En la única y auténtica fotografía tomada a Duarte, en un estudio en la ciudad de Caracas, se observa disminuido, producto de la vejez prematura ante el olvido y la indiferencia de los dominicanos, por lo que el fotógrafo tuvo que poner en esa parte un lazo para disimular su delgadez.
La referida fotografía denota un abultado traje, estilo de la época, que contrasta con la delgadez de su figura y la anchura del traje, cuya leontina era totalmente artificial al no corresponder al padre de la patria, sino que formaba parte de los atuendos que utilizaba el artista para mejorar la presentación del que iba a retratar.
Pero estos son aspectos simbólicos que no quitan méritos a Duarte en Venezuela. Nación que llegó a considerar como su segunda patria por el aprecio y el apoyo que le prodigaron venezolanos de mucha valía que conocieron todo y cuanto hizo por su patria y la honestidad con que se ganaba el sustento.
Duarte era dueño de un pensamiento metódico que había cultivado en Europa. Ejemplo conductor que resalta los rasgos de una personalidad sensible y al mismo tiempo consistente en principios y virtudes; Duarte es el líder político que más influye en la era en que se materializó la Independencia Nacional y que creía fundamentalmente en el internacionalismo de las ideas revolucionarias.
A medida que pasa el tiempo, algunos le reprochan a Duarte el hecho de no estar al frente de la guerra Restauradora, cuando lo cierto es que, en el momento en que vino a ponerse a disposición de aquellos que la dirigían, solo encontró celos y rechazos de algunos de ellos, al extremo de que en cartas le reprochan una supuesta actitud de irresponsabilidad.
Todo queda mucho más claro cuando Duarte responde con firmeza esos señalamientos impropios del hombre que consagró tiempo e ideas a través de las sociedades La Trinitaria, La Filantrópica y la Sociedad Dramática, en las que engendra el fruto que daría paso al nacimiento de una República que estaba lejos de alcanzar su sueño de libertad ante el poderío de los haitianos.
Este factor polémico es el único que aparece en la vida de Duarte y que, a causa del mismo, va a parar a otra patria que, si bien le dio cobijo, nunca se sintió satisfecho porque extrañaba la patria que había logrado con sangre y heroísmo con otros valientes varones que se sumaron a la lucha para extirpar los prejuicios raciales y el modo con que los haitianos trataban a los dominicanos durante la dominación de 22 años.
En esa convergencia ética y moral, Duarte se mantuvo siempre en la línea de promover propósitos e ideas, potenciando lo heroico en sus distintas características.
No hay calificativos para evaluar la tragedia de Duarte; no hay parámetro alguno para equiparar la magnitud de su dolor, en un hombre tan digno, esencial y magnífico que explica la dialéctica de sus valores sociales y humanos. Ese Duarte inmaculado es como un océano que trasciende el espíritu de aquel que lo contempla desde las cimas más empinadas y lo imagina suyo y de nadie más.
De ahí que la actitud mental y creadora de Duarte no tiene límites ni fronteras, porque encausó el patriotismo por las sendas de la grandeza en medio de terribles imposibilidades que recogen sus pujos epicúreos y el ejemplo de una vida fatigada y transparente en la que no cesa el afán del espíritu patriótico.
En esos pasos iniciales de la vida de Duarte, muchos le reprochan compromisos de manera simulada porque su logro era tan grande que no resistían el resplandor de sus ideas.
Su obra contiene el sello de lo interminable y está relacionada con la realidad, aunque los sueños y la utopía eran parte de su desarrollo filosófico. Todavía esta disciplina no tenía auge en América porque no había reflexión para comprender el incendio de las luchas revolucionarias que habían iniciado Simón Bolívar, San Martín, Martí y otros.
El primer contacto de Duarte con la filosofía fue cuando su padre Juan José Duarte lo envío a Europa en donde tuvo la oportunidad de intercambiar ideas con políticos e intelectuales españoles y franceses. Ese fue el primer encuentro con una agigantada civilización que comenzó a definir el mapa de su ideal.
Este viaje a Europa tuvo una aportación valiosa, tanto en lo político como en lo doctrinario. Fue un viaje organizado y disciplinado que ensanchó una experiencia vivida y contemplada y que le produjo un fecundo palpitar. Es ahí donde nace el progreso incuestionable de la sensación política de Duarte, la que asume como una devoción al regresar a su país.
La memoria de Duarte reposa en el Olimpo, en una proyección que va más allá de lo concreto, como un santuario que no deja de sorprender al mundo por su sagrado silencio donde guarda sus proezas. El Olimpo es una estatua erigida a Duarte, rodeada de luz e invocación. Es por esa razón que la historicidad en Juan Pablo Duarte se convierte en una realidad ontológica y trascendental.
