El Padre de la Patria Juan Pablo Duarte, como personalidad histórica es entendible se originen diversas interpretaciones en torno a su accionar político-social, incluso cuestionamientos, como ha ocurrido con héroes de la estatura heroica de Simón Bolívar. Ante la innegable crisis migratoria con la desbordada presencia de ciudadanos haitianos con status no legalizado en el territorio nacional, algunas entidades han asumido a Duarte de modo exagerado como estandarte antihaitiano, mientras por otro lado sectores comprometidos con una utópica fusión de ambos países, han retomado la infame acusación de imputarle racismo. Duarte con brillantez delineó los Estatutos espirituales de la nacionalidad dominicana, preservarlos es una tarea de nuestros coetáneos.
La situación en debate se trata de un grave dilema de política migratoria. Tenemos presencia no legalizada de ciudadanos venezolanos, colombianos, cubanos y de otras nacionalidades, pero sus patrias de origen nunca han alegado que tienen derecho a ocupar esta nación. En el caso haitiano sectores de su clase dominante han predicado siempre que este territorio supuestamente les pertenece y mantienen de modo constante ese agresivo y erróneo discurso ante su pueblo. El peligro es que miles de haitianos no regularizados asuman la nacionalidad dominicana para luego reclamar no solo cuotas electorales, sino presentarse como “víctimas de discriminación” ante una prejuiciada comunidad internacional, para tratar de crear un “Kosovo insular”. Por lo tanto, es totalmente válido el control migratorio como prevención de la dominicanidad.
No es fortuito que se insista en la muy planificada estrategia de la invasión uterina. ¿Dónde se producían antes los partos de las haitianas? ¿Es espontánea esa invasión de parturientas que llegan por montones a nuestras maternidades? ¿Acaso no se están inscribiendo esos niños como dominicanos? ¿Quiénes están detrás de la invasión uterina? Son los aspectos que las autoridades tienen que corregir de verdad. Para hacer cumplir estos requisitos legales no hay que involucrar a Duarte. El Padre de la patria no es oficial de migración, ni del Cesfront, ni oficial civil. Por lo tanto no tiene justificación salir con banderitas dominicanas exigiendo que en nombre de Duarte se persiga a todos los haitianos que están en situación irregular en el territorio nacional.
Se pretende crear el “espectro Duarte”, especializado en acosar haitianos, que no es cierto. El Padre de la Patria nunca mostró adversión hacia el pueblo vecino, tampoco fue el responsable de la existencia de dos nacionalidades disimiles en esta pequeña isla. Esto lo dispuso el rey español Felipe III al ordenar la despoblación de la parte Occidental, medida ejecutada en 1606, que facilitó poco a poco los franceses ocuparan la parte desalojada e instalaran una colonia que luego devino en República de Haití.
Ese es el origen del desarrollo de dos pueblos totalmente diferentes, que luego Toussaint y Boyer pretendieron unificar. Este último con mayor oportunidad de eliminar los inconvenientes sociales, descartó tomar en cuenta habían transcurrido más de dos siglos con culturas diferentes, erigiéndose en conquistador a manu militari de la parte española. Yerro reconocido por distinguidos historiadores haitianos como Dantes Bellegarde, quien comentó sobre el particular:
“Desafortunadamente, los funcionarios designados en el Este no supieron, a pesar de las sensatas instrucciones del presidente, tratar a la población con el tacto y medida convenientes. En su mayor parte, se vieron como país conquistado y allí trajeron los hábitos despóticos de los militares haitianos. Aunque en su mayoría fuesen de origen africano, los habitantes de la antigua Audiencia Española de Santo Domingo, mestizos o blancos puros, eran diferentes de los hombres del Oeste por lengua y costumbres. Si los gobernantes haitianos hubiesen tenido más psicología, habrían tratado, no de absorber a los “hermanos del Este” como se decía, pero sí de fortalecer su alianza voluntaria con Haití mediante una organización política que les hubiese dejado su autonomía y la libertad de evoluciones dentro de sus propios límites”. (Dantes Bellegarde. La nación haitiana. Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 1984. p. 130).
