En Santo Domingo no hay más que un pueblo que desea ser y se ha proclamado independiente de toda potencia extranjera, y una fracción miserable que siempre se ha pronunciado contra esta ley, contra este querer del pueblo dominicano, logrando siempre por medio de sus intrigas y sórdidos manejos adueñarse de la situación y hacer aparecer al pueblo dominicano de un modo distinto o de como es realidad.     Juan Pablo Duarte

La primacía progenitora de Juan Pablo Duarte se ha abierto paso por encima de enormes montañas saturadas de falsedades blandiendo el taladro desbrozador de la verdad histórica. Se  ha llegado a sustentar que Duarte fue un héroe prefabricado en 1884, cuando fueron repatriados sus restos desde Caracas. Con esa malhadada tesis se otorga el visto bueno a las manipulaciones de la clase dominante que desde 1844 ha presentado al pueblo dominicano de una manera diferente, como denunció el propio Duarte. Es un absurdo pensar que los asaltantes del poder ora Santana, ora Báez, podían consentir el reconocimiento de sus méritos como Fundador de la República Dominicana.

Fue precisamente Báez quien auspició la ley declarando a Santana “Libertador”. Pese a las graves desavenencias posteriores que los separaron, Báez nunca renegó de su responsabilidad en la entronización de ese “Libertador congresual”. En el fondo, solo sostenían diferencias en lo atinente a las ambiciones personales. No es fortuito que Báez, hasta el final de sus mandatos, siempre impusiera la Constitución santanista de 1854, que representaba los intereses políticos autoritarios de ambos.

Los herederos ideopolíticos de Santana, Báez, Heureaux y Trujillo argumentan que Duarte no puede ser el Padre de la Patria porque no estuvo en la Puerta del Conde la noche del 27 de Febrero de 1844.  Están horriblemente equivocados.

No era imprescindible su presencia en ese augusto recinto. Pese al control político del movimiento de febrero por los afrancesados, ya existía un objetivo estratégico que había germinado sus frutos y fue sembrado por él. Cosecha audaz, en medio del árido ambiente de la ocupación haitiana, propiciar una república libre e independiente que agrupara a todos los ciudadanos de la parte Este de la isla sin distinción de colores.

Se trataba de la más trascendente innovación política de la época. Muy diferente a la decisión de Juan Sánchez Ramírez, en la Junta de Bondillo, de volver a ser colonia esclavista española, o la frustrada revolución de Los Italianos, cuyos propósitos esenciales no estaban definidos. Tampoco el escarceo  antiesclavista  de Mendoza y Mojarra, que solo vinculaba a negros y mulatos, ni la rebelión del 8 de noviembre de 1821 de los pueblos fronterizos contra la esclavitud sin un objetivo político específico, lo que permitió que los haitianos la controlaran. Mucho menos la “independencia” oligárquica de José Núñez de Cáceres del 1 de diciembre de 1821, que perseguía justificar la esclavitud y la discriminación racial de los pobladores negros y mulatos; muy diferente, además, al conato esclavista proespañol de Los Alcarrizos en 1824.  El 27 de Febrero de 1844 fue la eclosión del proyecto de nación que agruparía a todos los habitantes de la parte Este de la isla, en igualdad de condiciones raciales y bajo una misma nacionalidad. Iniciativa que no fue fortuita: se venía gestando desde el 16 de julio de 1838 cuando se fundó con esos menesteres la Sociedad La Trinitaria, que es la génesis de la República Dominicana.

Los movimientos insurreccionales que precedieron a La Trinitaria priorizaron, en primer término, la lucha armada en favor de uno u otro de los diferentes sectores étnicos que convergían en la parte Este de la isla. Mientras, el programa de  lucha de La Trinitaria levantó como estandarte primario la promoción política para persuadir a los diversos grupos raciales de la trascendencia del nuevo proyecto de nación, que unificara a todos los habitantes del Este, previo a la acción armada. Ahí reside el éxito de esta propuesta de nación.