Y de ese modo, por analogía y evidente ideología, no hay proximidad por la capacidad impulsadora que contribuye a intensificar su imagen significativa. Con apenas veinte años, anuncia un romanticismo ideológico con proyección humana, y de esa manera nos pone en presencia del lenguaje que nutrirá muchísimo la preocupación por el entorno que vive, y entiende que no existía la voz que él demandaba para hacerla libre y volar y no caer derribada por la pólvora del fusil atrevido.
La hidalguía de Duarte se fundamenta en el espíritu inalterable que implica el alma en llama, especie de Inquisición ante la villanía del pasado histórico. Hombre e historia unidos indisolublemente son el reflejo de la acción en el tiempo, y en Duarte esta concepción nace y crece para dar vida a su actitud: reflejo y aliento de la libertad.
La cuestión del nacionalismo en Duarte, a pesar de su inmadurez en la política, se caracteriza por un sugerente romanticismo que fija los lineamientos de su fuerza existencial y todo espíritu de comprender la realidad antes que la acción, y este sentimiento fue su primer marco ideológico en definir su pasión por la política y trazar su destino con el hecho incuestionable de que, sin entrega de manera pujante y decisiva, no puede haber en el hombre rutas y horizontes.
Todo intento de comprender el ideario de Duarte conlleva una exégesis de parámetros y vertientes de tópicos que describen la urdimbre de su paradigma. Este trasfondo ideológico en el padre de la patria alude, obviamente, a un disputado liderazgo por el laboratorio de sus ideas, convertidas en vetas irrepetibles con el paso de los años.
Trátase de descifrar la tónica de su pensamiento, o, si se quiere, de su abordaje en cuanto a lo audaz de su fuerza pasional que no repara en edades y sacrificios, sino que se revela contra el desamparo de obtener un lar donde se asiente un modo material de la historia, la cual consiste en transgredirla para crear un mundo territorial capaz de crear la dinámica del progreso colectivo. De esa forma, Duarte proclama un credo y lo pone a circular en medio de la turbulencia con tal de provocar una reacción de visión política y sociológica.
Los dominicanos nunca tendrán con qué pagar la proeza de Duarte. Su amor, resistencia y solidaridad constituyen el albergue de donde emergieron los sentimientos y los actos de su conciencia en los que expresa su indignación al ver su suelo mancillado por los haitianos.
La vida suele tener, para algunos hombres, circunstancias especiales que les permiten coronarse de gloria ya sea por valientes en los campos de guerra o por la fortaleza de su conducta social. En Duarte, estos valores se convierten en logia y permanentes inquietudes.
Su meta principal fue la expresión de la libertad, la cual nos conecta con la realidad viviente de los hombres que los impulsa a incrementar el destino de los pueblos. En esa convergencia ética y moral, Duarte se mantuvo siempre en la línea de promover propósitos e ideas, potenciando lo heroico en sus distintas características.
La búsqueda afanosa de una patria personal es la empresa social más creadora de Duarte. Encuadrado en este contexto, crea su mundo y despliega su vida para dar fundamento a sus cualidades políticas y humanas. Y es a partir de esta tesitura que podemos escudriñar su particularidad y su método de pensar y luchar como punto de apoyo de su ideal patriótico.
El insigne educador Eugenio María de Hostos, tras el fusilamiento de Francisco del Rosario Sánchez, por parte del general y primer presidente de la República, Pedro Santana Familia, se refiere también a la muerte de Duarte. Del primero dice: “Muerto, como vivo, siempre siguió siendo una protesta contra la dominación extranjera”. (…) “Desgracia de su patria ha sido que, además de protestar contra la dominación del extranjero, su muerte sea vergüenza y anatema”.
Señala que:
“Eran el mismo espíritu en dos cuerpos, ¡tras del uno debía caer el otro. Duarte había ido en la vida antes que Sánchez: justo era que fuera en la muerte tras de Sánchez. Pero la muerte de Duarte, muerte también causada por la ambición o la ingratitud de sus hermanos, no fue tan venturosa ni tan pronta como la del adalid de la primera y segunda independencia: la muerte de Duarte fue una agonía de catorce años”.
Hostos también asegura que:
“Cuando el Cibao, a quien estaba encomendada la Restauración de la Independencia de la patria, hizo los prodigios que hizo y pudo señalar en el horizonte de un porvenir cercano la Restauración de la República, Duarte se presentó a ocupar su puesto. (…) Parece que en aquel momento dio comienzo su agonía. Parece que desde aquel momento volvió a ver de cerca la ingratitud que lo había desterrado hacía ya más de veinte años. (…) Parece que desde aquel momento vio la incompatibilidad que había entre él y los otros, entre los nuevos y los viejos organizadores de la defensa de la patria. Parece que desde aquel momento se condenó a muerte en el destierro”.
“Indudablemente es que Duarte se desterró otra vez, que otra vez fue a vagar hambriento y solitario, solitario y hambriento, por campos tan impróvidos como estos, y como casi todos, para la abnegación y el patriotismo”.
Y añade: “Pero también es indudable que la patria le debió un último servicio: el de morir lejos de ella, quitándole de encima el peso del remordimiento”.