La reacción de Francisco Henríquez y Carvajal (FHC)

A mediados de septiembre de 1889 FHC envió su respuesta al Eco de la Opinión por medio de Salomé, quien, en unión de su hermano Federico, hizo “algunas modificaciones en ciertos puntos que dejaban comprender la susceptibilidad ofendida” para de este modo “tratar elevar tan alto el espíritu que la injuria no pueda alcanzarnos”.

En su respuesta, FHC reclamaba para sí tanto el título de discípulo de Hostos, a quien llama “ilustre pensador” y “benemérito antillano”, como el de su principal colaborador:

“Yo solo me senté en el banco de sus alumnos para oír su abundosa palabra, su sólida argumentación, la encantadora expresión de las más avanzadas doctrinas, sus cursos de derecho constitucional y de economía política; pero sin haber estado siempre sobre los bancos escolares, he podido considerarme su verdadero discípulo y he merecido del gran maestro una carta que, por elogiosa, a nadie mostré nunca, en la cual me califica de su más distinguido discípulo y me juzga la obra más completa de la "Escuela Normal”. (El Eco de la Opinión, 14 de septiembre de 1889.)

En su condición de “discípulo y más activo colaborador”, afirma FHC haber tomado parte en el enfrentamiento contra sectores conservadores de la sociedad dominicana opuestos a la implantación de nuevos métodos pedagógicos y doctrinas avanzadas que representaban el corpus de la escuela hostosiana.

Por tal razón: “Cuando bastó la palabra de Hostos para responder a todo, yo no me mezclé, porque lo juzgué innecesario y porque me juzgué incompetente; pero luego fundé periódicos, pronuncié discursos y propagué con el hecho afectivo, el influjo de nuestra enseñanza; enseñanza que, por lo demás, no es desconocida en ningún pueblo civilizado”. (Ibidem.)

Uno de los tópicos que más hirió la sensibilidad de los normalistas fue la distinción que hizo FHC entre simples alumnos y discípulos de Hostos:

“Hostos ha tenido alumnos que se han llamado sus discípulos, sin serlo en realidad: no han sido más que alumnos. Figúranse que son discípulos, porque han heredado expresiones, giros, locuciones y modo de argumentar, que estropean de la manera más lastimosa y que daría a la escuela el más triste aspecto, si no fuera porque hay otros muchos que la honran. Esos pobres se han figurado ser cada uno un Hostos, y sus acciones resultan desmedidas extravagantes y aún desacreditadoras: No se es discípulo de ese modo; se conserva la independencia personal puesto que cada uno debe ser como es, y luego se ajusta la conducta a la alta moral del gran maestro”. (Ibidem.)

La réplica de Francisco J. Peynado

En un artículo titulado “Justicia” Peynado, formado en la escuela hostosiana, se identificó con las críticas emitidas por Rosendo Verídico contra FHC. Entiende que este “no ha tratado de esconder lo que le convendría que permaneciera oculto” y que cuando buscaba justificación sus propias palabras demuestra lo dicho por Rosendo Verídico. Sobre los “elogios” contenidos en Le Champs de Mars entiende que si los escribió el propio FHC no tendrían justificación posible, y si fue algún amigo del “oscuro estudiante de la calle Mazarinet”, con semejantes ditirambos solo era posible halagar a “enajenados por la vanidad”, y lo escribió alguien que conocía la “vena débil” de FHC.

Peynado critica la aceptación de la beca de FHC para estudiar en París y expone que “el señor Hostos no le ocultó el grandísimo enojo que le causaba la acción de un distinguido discípulo que, después de haber hecho protestas de dignidad, mal alquilaba sus servicios y aceptaba un salario para poder de ese modo ir a París”.

Sostiene que esos simples alumnos que se limitan a imitar al Maestro, a los que alude FHC, han mostrado fidelidad a los principios morales enarbolados por el Maestro y lo han imitado con una entereza de carácter puesto a prueba, con independencia y dignidad y jamás cometieron actos que merecieran su “reprobación”, de lo cual dio crédito el Maestro en “cariñosas cartas paternales”, así como en los últimos exámenes que presidió. Estos “simples alumnos”, afirma, eran hombres convencidos de que jamás traicionarían las ideas que Hostos les inculcó, que sabrán continuar su obra, y que, por tanto, son dignos de llevar el nombre de discípulos.

Estima que FHC no debió expresar en su carta de respuesta tantos conceptos desfavorables contra los jóvenes discípulos de la Escuela Normal pues carecía de las mismas condiciones morales de ellos. “Y ¿puede tenerlas el que cinco días después de revolucionar alardeando de patriota, de radical y de enemigo decidido de la tiranía, aceptó una limosna de ese Gobierno que él llamó tirano?”. (El Eco de la Opinión, 21 de septiembre de 1889.)

La reacción de Salomé Ureña

Para Salomé Ureña el objetivo prioritario de su esposo devenía en concluir sus estudios de medicina, para lo cual le sugería no responder a las “voces descompuestas” que lo insultaban, pues parecían más la obra de un “loco” que de una “persona sensata”. Le reprocha que por hallarse distante le había dado demasiado importancia al “libelista”. Y sobre las críticas vertidas por Peynado en el mismo periódico, las cuales veremos un poco más adelante, le advierte:

“[…] Desengáñate, por más que sea Peynado Normalista, la obra no es de la Normal, es la obra de Heriberto de Castro con quien siempre anda y con el cual se aconseja para hacerte daño. Yo he descubierto en todo ello la intención de mortificarte y de impedir que continúes tranquilo tus estudios y de hacerte de esa manera un daño real. Sigue impertérrito y no vuelvas la cabeza para ver al can ladrando a la luna; esto te haría perder tiempo sin hacerte por eso más digno ni más honrado”. (Epistolario, carta del 27 de septiembre de 1889, p. 176.)

