Si desde su más temprana edad, la vida del Doctor Tejada Florentino fue un ejemplo cabal  de sacrificio y entereza ante los impenitentes rigores de la adversidad y un admirable paradigma de servicio y entrega a sus semejantes, estas singulares condiciones actitudinales se agigantaron y dimensionaron a niveles insospechados, ya  cautivo en la degradante mazmorra de la 40.

Diversas fuentes históricas, tanto orales como escritas, testifican en aquellos momentos finales de su existencia,  la actitud gallarda y viril del Doctor Tejada Florentino ante Johnny Abbes Garcia, paradigmática encarnación del sadismo y la vesania de la tiranía, al momento en que ambos se encontraron de frente, el primero en su actitud de irreductible dignidad ante la degradación y la vileza; el segundo, en pleno ejercicio del siniestro rol que personificara en aquella articulación macabra de ignominia y atropello.

Pero más aún, alecciona y sobrecoge, en aquellas horas decisivas, la singular manifestación de humanismo y fidelidad al juramento hipocrático del Doctor Tejada Florentino, cuando camino al patíbulo, pide su botiquín de médico para auxiliar a su compañero de prisión y de ideales Alfredo Bergès, moribundo por un shock cardíaco tras la andanada de corrientazos sufrida en la silla eléctrica.

Por considerarlo de interés para el tema que nos ocupa, el autor de esta columna ha querido recoger, a continuación,  un trabajo poco conocido titulado “Las patrióticas palabras del Dr. Tejada en “La 40”, publicado por el periódico 1J4, vocero del 14 de junio, en 1962.

En el mismo, como podrá advertirse, se recogen incidencias importantes- se asume que con base en los testimonios aportados por los propios compañeros de prisión- de lo ocurrido en aquellas horas dramáticas, en que se puso en evidencia la madera de héroe del Doctor Tejada Florentino.

En el caso del diálogo sostenido por el Doctor Tejada Florentino  con Johnny Abbes, que en el referido texto se consigna, más allá de la literalidad o no de las expresiones recogidas, no cabe duda de que en las mismas se evidencian el  carácter y arraigadas  convicciones  políticas y libertarias de este gran dominicano, merecedor de la gratitud y el respeto perenne de todo buen dominicano.

“Las patrióticas palabras del Dr. Tejada en “La 40”

En su lenguaje burdo y cuartelario, Abbes preguntó a Tejada Florentino: “ Y tu degraciao, porque compirate?, a lo que el digno interrogado, con natural serenidad exclamó:

-“Porque independientemente del crimen, el terror y la ignominia que representa este régimen y de la ambición y egoísmo del déspota que junto a su camarilla de la que ustedes son una parte, maneja este país como un ganado.

Conspiré, como usted dice, porque existe una corriente revolucionaria no sólo en la República Dominicana sino en América, y nosotros no podíamos sustraernos a ella.  Es una madrugada que como preludio de un amanecer de redención definitiva tiende a extinguir la miseria y la opresión a que viven sometidos todos los pueblos latinoamericanos”.

Los hombres que estamos en contacto con nuestros campesinos, que hemos llorado junto a ellos su tragedia, que somos testigos de su agonía contemplando cómo se les mantiene en el más espantoso abandono y en la más cruel miseria; no podemos permanecer indiferentes sin hacernos reos de un crimen de lesa Patria. Porque con sus fuerzas se enriquecen unos pocos, que tradicionalmente se traspasan ese derecho de padre a hijo, explotando nuestros hombres del campo inmisericordemente.

Y a los obreros, de donde yo procedo, se les han negado sus más elementales prerrogativas, y languidecen absorbidos por el mercantilismo de los monopolios que impiden que ningún sector de la economía nacional se desenvuelva con la libertad que corresponde a todo país civilizado, donde estén consagrados y se respeten los derechos individuales, que enmarquen el disfrute de una sana convivencia social.

Sólo así con ustedes ¡Hombres-Bestias! puede detenerse un pueblo, una época. No me sorprende la inhumanidad de todo este cuerpo represivo, al que ustedes sirven, por ignorancia unos,  otros por “estomaguistas”, defendiendo una posición que disfrutan gracias a este servicio de verdugos que desempeñan. Y otros los peores, como usted, (señalando a Abbes García) que habituados al crimen ubicaron definitivamente sus conciencias, creyendo que la seguridad de una posición pasajera que le proporciona este bajo servicio, podrá perpetuar sobre la sangre y el dolor  de este pueblo un imperio de negación y de barbarie.

Esta corriente de reivindicación americana, es incontenible. Y aquí, en la Republica Dominicana, será insuficiente todo este equipo- indicando con las manos esposadas, la silla eléctrica, los azuzadores, los vergajos y garrotes que había en derredor-. y la técnica del arte vil que ustedes sirven, para frenar un imperativo histórico, que nos tiene frente a la inaplazable necesidad de urgentes y radicales reformas, que por encima de cien Trujillos, cien servicios de seguridad, cristalizará sobre estos pueblos irredentos de América.

