El Informe a la Junta Superior de Estudios (Santiago)

La ciudad de Santiago fue el siguiente punto en el periplo de inspección del maestro Pancho Henríquez y de inmediato dirigió sus pasos al colegio de niñas Santa Teresa, dirigido por Rita Infante. La plantilla profesoral la componían Herminia Saleta, Cristino Zeno, Federico García Copley, padre de Federico García Godoy, y José María Vallejo. Le causó admiración la calidad del material educativo del centro (mapas, globos terráqueos, pizarrones, compases, reglas, figuras geométricas, etc.), pero sobre todo pudo verificar que en el mismo se impartían asignaturas no contempladas en la nueva ley de educación.

Francisco Henríquez y Carvajal (1859-1935). Fuente: Andrés Blanco Díaz.

 

Al igual que en otros centros, en este se daba un predominio de la memorización de los contenidos. «Parecíame que se repetían allí sin comprenderlas las palabras del texto» y para convencerse de ello interrumpió al profesor de cosmografía elemental, e interrogó directamente a las niñas, quienes vaciaron “una respuesta aprendida de memoria”, “recitadas”, pero al explicársele el contenido con el nuevo método explicativo, que las obligaba a pensar, “lo hicieron efectivamente demostrando su mayor capacidad para llegar a ser sólidamente instruidas y gran entusiasmo por el nuevo modo de poner en ejercicio su antes reposado y lento cerebro”.

Maestros y discípulos quedaron satisfechos con la demostración, no así el ilustre inspector, pues comprobó que la utilización del método explicativo no evitaba “los peligros de la recitación”. Aprovechó la oportunidad para exponer “las grandes ventajas” y “los sazonados frutos” que se derivaban de las nuevas prácticas pedagógicas, sin dejar de encontrar resistencia entre los docentes quienes adujeron que “para dar exacto cumplimiento y realizar con amplitud el nuevo sistema de enseñanza se requerían grandes dotes pedagógicos y extensa instrucción”, argumentos que refutó el inspector Henríquez y Carvajal.

Idénticas deficiencias encontró en la Escuela Superior Municipal, pues “no había en el entendimiento de los niños la firmeza que en él se determina cuando se sigue con rigor el método objetivo”. En este centro recomendó modificar el orden de sucesión de las materias que se impartían ya que, mientras por un lado se enseñaba lógica y retórica, por el otro se omitían asignaturas como física, química y ciencias naturales, propuesta que acogió con humildad el profesor cubano García Copley. Al intervenir en la clase de geometría comprobó que los estudiantes “aprendían muchas cosas de memoria”.

En la Escuela Elemental Primaria número uno, dirigida por Juan A. García, constató la ausencia de útiles escolares y al ejercitar en aritmética al grupo más adelantado de alumnos notó “pesadez en los cálculos mentales”, lo cual lo indujo a realizar demostraciones prácticas en la pizarra. De este centro le “agradó en extremo” el empeño del profesor García en la enseñanza de la moral.

La última inspección tuvo lugar en el Liceo del Yaque, empresa familiar del profesor Cristino Zeno. En este centro los profesores utilizaban el método expositivo basado en el cultivo de la memoria en el cual los niños aprendían de memoria sus lecciones, y luego el maestro la explicaba suficientemente. A este método lo denominaban “mixto”, el cual, a juicio de Henríquez y Carvajal, simplemente no existe pues para la enseñanza elemental resultaban suficientes las lecciones orales de los maestros centrados en el propio objeto, en el hecho mismo, en el fenómeno natural que se explica. En los cursos superiores, concluía el inspector, los alumnos requerían de los libros para extraer de ellos la ciencia que buscan.

Becado por Ulises Heureaux para estudiar en París

La colaboración con el Gran Maestro terminó con el viaje a París de Francisco Henríquez y Carvajal (FHC), el 24 de agosto de 1887, a perfeccionarse en los estudios en la facultad de medicina de París ya que se consideraba “un amante casi ciego del estudio”.

Para tal fin el entonces presidente Ulises Heureaux le escribió al ministro Plenipotenciario de la República Dominicana en París para informarle que este iba a “complementar sus estudios”. “El señor Henríquez y Carvajal es una persona digna de estimación, y por su edad, circunspección y carácter lleva el encargo de ser el mentor de los jóvenes” Salvador B. Gautier y Ulises Heureaux hijo. (Max Henríquez Ureña, Perfil biográfico de Francisco Henríquez y Carvajal, Santo Domingo, 1988, p. 21.)