Aunque Bellegarde trataba de exonerar de los errores a Boyer, se debe acentuar los atropellos no se realizaron a sus espaldas, como los fusilamientos de los involucrados en la conspiración proespañola de Los Alcarrizos, en veintiún años debió advertir la irregularidad. Un Gobierno federado pudo en aquellos momentos ser una salida, como lo planteó Pedro Francisco Bono, que vivió de adolescente durante ese lapso.
Dorsainvil otro importante historiador haitiano, sin ambages sentenció sobre el tema: “Durante veintiún años toda la isla de Haití permanecerá sometida a la autoridad de Boyer. Desgraciadamente los haitianos trataron el territorio del este como país conquistado”. (Jean Crisosteme Dorsainvil. Manual de historia de Haití. Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc. Santo Domingo, 1979. p. 160).
Jean Price-Mars, polémico historiador haitiano, que siempre demostró escasas simpatías hacia los dominicanos, admitió a regañadientes los errores de la dominación de sus paisanos:
“En una cuestión tan delicada y espinosa, era necesario que la autoridad que ocupaba el territorio respetara las costumbres y los hábitos de los indígenas y esperase que el tiempo cumpliese su lento proceso de asimilación. Medida de prudencia, inteligencia y longanimidad”. (Jean Price-Mars. La República de Haití y la República Dominicana. Diversos aspectos de un problema histórico, geográfico y etnológico. Martín Aldao y José Luis Muñoz Azpiri, traductores. Colección del Tercer Cincuentenario de la Independencia de Haití. Puerto Príncipe, 1953. T. I p. 199).
Pese a dos siglos de diferencias entre ambos pueblos, nos trataron como un país conquistado, tal como lo admiten estos reconocidos historiadores haitianos. Es injusto imputar a Duarte la división de la isla, los criollos de su época encontraron una ocupación extranjera arbitraria, que reclamaba una enérgica acción para corregirla.
Duarte fue esencialmente un combatiente anticolonial, precursor del antiimperialismo dominicano. Al igual que la mayoría de los ciudadanos entendió había fracasado la fusión. Pese a esta verdad de perogrullo, desde un principio advertía a su compañero José María Serra era admirador del pueblo haitiano, estableciendo de modo claro:
“Yo admiro al pueblo haitiano desde el momento en que, recorriendo las páginas de su historia, lo encuentro luchando desesperadamente contra poderes excesivamente superiores, y veo como los vence y como sale de la triste condición de esclavo para constituirse en nación libre e independiente. Le reconozco poseedor de dos virtudes eminentes, el amor a la libertad y el valor; […] (José María Serra. Apuntes para la historia de los trinitarios, fundadores de la República Dominicana. Boletín del Archivo General de la Nación. Santo Domingo (C. T.), 1944. Núm. 32-33. pp. 55-56).
Su actitud era contraria a otros sectores criollos que abogaban por volver al control español (el padre Gaspar Hernández y su grupo), a Francia (los afrancesados con Bobadilla y el plan Levasseur) e Inglaterra (el antiguo diputado Francisco Pimentel). Durante la conversación antes citada, Duarte resaltó lo pertinente era crear una República independiente, no solo de los haitianos, sino de cualquier potencia extranjera:
[…] los dominicanos que en tantas ocasiones han vertido gloriosamente su sangre, lo habrán hecho solo para sellar la afrenta de que en premio de sus sacrificios le otorguen sus dominadores la gracia de besarles la mano? No más humillación! No más vergüenza! Si los españoles tienen su monarquía española, y Francia la suya francesa, si hasta los haitianos han constituido la Republica Haitiana, por qué han de estar los dominicanos sometidos, ya a la Francia, ya a España, ya a los mismos haitianos, sin pensar en constituirse como los demás? Nó, mil veces! No más dominación! Viva la República Dominicana!” (José María Serra. Obra citada. p. 56).