Se debe advertir no se podía ofertar nada en lo relativo al control de los medios de producción y/o las grandes propiedades por una clase social determinada. Este tema estaba desarrollándose en etapa embrionaria en Europa, promovido por Carlos Marx y Federico Engels. El Manifiesto del Partido Comunista fue lanzado en 1848 y en ese lapso el debate en América en primer orden era étnico y anticolonial.

Duarte no tenía necesariamente que estar presente en el Baluarte del Conde la noche del 27 de Febrero, era la fecha máxima donde se produciría el parto del proyecto de nación que había confeccionado. Su ínsula como le motejaban sus adversarios.  Lo acontecido allí no fue un óbito como los anteriores eventos; esto, por el celo de su promotor que logró que el embarazo de la patria llegará a sus momentos culminantes sin ningún traspiés en sus propósitos cardinales.

Ya había prendido en la mayoría de sus coetáneos el entonces novedoso concepto de la patria dominicana, pese a la amenaza de aborto propiciada por los afrancesados en colusión con el cónsul de Francia el inefable Saint Denys. La noche del 27 de Febrero los afrancesados debieron guardarse su proyecto de nación mediatizaba para otro momento. Este plan anexionista tenía hasta una bandera diseñada con los colores blanco y rosa y un búfalo con la enseña del pabellón francés.

No todo queda ahí. En este aflictivo periodo perinatal, también fue Duarte quien evitó la muerte en su cuna de la empresa patriótica dominicana. Enterado de las maquinaciones de los afrancesados, que de modo secreto habían urdido una alianza con Francia a través de la nota furtiva del 8 de marzo de 1844, impuesto que los haitianos después de las derrotas de marzo y con sus graves dificultades internas no representaban peligro inmediato, decide enfrentar las tratativas anexionistas con Francia a través del tristemente célebre cónsul Saint Denys.

Duarte reclama que es el pueblo quien debe decidir el futuro de la nación y logra se convoque a una asamblea pública en la Plaza de Armas (Parque Colón) el 26 de mayo para debatir el asunto. Día designado como del patriotismo integérrimo, que la clase dominante ha borrado de las festividades patrias. Periodistas franceses que ya estaban en el país asistieron a la actividad donde se pensaba que los dominicanos respaldarían el designio de los afrancesados. El periódico parisino Journal Des Débats  publicó lo acontecido en la substanciosa asamblea pública:

“La sesión de la junta el 26 de mayo fue abierta por un discurso de Tomás Bobadilla, quien trató de hacer comprender la necesidad de aceptar la protección de Francia, que había sido ofrecida, decía, por el Cónsul de Francia Mr. Juchereau de Saint Denys. Los Generales Juan Duarte y Manuel Jimenes combatieron directamente esa medida, y declararon que ellos no aceptarían ninguna dominación extranjera, y en consecuencia la oferta de protección de Francia fue rechazada por la asamblea”.

Existen otros testimonios que coinciden con la versión del Journal Des Débats en que Duarte arruinó los planes de asestarle una estocada patibularia a la República en ciernes. Ante la insistencia de los afrancesados en sus fementidos objetivos, encabeza el golpe de Estado revolucionario del 9 de junio que depone a los reaccionarios afrancesados. Una síntesis de las acciones de este breve Gobierno revolucionario la dejó estampada el héroe al responder con firmeza los reclamos contra el proyecto anexionista de marras, por parte del representante consular de Inglaterra:

“Nosotros creemos inadmisible una protesta de semejante naturaleza, pues dicha Península y Bahía de Samaná corresponden a nuestro territorio y el pueblo dominicano como libre y soberano tiene la entera disposición de lo que es suyo. Sin embargo, después de la reforma operada en el Cuerpo de esta Junta, creemos poder asegurarle que en nada tendrá que inquietarse el Gobierno de S.M. Británica sobre una ocupación extranjera de dicha Península de Samaná, pues hallándose el pueblo entero opuesto a toda intervención extranjera en nuestra política nos parece que deben disiparse por consecuencia los motivos de la protesta”.

No existe ninguna respuesta semejante de otro Gobierno a un intento de intromisión en los asuntos internos dominicanos.

Santana, desarmado ideológicamente al desarrollar su contragolpe reaccionario del 12 de julio, imputó a Duarte y sus compañeros la acusación preferida de los haitianos: conspiradores procolombia.

