El pensamiento duartiano tiene una dimensión
tan diversa y tan alta que no hay mente humana
que pueda alcanzarlo.
(Cándido Gerón)
Depositario de la herencia donde se asientan los principios fundamentales de los forjadores de la Independencia Nacional y donde se esculpe el mármol perenne de la libertad.
El ideal de Duarte estuvo fundamentado en unificar a la familia en torno a la nacionalidad dominicana y, en aras de una nueva forma política, sacrificó sus mejores días para legarnos una República libre y soberana.
Como se observará, este ideal importantísimo de Duarte encierra grandes revelaciones íntimas y toda la angustia que vivió la República Dominicana a la hora de librarse de la dominación del gobierno haitiano por espacio de 22 años de permanentes torbellinos políticos y militares.
Su obra magna e ingente pone en contexto su romanticismo revolucionario indiscutido que entronca con las ideas más avanzadas del siglo XVIII europeo, de donde nació el sentimiento rebelde y apasionado de un Duarte siempre atento al mayor empeño y la pasión más desenfrenada donde se revelan sus sueños y su alma prístina.
Es por esta y otras razones de peso que Duarte ocupa el lugar más importante de la historia política dominicana.
Sostiene el historiador de arte Juan de Contreras que solemos tener de cada período de la historia de la cultura un concepto demasiado simplista, no conforme con la complejidad de la vida, que se aviene mal con moldes demasiado estrechos y cada día los altera y los enmienda.
El pensamiento de Duarte posee la marca de lo imperecedero, la emoción patriótica que duerme en los laureles que llevan en sus corazones los dominicanos.
Y añade que: “…no todo fue académico ni neoclásico en la segunda mitad del siglo XVIII, sino bajo las normas oficiales, en apariencia indiscutidas, latía un mundo de sentimientos y de conceptos nunca bien domeñados, herencia del pasado los unos y consecuencia los otros de la misma naturaleza humana, que de vez en cuando venían a trastornar la gravedad de los cánones, como las pasiones reaparecen impensadamente aun en el asceta más mortificado”. ( Contreras, Juan de. Historia del arte hispánico, Barcelona, Salvat Editores, S. A., 1949, p. 81).
A ese siglo de oro perteneció el patricio Juan Pablo Duarte, marcado por un romanticismo idealista que asimiló en sus causas revolucionarias sin importar los aspectos circunstanciales de su “deber y agonía” en la construcción de una patria que le produjo una existencia opresora y al mismo tiempo imprescindible por los milagrosos frutos obtenidos aun en medio de inescrupulosas dificultades que se levantaban en su contra.
Esta investigación se centra, básicamente, sobre la biografía de Duarte , y la misma recoge más de un 90 % de los estudios, análisis y enfoques que se han escrito sobre el creador de la República Dominicana. Los datos que se exponen son fidedignos, pues proceden, por ejemplo, de la biografía elaborada por su hermana Rosa Duarte Díez (1820-1888), quien destaca sus horizontes políticos y las vicisitudes que vivió en el exilio venezolano.
A través del historicismo podemos estudiar a profundidad las ideas políticas del patricio Juan Pablo Duarte y, a partir de esta valoración, asumir la teoría de su discurso constitutivo sobre el sagrado nacionalismo dominicano. Su sensibilidad inigualable y sus excepcionales facultades políticas sirvieron para plantar la semilla de la libertad y concretizar su fama de honesto.
Esta apuesta en su especificidad del lenguaje encierra la infinitud doctrinaria en cuanto a patriotismo se refiere, de uno de los fundadores de la nación dominicana de más idealismo dialéctico, enunciado inseparable de su fervor patriótico el cual nos muestra la luminosidad de su pensamiento.
La historiografía más extensa y completa sobre personajes dominicanos la representa Juan Pablo Duarte. De acuerdo a las obras consultadas en busca de información, los historiadores e investigadores han logrado reunir un material general que nos permite conocer los marcos de referencia de la vida y el pensamiento del prócer más distinguido de la nación dominicana.
La lista de las fuentes consultadas revela una versión documental que va más allá del Diario de su hermana, Rosa Duarte Díez. Localizar casi por completo el legado historiográfico de Duarte de parte de figuras prominentes de los siglos XIX y XX, representa una tarea fecunda, un hito en la historia dominicana.
Estudiar la vida política lozana y el exceso de conocimiento de Duarte es la mayor contribución de muchos historiadores, escritores e intelectuales, quienes sintetizan la conciencia histórica de que es merecedor, bien sea por su pureza espiritual y moral o bien sea porque se entregó a cambio de nada, incluso disponiendo de los bienes de la familia para contribuir a la conformación de la dominicanidad.