Se debe reiterar no era enemigo de los haitianos, percibió había llegado el momento de desembarazarse de ellos, empezando con la tiranía de Boyer. En esa coyuntura no vaciló en realizar una alianza táctica con liberales haitianos, tal fue el caso del movimiento de la Reforma, dirigido por Hérard Dusmele y David Saint Prix. No es como se pretende vender que repudiaba a todos los haitianos, a los malvados como Boyer y Hérard.
Ya extirpado el mandato autoritario de Boyer, lo pertinente era la formación de un régimen liberal, pero el poder quedó en manos de un generalote como Charles Rivière Hérard, quien al enterarse los criollos conspiraban para formar un nuevo país, antes que promover un debate político-social buscando persuadirlos, decidió incursionar con numerosas tropas para perseguir a enemigos que ni siquiera comprendía sus inquietudes sociales. Hérard desconocía quienes eran los dominicanos, hasta el extremo que en las Memorias de su agresiva “visita”, escribió sin desparpajo:
“En Dajabón, primer pueblo del nordeste, he encontrado un pueblo distinto, de otras costumbres, de otras inclinaciones; con un idioma diferente del nuestro, y me he visto obligado, la primera vez, a buscar intérprete para mis comunicaciones con el pueblo”. (Emilio Rodríguez Demorizi. Invasiones haitianas de 1801, 1805, y 1802. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo (C. T.), 1955. p. 283).
Este mandatario autoritario debió acudir a sus asesores “liberales”, para entender esas discrepancias, no podía tratarlas a punta de bayonetas como lo hizo. La represión no pudo contener a los criollos y el 27 de febrero de 1844 surgió con ímpetu irreversible la Republica Dominicana. Hérard trató de fulminar el estallido a tiro limpio, fue imposible a la postre resultó derrotado. Con graves disidencias internas, los haitianos solo al año siguiente trataron de incursionar de modo fallido en el nuevo territorio independiente.
Entretanto en la nueva República también se suscitaron graves contradicciones, que la historiografía oligárquica siempre ha minimizado. Los afrancesados, lograron controlar la Junta Central Gubernativa e intentaron a partir del 8 de marzo de 1844 suscribir un acuerdo con el Gobierno francés que incluía un protectorado como primer paso para una anexión, y la entrega a perpetuidad de la península de Samaná.
Los afrancesados se tropezaron con la acción político-militar de Juan Pablo Duarte, quien logró derrotarlos en una asamblea popular celebrada el 26 de mayo en la Plaza de Armas (Parque Colón). Revés que no quisieron aceptar, lo que conllevó a Duarte a encabezar el golpe de Estado revolucionario del 9 de junio contra la pandilla parricida. Aquí de nuevo Duarte es calumniado y precisamente acusado de racista enemigo de los blancos, cuando el cónsul francés Saint Denys dijo que solo se apoyaba en los soldados negros que dirigía José Joaquín Puello:
Puello y Duarte, mal vistos por la población y los notables, no tienen más apoyo que el de los oficiales que le apoyan una centena de antiguos esclavos quienes creyendo amenazada su libertad por los blancos, se hicieron sus séquitos y se convirtieron en una especie de guardia pretoriana ávida de sangre y pillaje”. (Correspondencia del cónsul de Francia en Santo Domino, 1844-1846. Emilio Rodríguez Demorizi, editor. Mu-Kien Adriana Sang, traductora. Colección Sesquicentenario de la Independencia Nacional. Santo Domingo, 1996. T. I p. 140).
Ante la desidia de Puello los anticolonialistas fueron derrotados en el plano militar. Desde el ámbito político se preservó la decisión de la asamblea del pueblo de no ceder Samaná a Francia, para constituir allí una especie de “Guantánamo francés”. Santana desenmascarado como afrancesado, siguiendo el rol de las calumnias para cubrirse acusó a Duarte de “colombiano”. Antigua imputación de los haitianos a los oligarcas liderados por Núñez de Cáceres, que se oponían al movimiento antiesclavista de la frontera Norte del 8 de noviembre de 1821 y se inventaron una supuesta república colombiana para justificar mantener la esclavitud, amparándose que en La Colombia todavía existía esa sumisión. (Emilio Tejera. Historia patria. Documentos históricos del archivo de Duarte. Clío. Academia Dominicana de la Historia. Santo Domingo (C. T.), 1936. Núm. 21 p. 67).