Consumados los propósitos anexionistas de Santana diecisiete años después con la anexión a España, y tras el estallido de la Guerra Restauradora, Duarte organiza una simbólica expedición patriótica y trata de integrarse a la revolución como simple combatiente. Sus comunicaciones así lo atestiguan.

El presidente Pepillo Salcedo, rancio baecista, por sus antecedentes radicales considera inoportuna su presencia en el país, ordena que regrese a Venezuela con el subterfugio que debía cumplir una misión diplomática. El Padre de la Patria en tres cartas suplica a Salcedo le permita pasar a combate, como ocurrió con los otros miembros de su expedición, incluyendo su hermano Vicente. El presidente ni siquiera respondió sus cartas, soslayando que la prensa colonial en La Habana y Madrid había iniciado una sórdida campaña contra su arribo al Cibao en armas para colaborar con los insurgentes, propaganda aviesa que trascendió al perímetro de los rebeldes. Un presidente con ideas sanas, lo pertinente era responderle a la campaña montada por el enemigo integrándolo en un puesto burocrático en Santiago, o permitiéndole sus deseos de convertirse en simple combatiente como su hermano Vicente y su tío Mariano Diez.

Poco tiempo después quedó al desnudo porqué Salcedo no admitía su presencia en la República en Armas, cuando se presentaron negociaciones con el enemigo y decidió se aceptara el planteamiento del gobernador colonial José de la Gándara de rendirse los dominicanos. Salcedo comprendió de antemano que Duarte, como patriota radical, rechazaría esa propuesta indecorosa, que ya se rumoraba. Luego surge el golpe de Estado revolucionario de Gaspar Polanco, que reactivó la guerra y convenció a los españoles  de que no podían vencer a los dominicanos. Duarte refrendó las acciones del Gobierno revolucionario de Polanco, cuando sentenció:

[…] quedo impuesto de las razones del gobierno respecto de su conducta con los traidores, y no puedo menos que decir a usted que, mientras no se escarmienten a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones”.

El Padre de la Patria fue un celoso guardián de la soberanía nacional. Por eso, se ha pretendido disminuir su estatura patriótica. Esa pandilla gobernante nunca le perdonó sus posturas tajantes en defensa de la nacionalidad dominicana. Por lo tanto, es inadmisible pretender en los tiempos de Santana y Báez se acogiera su venerable primacía, como tampoco podía aceptarlo Salcedo, un obsesionado baecista, ni  Ulises Heureaux (Lilís), que de manera insólita lo consideró como rival histórico ante sus ridículas apetencias de convertirse en  el “Pacificador de la patria”.

Heureaux llegó tan lejos en su vesania que ordenó negar el permiso para la erección de una estatua de Duarte, al tiempo que envió a Barcelona a confeccionar una escultura ecuestre en bronce de su persona con los fondos del Estado, promoviéndose como “Pacificador de la Patria”, reduciendo a Duarte a una tríada de patriotas, cuyo altar (decía el propio Lilís) no se podía remover mucho porque se le caían los santos. De igual modo Trujillo fue solidario de la tesis de Lilís derogando la «Orden de Duarte» y creando la «Orden de Duarte, Sánchez y Mella», reactivando la tríada lilisista para desplazar de ese cimero atributo a Duarte y él convertirse en “Padre de la Patria Nueva”.

¡Duarte, solo Duarte es el Padre de la Patria! Aquí también se impone la histórica reflexión que proclama: ¡La verdad siempre es revolucionaria!

Estatua ecuestre de Lilís que quedó abandonada en el muelle de Barcelona, tras su ajusticiamiento.  Fue fundida para fabricar armas durante la Guerra Civil. Fuente: Estampa.  Madrid, 11 de noviembre 1933.

 

Otra vista de la estatua ecuestre de Heureaux. El caballo con una pierna en el aire porque se estila de ese modo cuando la personalidad fue herida en combate. Lilís fue herido durante el Gobierno de Meriño; había recibido una herida previa en una riña con un compañero durante los “Seis años de Báez”. Fuente: Estampa.  Madrid, 11 de noviembre 1933.