La ofensiva diplomática de Pancho Henríquez

Ante la instalación de un Gobierno militar, el ya destituido presidente Henríquez y Carvajal ordenó a los gobernadores “evitar todo conflicto inútil” y entregar al presidente del Ayuntamiento el gobierno de la provincia. Solo en el trayecto comprendido entre la ciudad de San Fernando de Montecristi y la sección de Guayacanes fueron hostilizadas las tropas invasoras estadounidenses, mediante la conocida técnica de la guerra de guerrilla por orden del caudillo Desiderio Arias, quien luego envió una contraorden para que no las enfrentaran.

La intensa y prolongada acometida diplomática la emprendió el ministro dominicano en Washington, Armando Pérez Perdono, quien presentó una protesta formal ante el secretario de Estado, Robert Lansing, “por las acciones ilegales de las fuerzas interventoras de Estados Unidos en el territorio de la República Dominicana” además de enviar un memorando a otras legaciones diplomáticas en el cual ofrecía detalles de la situación. Antes de ser destituido, el licenciado José María Cabral, secretario de Relaciones Exteriores también remitió una nota de protesta a Lansing.

El doctor Henríquez y Carvajal intentó contactar personalmente a los funcionarios de los Estados Unidos para tratar de persuadirlos de su errada política u obtener de ellos alguna garantía de que el Gobierno militar tendría un carácter transitorio. Sin embargo, pudo constatar el desinterés de los funcionarios en Washington en discutir con él los asuntos dominicanos y solo a través de los periódicos pudo divulgar su posición, aunque de manera parcial, pues estos dedicaban más espacio al inminente ingreso de los Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial.

En los primeros días de enero de 1917, el presidente Henríquez contactó a diversos diplomáticos de Latinoamérica para exponerles la situación de la República Dominicana. Posteriormente, intercambió impresiones con el general MacIntyre del Departamento de Guerra y luego con J. H. Stabler, jefe de la división Latinoamericana del Departamento de Estado. Desde Washington partió hacia La Habana y Santiago de Cuba donde con la ayuda de varios dominicanos allí residentes empezó a organizar la campaña nacionalista que duraría hasta el retiro de las tropas estadounidenses en 1924.

El intenso peregrinar

Aunque con altibajos, el derrocado presidente Henríquez no cesó de luchar por el restablecimiento de la soberanía nacional. Así, y luego de que en noviembre de 1918 se firmara el armisticio que puso fin a la guerra con Alemania, en una reunión convocada por el director del Diario de Cuba, expuso que “la voz del pueblo dominicano debía ser oída, oficial o extraoficialmente, por los plenipotenciarios que habrían de reunirse para estipular las bases de la futura paz del mundo”.

Estas declaraciones del doctor Henríquez tuvieron una gran resonancia pues a partir de ellas se fundaron comités pro República Dominicana en Santiago de Cuba, Guantánamo, en La Habana y en otras ciudades para recaudar fondos para la campaña en pro de la causa dominicana, sobre todo para el vieje de FHC a la Conferencia de Versalles. (Max Henríquez Ureña, Mi padre. Perfil biográfico de Francisco Henríquez y Carvajal, p. 136.)

El propio Henríquez y Carvajal y un grupo de amigos y familiares formularon los principios en que se fundamentaría el accionar del movimiento nacionalista, tales como, mantener una presencia constante en los Estados Unidos, América Latina y Europa; preservar la unidad de los dominicanos, sobre todo en oposición a que se firmara o sometiera cualquier pacto que pudiera legitimar la presencia de los Estados Unidos, como sucedió en Haití; la creación de un directorio para orientar y tres embajadas móviles en Estados Unidos, América Latina y Europa y el establecimiento de una red de juntas nacionalistas en la República Dominicana para recaudar contribuciones para apoyar el directorio y las embajadas. (B. Calder, El impacto de la intervención, p. 272.) Cuba se convirtió en el centro de operaciones del presidente Henríquez y fue el país que mostró mayor muestra de solidaridad a la causa dominicana.