Para Salomé, Federico Henríquez y Carvajal, “hizo mal” en hablarle a FHC de los autores del “libelo” y en estimularlo a preparar su réplica. “Yo lo sabía y nada te dije, porque en realidad creía que no debía dársele ninguna importancia. Yo sé lo que es este país; le gustan los toros y goza con una polémica”. (Ibidem, carta del 28 de septiembre de 1889, p. 177.)

Como expresión de su gran nobleza, Salomé le informa a FHC que una hermana de Peynado cursaba estudios en el Instituto de Señoritas y que la trataba con “más cortesía y complacencia que antes”, sin humillación, con toda la dignidad de su carácter.

Las dificultades con el déspota

La ruptura de FHC con Heureaux se produjo tras el apresamiento, en octubre de 1890, de su hermano Federico Henríquez y Carvajal, quien cuestionó la política económica del déspota desde las páginas de El Mensajero. Los exiliados políticos residentes en París empezaron a discutir fórmulas para combatir el régimen totalitario. En el último trimestre de este año entabló relaciones con el empresario Juan Isidro Jimenes, de gran popularidad en la Región Noroeste, quien buscaba algún medio para derrocar al dictador.

Pedro, Fran y Max Henríquez Ureña.

Desde esa época mantuvo una frecuente comunicación epistolar con Jimenes en la que intercambiaban ideas “sobre el modo de lograr que se le vaya cerrando a Heureaux, en el mercado europeo, el crédito necesario para futuros empréstitos, ya que el sistema de Heureaux acabaría por crear una carga económica superior a las posibilidades económicas de la República y llegaría un momento en que, cerrándole el crédito internacional, su gobierno se vendría abajo”. (Max Henríquez Ureña, Mi padre. Perfil biográfico de Francisco Henríquez y Carvajal, Santo Domingo, 1988, p. 37.)

De retorno al país, en junio de 1891, FHC se entrevistó en Saint Thomas con Casimiro N. de Moya, quien se encontraba exiliado en la isla desde el fracaso de la revolución que encabezó en 1886 contra Heureaux.

Una década difícil

Finalmente, el 6 de julio de 1891 arribó FHC a Santo Domingo desde París donde había permanecido por espacio de cuatro años, no obstante haber acordado con su esposa Salomé que estaría allí solo dos años. Ya para esta época tanto su matrimonio como la salud de la poetisa se encontraban en franco deterioro.

A fines de este año aumentaron las tensiones políticas en el país al presentar Eugenio Generoso de Marchena su candidatura a la presidencia, luego de lo cual es apresado el licenciado José María Cabral y Báez quien desde el calabozo solicitó la asistencia médica de FHC, hecho que no cayó bien al gobierno despótico que de inmediato empleó agentes para que lo hostilizaran en las calles vociferándole ¡Lechuza!, en alusión a pacientes fallecidos en sus manos. Este acoso redujo sensiblemente el número de pacientes que acudían a su consultorio.

El 27 de diciembre de este mismo año, Marchena es apresado y en junio de 1893 FHC protesta pues este requería cuidados especiales de salud y algunos amigos cercanos le advirtieron que su actitud no era del agrado del gobierno. El fusilamiento de Marchena y otros presos políticos se convirtió en el hecho clave que determinó su salida del país, pero el dictador no le puso ninguna cortapisa.

El 27 de enero de 1894, Heureaux le expidió un pasaporte que le permitió viajar a Cabo Haitiano, Haití, donde permaneció cuarenta días y en la segunda quincena de marzo de este año retorna al país ante los quebrantos de salud de su esposa en estado de gravidez que da a luz el 9 de abril de Salomé Camila. Esto es precisamente lo que permite diagnosticar la tuberculosis que la afectaba desde hacía varios años y que se confundía con crisis asmática. (Santiago Castro Ventura, Enfermedades de dominicanos célebres, Santo Domingo, 2a edic., 2004, p. 324.)

Las relaciones de FHC con el dictador Heureaux continuaban cordiales pues en enero de 1895 fue nombrado catedrático del Instituto Profesional y el 30 de marzo este le expide nuevamente un pasaporte que le permitió viajar nuevamente a Haití, retorna al país en agosto, vuelve para Haití el 18 de octubre y permanece en ese país hasta que en abril de 1896 vuelve a Santo Domingo dispuesto a mudarse con toda su familia.

Sin embargo, el estado crítico de salud de Salomé se lo impide y decide que esta permanezca en Puerto Plata para recibir climaterapia, pues en esa época todavía no existían los antibióticos, pero ese tipo de terapia era efectiva para combatir la tuberculosis en su etapa incipiente y ya la de Salomé se encontraba en un estado avanzado. Desde esta ciudad, FHC partió de nuevo a Cabo Haitiano para atender a su clientela.

Para diciembre de 1896 y enero de 1897 empeora el estado de salud de Salomé y es asistida por eminentes médicos Ramón Báez, Salvador Gautier y Juan Francisco Alfonseca, mientras FHC permanecía en Cabo Haitiano desde donde retorna el 7 de febrero FHC para acompañar a su esposa, casi sin aliento de vida, quien a su sugerencia de su madre Gregoria Díaz, y como buena católica, se confiesa con el padre Meriño, se despide de toda la familia y fallece de tuberculosis el 6 de marzo de 1897.