Visión de la sociedad dominicana

A partir del análisis de las revueltas en los inicios del siglo XX, Francisco Henríquez y Carvajal (FHC) depara su perspectiva de la sociedad dominicana. Contrario a la visión de Hostos, para quien el sistema jurídico debía estar en consonancia con la sociedad e implicaba resolver la disparidad entre el orden social y el orden político, FHC percibió un hiato entre una parte de la sociedad, que poseía una noción de derecho más o menos definida y el estado anti jurídico del pueblo que lo conceptúa como “empirismo”, que a la vez servía de pauta a los gobernantes y que a su juicio era la fuente de donde se habían originado dos formas alternativas de una misma enfermedad: la tiranía y la revuelta. El historiador Raymundo González ubica la matriz de esta formulación en el iusnaturalismo.

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Dr. Francisco Henríquez y Carvajal. Fuente: Archivo Andrés Blanco Díaz.

Los Gobiernos, dice FHC tienden hacia la concentración del poder, a la tiranía, mientras la tesitura del pueblo era oponerse a dicha concentración, es decir, a la revuelta. FHC valora como anti jurídicas ambas tendencias. Esta condición anti jurídica del pueblo incentivaba todas las desconfianzas, generaba una desconfianza mutua, una “recíproca suspicacia”, entre Gobierno y pueblo, y, por tanto, las tiranías de más larga duración eran las mejores acatadas debido a que el pueblo llevaba en su conciencia el “germen de la tiranía”, y en caso de que se le ofreciera gobernar reproducía ese modo de gobierno que había visto.

FHC considera difícil erradicar este mal. Entiende que solo podría ser superado cuando se reemplace el estado mental empírico de la sociedad, por el estado mental científico, el principio de autoridad por la noción de auto gobierno, cuando se sustituya la concentración, que es la tendencia gubernativa, por la descentralización, o la individualización, que es la orientación social democrática.

Para realizar esta inconmensurable tarea FHC proponía la escuela, el gran motor, el gran transformador: “aprovechemos la escuela y derramemos desde temprano sobre las mentes de nuestros escolares, la fecundante noción del derecho universal”. Sin embargo, más que la escuela proponía educar al pueblo para el ejercicio constante de las instituciones. El estado anti jurídico (empirismo) del pueblo, siempre atento y desconfiado, habituado solo a la aplicación de los procedimientos rutinarios, abortaría este ensayo y apostaría al fracaso de quienes se empeñan en aplicar los buenos principios a la dirección de la sociedad, que representan el fundamento de toda sociedad:

En la sociedad dominicana de inicios del siglo XX, FHC percibía la inexistencia de confianza en los principios científicos y únicamente predominaba la voz del interés personal, del caudillo. Y es de este modo que se crean las condiciones para la entronización del despotismo, y la vida de los pueblos oscila entre la tiranía y la revuelta y de una revuelta a una tiranía:

“[…] Y pensar que casa vez que se presenta la ocasión de establecer por la práctica el uso de las instituciones y aclimatarlas en el medio social hasta ahora refractario, los hombres que debían en acción mancomunada, concurrir con todas sus fuerzas a esa obra provechosa, se dividen, se fraccionan, se inutilizan en fin, labrando de ese modo la infelicidad de ese pueblo por cuyas libertades y derechos tantos discursos pronunciaron antes y tantos escritos antes publicaron en los efímeros periódicos”. (Cayacoa y Cotubanamá, p. 34.)

A este último grupo pertenecían los intelectuales, que solo percibían las teorías y habituaron su conciencia a las abstracciones, en tanto, quienes permanecían en el sistema anti jurídico (el pueblo), penetrados de los errores del empirismo político, carente del sentido común o de sentido moral, solo aspiraba a vivir a expensas del éxito personal.

¿Quiénes son entonces los hombres capaces de vivir en este contexto social carente de un sistema jurídico? Pues los intelectuales, los ilustrados, aquellos dotados de la “necesaria templanza”, los que tienen fe en la eficacia de los principios científicos que aplican de forma invariable, y además tiene capacidad para la intelección “clara y completa de los fenómenos sociales”, cuyo análisis pueden realizar de forma imparcial. Estos hombres están dotados de “competencia jurídica” y de una comprensión puntual de la sociedad en que viven, además del “buen sentido” que es capaz de superar todos los obstáculos. (Ibidem, p. 35.)