La finalización de la Primera Guerra Mundial generó expectativas en el movimiento nacionalista pues consideraban se producirían cambios en la política de los Estados Unidos hacia República Dominicana. En abril de 1919, con los $20,000 recaudados en Cuba, FHC viajó a París para participar en la Conferencia de Versalles donde presionaría para que se incluyera el caso dominicano en la agenda para las nacionalidades oprimidas. Sin embargo, recibió la información de que la Conferencia había resuelto desestimar cualquier asunto que se hallara al margen de la guerra europea, ya que su objetivo era garantizar a las grandes potencias triunfadoras en la confrontación bélica el pleno disfrute de las conquistas. Su labor quedó limitada a ganar voluntades para la causa dominicana entre los diplomáticos de diferentes países presentes en dicho evento.

Luego de superar varios obstáculos, el presidente Henríquez logró entrevistarse con J. H. Stabler, jefe de la división Latinoamericana del Departamento, a quien le presentó varios memorandos sobre la situación dominicana, pero este se negó a negociar con él y para eludir la confrontación se limitó a decirle que “los asuntos de América debían tratarse en América”.

FHC se mostró cauto en este evento pues pudo haber aprovechado la ocasión para armar un escándalo internacional, como lo hicieron los delegados de Corea y Egipto, y denunciar ante los países del mundo la implantación de una dictadura en la República Dominicana por los Estados Unidos para lo cual hubiera contado con el respaldo de radicales franceses y el gobierno italiano, pero, según Fabio Fiallo, sopesó “las desventajas y calamidades” que tal proceder provocaría y se limitó a contactar de forma individual a las diferentes delegaciones hispanoamericanas para exponerles la situación de la república.

En tres ocasiones el presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, se negó a recibir al de jure presidente dominicano. Solo con la intervención del abogado Horace Knowles, ex ministro de ese país en República Dominicana y la campaña publicitaria desplegada por el semanario The Nation se logró que el Departamento de Estado lo recibiera para exponerle las quejas y aspiraciones del pueblo dominicano. En dicho encuentro pudo comprobar que dichos funcionarios “ignoraban, en absoluto, la naturaleza del régimen a que se nos había sometido, y quedaron visiblemente estupefactos al escuchar de sus labios los detalles que pintaban la irresponsabilidad, la brutalidad y los vejámenes de aquel gobierno de sargentones”. (Fabio Fiallo, La Comisión Nacionalista en Washington, 1920-1921, Ciudad Trujillo, 1939, p. 26.)

A mediados de 1919, gracias a la mediación de diplomáticos latinoamericanos, en especial de los uruguayos, el presidente Henríquez y Carvajal, acompañado de algunos nacionalistas, logró entrevistarse con representantes del Departamento de Estado y del Buró de Asuntos Insulares del Departamento de Guerra, a quienes les expuso que los Estados Unidos carecían de motivos para continuar la ocupación militar, debido que la seguridad del hemisferio no era un tema apremiante y que la República Dominicana se encontraba en condiciones de tranquilidad y prosperidad.

Además, desde 1919 el presidente Henríquez había sugerido al Departamento de Estado, como paso previo a la desocupación y restauración de la república, se levantara la censura y el estado de sitio, se formara una Comisión Consultiva para elaborar las modificaciones necesarias al antiguo régimen político y administrativo que los intelectuales liberales reclamaban desde los años previos a la ocupación militar, a cuya ausencia se atribuían las “sangrientas convulsiones” acontecidas entre 1912 y 1916. Y para acallar las voces de quienes lo acusaban de ser un “vulgar aspirante al poder”, declaró que declinaba el ejercicio de la primera magistratura de la república una vez esta fuera restaurada.

La censura

Desde sus inicios el Gobierno militar impuso una rígida censura en la República Dominicana que extendió de forma progresiva mediante órdenes ejecutivas y decretos e impedía a los nacionalistas divulgar su repudio al ominoso régimen ya que toda publicación que se hiciera debía ser previamente aprobada.

Los supuestos delitos, u ofensas contra el Gobierno militar, que tachaba como “bandidaje” toda resistencia, se ventilaban en las Cortes Prevostales, conformadas por oficiales americanos. El colmo a que llegaron los ocupantes fue censurar un artículo por solo mencionar el nombre del filósofo alemán Emmanuel Kant. (Melvin M. Knight, Los americanos en Santo Domingo, Ciudad Trujillo, 1939, pp. 117-118.)