En Duarte, el fuego de la libertad no se ha apagado ni apagará a través de los siglos. Por el contrario, lo incandescente se transfigura en luz, en materia prima, en escudo inexorable.
Si combatió a los haitianos puede también vencer al tiempo, al fin y al cabo él es la dominicanidad hecha símbolo continuo y destino eterno.
Verdad y certidumbre en su fuerza misteriosa nos presentan a un Duarte de propósitos divinos que anima los motivos superiores que dan sustento al patriotismo secular; un Duarte que se encierra en la verdad eterna con tal de que República Dominicana no desaparezca de su órbita política y geográfica.
Con el sufrimiento en Caracas, Venezuela, forjó con acero el asiento de la nación dominicana y consiguió dar marca, sello, timbre, forma, estirpe y precisión meridiana. El pensamiento de Duarte posee, por lo tanto, la marca de lo imperecedero, la emoción patriótica que duerme en los laureles que llevan en sus corazones los dominicanos.
No hay día en que no se oiga su voz desde lo más alto del planeta. Voz de aliento y de valores absolutos. Son, quizá, los ecos de un coro de voces inmortales, en el que Duarte es el director de la orquesta, en el que se hace claro que la nación dominicana “significa el instrumento de la verdad constante y seguro”.
El punto de partida para biografiar la figura de Duarte es la perspectiva de sus conocimientos políticos adquiridos a temprana edad cuando vivió por varios años en Europa. De esos lares, trajo el germen revolucionario que convirtió en progresivo ideal y que sirvió para fundar La Trinitaria, el 16 de julio de 1938, junto a Juan Isidro Pérez, Felipe Alfau, Jacinto de la Concha, Félix María Ruiz, José María Serra, Pedro Alejandro Pina, Juan Nepomuceno Revelo y Benito González, donde se fraguan los primeros pujos de la Independencia Nacional. A la luz de este enfoque, el legado de Duarte es en sí mismo el armazón de la República Dominicana.
El juramento trinitario tiene la connotación de consigna o proclama:
En el nombre de la Santísima, augustísima e indivisible Trinidad de Dios Omnipotente: juro y prometo, por mi honor y mi conciencia, en manos de nuestro presidente Juan Pablo Duarte, cooperar con mi persona, vida y bienes a la separación definitiva del gobierno haitiano y a implantar una república libre, soberana e independiente de toda dominación extranjera, que se denominará República Dominicana; la cual tendrá su pabellón tricolor en cuartos, encarnados y azules, atravesado con una cruz blanca. Mientras tanto seremos reconocidos los Trinitarios con las palabras sacramentales: Dios, Patria y Libertad. Así lo prometo ante Dios y el mundo. Si tal hago, Dios me proteja: y de no, me lo tome en cuenta, y mis consorcios me castiguen el perjurio y la traición si los vendo.
A esta proclama se suma el testimonio de Félix María del Monte (1819-1899), al señalar: “Conocí demasiado a ese adalid de la libertad dominicana. Fui uno de sus más últimos amigos, mi condiscípulo, mi compañero en La Trinitaria, en la Sociedad Filantrópica, en el hecho de armas del 24 de marzo de 1843. Poseo como datos precisos para la historia nacional, las cartas que desde su destierro en la América del Sur me enviaba a Puerto Rico, durante mi ostracismo de once años. Sí, yo las conservo como las últimas expansiones de su alma; como los postreros latidos de aquel corazón todo amor y patriotismo”. ( Del Monte, Félix María. Apuntes de Rosa Duarte. Archivos y versos de Juan Pablo Duarte, Instituto Dominicano, Vol. I, 1970, p. 142).
Los resplandores en Duarte, de amor y entrega por la fundación de la República, dejaron en la conciencia de los dominicanos huellas imborrables y sobre ellos construyó su gloria imperecedera y muy particularmente, su humanismo fomentador de ideales sublimes que honran sus sueños y su intensidad que irradiaba las cumbres de su empeño conciliador en torno a la creación del Estado dominicano.
En Duarte, los nexos entre la ciencia de la política y el ideal por la fundación de la República Dominicana consagran la doctrina del pensamiento social. Dicho de otra manera, dimensionan la particularísima noción de que la patria es donde se asienta el espíritu de las razas y, por supuesto, de las ideas, lo que explica el espíritu existencial de los sujetos que otorga autonomía a su conciencia.