En una de sus clases en Estados Unidos, el filósofo Enrique Dussel contó la historia de Antonio Rubio de Rueda, un jesuita que vino a México en el siglo XVII y publicó un libro titulado La lógica mexicana. El texto se convirtió en el manual de Lógica de la Compañía de Jesús para sus numerosas escuelas distribuidas por el mundo, incluyendo La Flèche, en Francia, donde la estudió un jovencísimo René Descartes.

Recordando el episodio, Dussel afirmó que un profesor norteamericano, creyendo no haber entendido bien sus palabras, le preguntó a una joven: “¿he escuchado bien? ¿un profesor en México le enseñó Lógica a Descartes?”. Le pareció ilógico.

La anécdota es reveladora por lo que presupone la pregunta. El padre de la filosofía moderna no pudo haber aprendido nada sobre el ejercicio del pensar de un individuo formado en la periferia de la geografía y la historia universal.

Ese supuesto no es circunstancial. Forma parte de un imaginario sobre la creación intelectual que implica la idea heideggeriana de que existen lenguas diseñadas para la filosofía como el griego y el alemán. Así, la historia de la filosofía, como la conocemos en Occidente, parece reducirse a un puñado de hombres europeos con la exclusividad del talento para el pensamiento profundo.

Desmitificar esta perspectiva fue parte de la empresa intelectual de Enrique Dussel y el proyecto de la filosofía de la liberación que lideró con carisma y originalidad. Sus clases y conferencias fueron auténticos ejercicios de pensar las fronteras de la historiografía filosófica, de rescatar tradiciones intelectuales excluidas de las academias y de los discursos universitarios, de cuestionar el modo en que nos vemos como latinoamericanos en el espejo distorsionado de los prejuicios negativos identitarios.

La obra de Dussel constituye un acto contra una de las expresiones de la injusticia epistémica, aquella que Gail Pohlhaus Jr. denomina injusticia epistémica institucional. Esta consiste en el agravio que se ejerce desde las instituciones que detentan oficialmente el poder epistémico, como son las universidades, contra las tradiciones de pensamiento provenientes de los países tradicionalmente colonizados, marginadas de los currículos académicos, donde se silencian a sus autores y enfoques.

Así, estas tradiciones permanecen desconocidas, inclusive, despreciadas por aquellos llamados a preservarlas y promoverlas. Se refuerza un circulo vicioso de dependencia intelectual que impacta en la autoestima colectiva y produce otras formas de dependencia social.