El Gobierno militar intensificó la censura luego de la celebración de la Semana Patriótica, celebrada entre el 12 y 19 de mayo de 1920, durante la cual se recaudaron $115,000 que le fueron enviados al doctor Henríquez a Washington para continuar su campaña contra la ocupación. Con esta suma, administrada racionalmente, este pudo mantener durante un año las actividades de la Comisión Nacionalista y extenderla a Chile y Argentina en un esfuerzo que fertilizaron el terreno para la restauración de la república.

De acuerdo a Calder el Gobierno el Departamento de Estado estaba convencido de que el intenso activismo preludiaba una revolución, y, por ende, cualquier concesión podía verse como una expresión de debilidad. En tal tesitura, el Gobierno militar arrestó a más de veinte editores, periodistas, poetas e intelectuales, entre los cuales se encontraban el poeta Fabio Fiallo por la publicación de su artículo “Oídme Todos”, Américo Lugo, por un artículo en El Tiempo de Puerto Rico, a Manuel Flores Cabrera, director del periódico Las Noticias y a Horacio Blanco Fombona, editor de Las Letras. Asimismo, apresaron a Luis Conrado Castillo por haber pronunciado un discurso en el parque Colón de Santo Domingo y a los periodistas Luis Emilio Sanabia y Oscar Delanoy por artículos publicados, a quienes se les acusó de haber violado la orden ejecutiva 385.

Empero, el incremento de la presión de los nacionalistas obligó al Gobierno militar a morigerar la censura. Fabio Fiallo, radical poeta nacionalista, resalta que en el segundo semestre de 1920, y los primeros meses de 1921, fueron “el período más ardoroso y emocionante de la lucha contra la Ocupación yanqui”:

“[…] Una falange de oradores y periodistas, henchidos de bélico ardimiento, habíanse lanzado con ímpetu irresistible por las estrechas encrucijadas, sembradas de mortales amenazas que las modificaciones de la censura nos habían entreabierto, para atacar con violencia inesperada los manejos del Gobierno militar hacia el Protectorado y la Anexión, y alentar al pueblo contra toda maniobra transaccionista en que no salieran complementa ilesas la independencia y la soberanía de la nación dominicana”. Para Fiallo los apresamientos fueron “la más resonante victoria del patriotismo dominicano contra la inicua tiranía del Gobierno militar”. (F. Fiallo, La Comisión Nacionalista en Washington, p. 28.)

El doctor Henríquez y el Plan Wilson

El 23 de diciembre de 1920 los Estados Unidos propusieron un plan de desocupación gradual del territorio nacional, escrito por Sumner Welles, que contenía elementos comunes con el confeccionado por FHC, que dio lugar a una oleada de protestas en todo el país y dividió a los nacionalistas dominicanos. Los más radicales, como la Unión Nacional Dominicana, opuesta a toda tendencia transaccionista, lo rechazaron pues entendían que cualquier modalidad de cooperación con las fuerzas de ocupación podía propiciar un compromiso con la soberanía nacional. Otros asumieron posiciones intermedias mientras una minoría lo aceptaba.

Para el presidente Henríquez resultó complicada la diversidad de opiniones debido a que su perspectiva era moderada ya que se hallaba convencido de que los Estados Unidos rechazarían cualquier postura radical. En tal sentido, sugirió a sus parciales estudiar dicho Plan con una actitud abierta y positiva, pero estos se hallaban muy influenciados por la posición de la Unión Nacional, presidida por don Emiliano Tejera, la cual criticaba la posición del presidente Henríquez quien concebía el Plan como paso previo a la desocupación del país por los Estados Unidos.

Esta postura ambivalente de FHC, oscilante entre el Plan Wilson y la asumida por los nacionalistas radicales mermó sensiblemente su liderazgo e influencia al interior del movimiento nacionalista, y lo obligó, afirma Calder, a abandonar a los seguidores que le quedaban, en tanto sus más enconados críticos empezaron a sospechar sobre su persona, mientras Washington lo veía como un negociador poco confiable y con una exigua influencia en su país.