Insistía en que solo mediante la transformación del medio intelectual a través de la enseñanza de la buena doctrina podía el pueblo superar el empirismo gubernativo, la cual no debía quedar circunscrita a los principales centros urbanos. A la par con la enseñanza debía ponerse a funcionar la palanca del trabajo, de la industria. “Solo cuando haya considerablemente aumentado el poder industrial de la nación, dejarán los hombres de pensar en conspiraciones”. (Ibidem, p. 250.)

Lo que favorece al pueblo

Si bien se FHC expresó en forma negativa acerca del pueblo dominicano, expuso los factores que entendía favorecían su desarrollo. En tal sentido descarta el clientelismo, o “economía filantrópica”, y por el contrario aboga por una economía positiva y batalladora para “crear, crear y proteger lo nuestro” para lo cual resultaba imperativo enseñar al pueblo a trabajar para evitar que sufra hambre. Solo cuando el pueblo produzca entre dos o cuatro veces más podrá pagar para mejorar las condiciones del Estado.

Al igual que otros intelectuales liberales, FHC afirma que el único modo de favorecer al pueblo consistía en enseñarlo a trabajar, enseñándole las más eficaces técnicas para perfeccionar su trabajo y defender su industria y su trabajo de la penetración de mercancías extranjeras. Veía el capital como el “tirano implacable del pueblo”, a quien mantenía en la inferioridad. El pueblo, que no puede hacer ostentación de carrozas, caballos, palacios, suntuosidad y privilegios sociales, no debía pagar tantos impuestos como la “clase privilegiada”. La mejor política que se puede realizar para favorecer al pueblo consiste en defender sus derechos, estudiar, discutir y propagar todas las ideas que al ser llevadas al terreno le puedan rendir cuantiosos beneficios.

El caos caudillista

La temática de la superación de la anarquía caudillista como requisito fundamental para construcción de la nación se convirtió en una constante entre los intelectuales dominicanos.

FHC sostiene que la implementación en la República Dominicana de la nueva enseñanza por Eugenio María de Hostos fue favorecida en sus inicios por el poder centralista y despótico de Heureaux por desconocer a profundidad el cometido final que esta perseguía, pero luego la misma quedó “desmembrada, reducida a impotencia en su parte material, vilipendiada, ridiculizada, parodiada”. No obstante estos embates, y luego de veinte años de su aplicación, dichas enseñanzas habían rendido resultados positivos, que se combinaron con el desarrollo industrial y agrícola logrado por el país, para propiciar ciertos niveles de florecimiento intelectual además de un fecundo auge de nuevas ideas que permitió el desarrollo de avanzadas nociones tanto en las ciencias físico naturales como en las matemáticas.

Esto era una muestra, dice FHC, de que la “onda del progreso universal” se había asentado en República Dominicana. Empero, estima que la obra de Hostos, ejecutada por “espíritus robustos”, no pudo generar a plenitud los frutos que de ella se esperaban debido a que no llegó a generalizarse en la sociedad ni tampoco se consolidó en sus principales centros de acción. Y lo más importante, tampoco alcanzó a disciplinar de forma consistente a los sujetos que en ella se formaron, quienes al involucrarse en la tendencia “impetuosa de los acontecimientos” desgastaron sus energías en vanos esfuerzos y fueron incapaces de hacer más productiva las prédicas de Hostos.

Este limitado progreso intelectual, conjugado con la incapacidad del desarrollo agroindustrial para absorber gran parte de la fuerza de trabajo existente, dio como resultado la existencia de “una masa de ciudadanos que maquina la revuelta, que piensa en la revolución, que forcejea por echar abajo al Gobierno para verse ellos arriba: única aspiración que llena sus espíritus”. (Ibidem, p. 256.)

Para la supervivencia de la nación resultaba imperativo superar esa compleja realidad cuyos elementos resolutivos residían en el logro de un efectivo desarrollo industrial y en el predominio de prácticas legales propias de un régimen gubernativo civil y liberal. Por consiguiente, el país requería que se impusiera el imperio de la ley, así como una organización que trocara en innecesaria la revolución armada y al mismo tiempo propiciara un entorno donde los ciudadanos puedan hacer valer sus derechos, sus aspiraciones y capacidades, ventilar todos sus derechos, sus agravios y todas sus cuestiones, pero sobre todo reivindicar ante los tribunales cualquier derecho que le haya sido vulnerado.