influencia en el comportamiento de los 8,000 millones de seres humanos que habitan el planeta tierra. Todos los análisis de la economía mundial, desde la perspectiva macroeconómica, tomando en cuenta los elementos básicos: PIB, Ingreso nacional, consumo global, inversión global, ahorro global, desempleo, inflación, oferta monetaria, comercio internacional, las finanzas internacionales, déficits presupuestarios, parten de distintos modelos económicos que expresan representaciones simplificadas de las expectativas de una realidad (futuro).

Sin embargo, esta policrisis no necesariamente contiene las fluctuaciones cíclicas y la determinación del crecimiento a largo plazo, pues las variables son en extremo de mucha incertidumbre que puede ser de una enorme volatilidad o no. Ahí está la COVID-19, la guerra Rusia-Ucrania. Tal y como plantea el Foro Económico en su análisis de la policrisis: inflación, crisis alimentaria y de energía y guerra geoeconómica. Tres de ellas, agregaríamos nosotros, son estructurales lo que nos advierte que nos encontramos ante un panorama inédito que habrá de trastocar y cambiar todo el sistema global en que descansa su hegemonía.

Toda la arquitectura internacional, institucional que generó el pacto post segunda guerra mundial se está disolviendo en la praxis política y económica mundial. Ya no tienen salida para un mundo tan complejo, tan fragmentado, tan ideologizado y donde el fin de las ideologías, que supuso la desaparición del Muro de Berlín y de la Unión Soviética, acusa un nuevo horizonte. Rusia, subestimada por más de 30 años y que apenas representa un 2% del PIB mundial, nos está diciendo que no es suficiente el capital económico, sino que otros entran en el escenario: el capital militar.

Thomas Piketty en su libro La crisis del Capital en el Siglo XXI nos llamaba la atención, tan temprano como en el 2012, acerca de la crisis del capitalismo. Joseph Stiglitz y Paul Krugman, Premios Nobel de Economía, estadounidenses, nos vienen puntualizando desde hace más de 5 años acerca de la necesidad de repensar la forma del capitalismo financiero. Jeremy Rifkin nos dice que estamos en presencia de una nueva temporalidad. Señala “… del hiperconsumo a la ecogestión, de la globalización a la glocalización, de la soberanía del Estado a la política de la biosfera, de la soberanía del Estado nación al biorregionalismo y de la democracia representativa a la asamblea ciudadana y a la peritocracia distributiva”.

Estamos ante la impostergable misión de reimaginar el mundo que hemos creado los seres humanos y aun cuando hemos avanzado a lo largo de la historia de una manera geométrica y exponencialmente en lo cultural, tecnológico y económico, no hemos trascendido medularmente como humanidad los Siete Pecados Capitales. Es por ello, la inexcusable necesidad de asumir en este panorama tan incierto la resiliencia como palanca y catalizador de una nueva acogida en el peldaño de la historia, que derive en una nueva gobernanza global que se propicia por un cambio epocal que estaba ahí, pero que la pandemia del COVID aceleró con toda la fragilidad que desnudó para la naturaleza humana. El panorama mundial de postcrisis lleva en su vientre el parto del proceso de transformación de la economía post carbono. Allí donde lo único estable es la inestabilidad.

Ese nuevo orden tendrá como ente de adaptación para hacer frente a los cambios tan veloces: la resiliencia. Pero, ¿qué es la resiliencia, qué implica, qué abarca y cómo abrazarla para cohabitar proactivamente en su buena nueva que se nos presenta? La resiliencia es la capacidad de responder de manera proactiva a la circunstancia que se nos presenta. Es la capacidad de ser resistente y de recuperarnos audazmente de las situaciones engorrosas que se nos presentan. Es el dominio permanente del círculo de influencia como llave medular para transformar el entorno de una manera adecuada y efectiva.

La resiliencia es adaptación y transformación. Es la habilidad de reponerse activamente cuando nos encontramos en el círculo de la preocupación, en la zona de pánico, de miedo, que no controlamos. Es como vislumbrar el futuro en una perspectiva combinada del presente, asumiendo la resistencia para enfrentar los cambios. Esta policrisis ha de ser enfrentada desde la resiliencia como motor clave de conducir los cambios y de ser generador de ellos para no reaccionar. La negación como proceso cuasi desaparece en el patrón de la resiliencia. Incertidumbre y riesgos están aposentados constantemente, empero, el resiliente lo asimila como la permeabilidad para la oportunidad de hacer algo distinto como espacio de innovación y creatividad. En la resiliencia el elemento central es el desarrollo de la confianza.

Contiene pues, una nueva dimensión de la educación. Un cambio de paradigma se bosqueja: de la eficiencia a la adaptabilidad y transformación. La resiliencia al mismo tiempo que es adaptabilidad proactiva, se constituye como dinámica en la búsqueda, hoy, de nuestro sentido de existencia. De cómo vamos a responder más en función de un ecosistema que hemos ido lacerando. Es merced a la resiliencia que debemos dejar atrás aquello que nos cita Byung – Chul Han en su libro Capitalismo y pulsión de muerte: “La humanidad esta aquejada de una ceguera mortal. Solo es capaz de advertir órdenes inferiores. Ante los órdenes superiores es tan ciega como los bacilos. Por eso la historia de la humanidad es una “lucha eterna contra lo divino que necesariamente es destruido por lo humano””.