Duarte desterrado al margen de las disensiones ora Santana, ora Báez, cuando se produce la anexión a España, proclama que llegó la hora de volver en su rol anticolonial y regresa a enfrentar con las armas la anexión. Solicita en tres comunicaciones a Pepillo Salcedo, presidente de la república en armas (rancio baecista, por lo tanto enemigo de las ideas anticolonialistas de Duarte) que le permitiera integrarse como un simple soldado. Salcedo le negó ese derecho y lo envió de nuevo al exterior so pretexto de ocupar un cargo diplomático. (Rosa Duarte. Apuntes de Rosa Duarte. Archivo y versos de Juan Pablo Duarte. E. Rodríguez Demorizi, C. Larrazábal Blanco, y V. Alfau Durán, editores. Instituto Duartiano. Santo Domingo, 1970. pp. 109-111).
No es fortuito que la prensa ministerial española lanzara una andanada de denuestos contra Duarte por su intento de integración a los combatientes Restauradores, como se recogió en el Diario de la Marina editado en La Habana, y los madrileños: El Contemporáneo, La Epoca, El Clamor Público, La Correspondencia de España, La España, y los de Barcelona: La Corona y El Lloyd Español. Publicaciones aparecidas en el lapso del 21 al 23 de abril de 1864. En la mayoría de los casos reprodujeron el artículo difamatorio aparecido originalmente en el Diario la Marina, redactado por el muy funesto Manuel de Jesús Galván. Esa embestida contra Duarte no fue espontánea, conocían su condición de intransigente combatiente anticolonialista, que podía estropear los planes fementidos que cabildeaba Buenaventura Báez en Madrid.
Más adelante, mayo-junio de 1864 cuando el movimiento restaurador se encontraba en graves dificultades logísticas, Salcedo insistió en aceptar la infamante propuesta del gobernador hispano José de la Gándara, de rendirse y esperar un supuesto plebiscito que decidiera el destino del país. Por esa actitud harto sospechosa de vacilación fue derrocado y fusilado, llegó un Gobierno revolucionario encabezado por Gaspar Polanco, que en tan solo 90 días cambió el curso de los acontecimientos y forzó a las autoridades coloniales en Madrid a discutir abandonar el país ante la derrota inminente. No es fortuito que Duarte se solidarizara con este régimen revolucionario cuando le participaba a Manuel Rodríguez Objio, ministro del exterior:
[…] quedo impuesto de las razones del gobierno respecto de su conducta con los traidores, y no puedo menos que decir a usted que mientras no se escarmienten a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones: el Gobierno debe mostrarse justo y enérgico en las presentes circunstancias o no tendremos Patria y por consiguiente ni libertad ni independencia nacional”. (Rosa Duarte. Obra citada. pp. 259-260).
Para 1866-71 cuando Báez de nuevo introducía al escenario nacional su marcado interés de desaparecer la República Dominicana, tratando entonces fuera absorbida por los Estados Unidos, Duarte insistía en la lucha por la patria libre de toda potencia colonial:
Si después de veinte años de ausencia he vuelto espontáneamente a mi Patria a protestar con las armas en la mano contra la anexión a España llevada a cabo a despecho del voto nacional por la superchería de ese bando traidor y parricida, no es de esperarse que yo deje de protestar (y conmigo todo buen dominicano) cual protesto y protestaré siempre, no digo tan sólo contra la anexión de mi Patria a los Estados Unidos, sino a cualquiera otra potencia de la tierra, y al mismo tiempo contra cualquier tratado que tienda a menoscabar en lo más mínimo nuestra Independencia Nacional y cercenar nuestro territorio o cualquiera de los derechos del Pueblo Dominicano”. (Rosa Duarte. Obra citada. p. 263).