El Doctor Tejada con su vista fija sobre aquellos que a su lado parecían estatuas de un museo del infierno, habló sobre su ideario político extensamente. Los verdugos estaban atónitos, confundidos ante la brillantez de la exposición de aquel hombre, que con el cuerpo destrozado, las  manos atadas y viviendo el calvario de aquellos momentos, erguido, sereno y decidido, era una antorcha de verdad, que no pudo apagar el vendaval de aquellas torturas y la desesperación de aquel ambiente.

Los caliès no estaban acostumbrados a oír confesiones tan responsables. Lo normal, lo prudente era negar siempre, hasta que el cuerpo resistiera las torturas.

Con los brazos cruzados

Todos los que vistiendo un uniforme o civil se encontraban en la sala estaban con los brazos cruzados. Nadie había vuelto a encender un cigarrillo. Johnny Abbes, por la saeta fulminante que le lanzó el Doctor, rompió aquel ensimismamiento colectivo de todos los torturadores reunidos. Y dijo dirigiéndose a  Manuel:

Así dicen estos traidores que aquí no hay democracia, y mira como los dejamos hablar”.

Inmediatamente, Luis José León Estévez, colocado detrás de Candito Torres, hizo una señal con el brazo derecho, tras la cual saltaron dos jóvenes vestidos de civil sobre la sangrante humanidad del Doctor, pateándolo y estrellándolo contra la pared. Los golpes siguieron durante algunos minutos y sólo se escucharon las voces de los torturadores diciendo sus naturales improperios.

Johnny Abbes dijo:- “ta bueno ya” – échalo pa cà. Y agregó: Mire doctor to el que viene aquí hablando pendejà se jode”. ¿Usted cree que esto lo tumban con la boca. Váyase al monte. Ahora hemos afianzado a Trujillo 30 años más en el poder”.

Manuel parecía insensible y con su naturalidad característica, sonrió levemente al terminar Johnny Abbes su arenga y respondió:

Yo sè coronel que usted sabe que está equivocado, pero le falta valor para ser sincero. Ciertamente, por eso es criminal, por cobarde”.

Johnny Abbes dio la espalda.  Estaba electrizado frente a aquel hombre inconmovible y no pudo más que decir:

¿Cómo un hombre como Usted, tan inteligente, no se puso al lado de Trujillo? Hubiera sido a este tiempo secretario de salud, cuando menos.

“Somos irreconciliables”.

Manuel, consciente de su predominio absoluto sobre todos estos hombres dijo:

De ninguna manera. Trujillo y yo somos irreconciliables. Él es un ser si acaso puede llamársele así, totalmente deshumanizado que sólo sabe sojuzgar. Yo en cambio soy un hombre humilde que sólo he nacido para servir”.

Jamás pensé que usted fuera capaz de creer que un hombre como yo aspire a la holgazanería burocrática de una secretaria de estado. No, no estoy luchando pensando en recompensa. Lucho con total desinterés por la redención total de mi pueblo. Un hombre como yo, que a quien le limpié los zapatos, le vendí un periódico, le hice los muebles, le toqué una fiesta como Director de la Banda de Música de mi pueblo o le di una serenata, también tuve la satisfacción de prestarle mis servicios médicos, un hombre así, no puede aspirar más que a seguir sirviendo a su pueblo”.

Es por eso que usted me ve con esta serenidad y esta resignación sabiendo la muerte que me aguarda. Porque hoy llega a la culminación mi vida. Y me siento satisfecho de morir decorosamente luchando por la salvación de mi patria”.

Bueno, bueno, dijo Johnny Abbes turbadisimo. “ Se acabó esta vaina. Tránquenlo a to”.

Hasta ese momento los compañeros que alrededor de la casilla de interrogatorio escribían sus declaraciones, habianse detenido. Mientras Manuel hablaba, todo fue un silencio asombroso. Al terminar, los caliès, que observaron aquello con una gran impresión se mordían los labios, daban paseítos y se miraban sin hablar. Frente a esta situación Johnny Abbes tuvo que repetir:

-“Carajo, dije que tranquen a to el mundo”.

Los detenidos que estaban en el patio fueron llevados a sus celdas.

El día 23 de enero, en una de las cárceles de La 40, se oyeron repetidas voces y un ruido constante hizo que el abominable Dante Minervino tuviera que ir alarmado a la celda de donde procedía.

Allí estaba Manuel encerrado con las esposas puestas, pateando los hierros para que vinieran y cuando el Capitán abrió la puerta, exclamó: ¿Qué pasa?

Manuel respondió exaltado: “aquí hay un hombre muriéndose. Mi botiquín está en la oficina, vamos conmigo a buscarlo para ponerle una inyección a este compañero. No se puede dejar morir”.

Era tal la personalidad de Manuel que esa fiera que se llama Minervino abrió la puerta sin decir nada y llevó al doctor a buscar el maletín.

Al regresar a la celda, les dio unos masajes a su compañero y lo inyectó, estando aun con las manos esposadas. Ese fue su último servicio. Nadie de sus compañeros volvió a verlo.

Y desapareció para siempre este ejemplo de virtud y de heroísmo que como él mismo dijo fue un hombre humilde, nacido para servir”.