Hace unos cuantos días se fue a la Casa del Señor nuestro muy apreciado y admirado Dr. Jorge Gobaira. Él fue mi médico por muchos años. Lo conocí, si mal no recuerdo, en el 1996 un año muy significativo para mí desde el punto de vista profesional y personal. Eran tiempos de gloria, de muchos afanes y de grandes hazañas, pero como nada es perfecto, siempre hay ingredientes de tristeza, de enfermedad y de incertidumbre. A propósito de lo último es que me encuentro con este eminente galeno. Desde que entré a su consultorio todo comenzó a fluir. Llegaron ráfagas de esperanzas ante lo desconocido. Me sentí con seguridad y con mucho apoyo frente a su sabiduría y su acrisolada experiencia. Un cibaeño de pura cepa con quien podía entenderme hasta con las expresiones y con la i en el medio de nuestras conversaciones, lo cual me producía más confianza.
Sabía de él que si no era el mejor era uno de los mejores reumatólogos del país, pero también sabía, lo que me dio aún más confianza, que era el hijo del que fue el síndico de Santiago más destacado y querido por su sencillez, probidad y honestidad, el abogado llamado Dr. Jorge Gobaira, que mi suegro amado (e.p.d.), Don Juan Isidro Moreno, habiendo sido por más de 20 años, el Secretario General del Ayuntamiento de Santiago, lo conocía de fondo y lo admiraba por su ejemplar desempeño y por su calidad humana. Siempre hablaba de él.
Parecería que con tantas muertes en estos tiempos pandémicos, no nos puede impactar la partida de alguien que no se trata contigo en la intimidad y que tan solo tiene una relación de médico a paciente, pero no. Cuando supe que el Dr. Gobaira murió, aún a sabiendas de que estaba enfermo, sentí una profunda desolación y es que cada ser tiene su impronta, tiene su no sé qué que llega al alma y a la vida de cada persona, de una manera especial. Él era un robledal, sencillo, sincero, hasta duro a veces cuando tenía que decir la verdad, no envolvía situaciones, pero siempre encontraba posibilidades y siempre eran certeras.
Creo que los dominicanos debemos reconocerlo, destacar su trayectoria y encumbrarlo como un médico ejemplar. Intervenía y convivía con el dolor de la gente y no se volvió indiferente. Siempre atendía al paciente con interés y consuelo sin añoñarlo, aún después de haber perdido su voz. Era alegre y gracioso, siempre reía cuando le visitaba, no una sino varias veces.
Quiero decir a su esposa, a sus hijos, a su nietos, a sus hermanos y a toda su familia, que en mi entorno lo quisimos mucho incluyendo mi esposo, mis hijos y mis hermanos. Que su historia de médico es hermosa y que nosotros, todos sus pacientes estamos muy agradecidos de él. Doy gracias a Dios por su vida y agradezco todo lo que hizo para amainar o curar el dolor en mucha gente. Que este sea mi testimonio de aprecio y agradecimiento para sus seres amados. Mis condolencias por su partida física. Dios lo tenga en la Gloria. Tengo la esperanza de volver a encontrarlo.