FHC mantuvo una relación compleja y hasta cierto punto ambigua con el presidente Heureaux, que disfrutaba de un poder omnímodo y no se arredraba ante nada, al parecer sintió cierto respeto y consideración hacia su figura, tal vez por su talante de hombre muy ilustrado, pues de lo contrario no le hubiera concedido la beca y menos confiarle la formación de su hijo.

La terrible angustia de Salomé Ureña

La decisión de viajar a Paris era un sueño anhelado desde la niñez por FHC, sin embargo, tuvo implicaciones problemáticas en por lo menos dos sentidos, el primero de los cuales tiene que ver con el virtual abandono y soledad de su esposa Salomé Ureña, quien ya padecía de problemas respiratorios, y debió asumir, bajo la intensa presión de su esposo, el mantenimiento, cuidado de la salud, diversión y educación de los tres niños procreados por el matrimonio: Francisco Nöel (1882-1961), Pedro Nicolás (1884-1946) y Maximiliano Adolfo (1885-1973). Además, debía responder a las periódicas demandas de remesas de FHC de los fondos que generaba el Instituto de Señoritas que dirigía, destinado a la educación de las mujeres.

Al principio la separación de su esposo no le pareció “cosa muy grande”, aunque luego comprendió la enorme dimensión del sacrificio por la magnitud de las angustias que sobrevinieron.

Desde París, FHC mostró una gran preocupación por la educación de los niños y le trazó pautas a Salomé sobre las temáticas en que debían enfatizar, los libros que debían leer y los estímulos para que estos se interesaran por los estudios, sobre todo de Francisco, el peor de los tres, el más indócil y violento, provocaba desórdenes en las aulas y el menos aplicado a los estudios. A Salomé le resultó imposible disciplinarlo y optó por enviárselo a su padre a París.

La poetisa se sintió zaherida cuando FHC le dijo en una carta que, si uno de sus hijos moría, él también moriría:

“Entonces, ¿qué dirá la pobre madre que lucha aquí sola, angustiada, desesperada al más leve amago que se levanta sobre sus hijos? Y si después de todos sus desvelos no pudiese evitar la muerte le arrebatara un pedazo del alma ¿le estaría reservada también la desgracia más tremenda aun de perder al sostén de su hogar, al salvador de las prendas que le quedaran?

¡Ah! Por Dios, si a tanto nos expone el ganar un título de París, vuelve la espalda sin vacilar y regresa al seno de tu hogar huérfano donde te lloran tu esposa y tus hijos. […] “Por eso te dije un día: mi responsabilidad es más grande que la tuya”. Muchas veces he pensado que moriría sonriendo si al llegar tú pudiera decirte: “Aquí están, te los he conservado a costa de mi vida”. Ya puedes, pues, considerar si omitiré medios para impedir que la desgracia me arrebate ninguno”. (Ibidem, 9 y 11 de marzo de 1888, pp. 40 y 42.)

Salomé Ureña (1850-1897).

Posteriormente, y ante el interés de FHC de estudiar botánica, zoología y otras disciplinas ajenas a la medicina, Salomé Ureña lo apremia a culminar sus estudios:

“Pasemos a hablar de tus estudios. Yo aguardaré con paciencia. ¿Qué hacer? Lo que quiero es que no tengas que presentar un examen para ser rechazado y recomenzar de nuevo. […] No pierdas por ahora el tiempo en estudiar lo que no sea medicina. Recuerda que ese es el objeto que te ha llevado fuera de nosotros, y que de repente volverá a apoderarse de nosotros la angustia por un incidente cualquiera, y volverás a no poder estudiar con tranquilidad lo cual ocasionará mayor retardo. A todo trance debes procurar terminar en junio”. (Ibidem, 21 de octubre de 1888, p. 146.)

Sin embargo, la estadía en París de FHC, estimada inicialmente en dos años, se prolongaba cada día más, dilación que provocaba desasosiego en su esposa Salomé pues nunca se imaginó que pudieran ser más. “Ahora resulta que a los dos años no sé todavía ni cuando debo esperarte”, le escribe el 30 de mayo de 1889. Cuando sus familiares le preguntaban cuándo retornaba Pancho ya no sabía qué responder ya que desde hacía tiempo respondía invariablemente “dentro de un año”, pero esto era motivo de burla entre los suyos pues decían que ese año no tenía término.

Los ataques contra FHC en El Eco de la Opinión

En la Ciudad de las Luces, FHC formó parte de la comisión oficial del Gobierno dominicano en la Exposición Universal de París, efectuada entre el 6 de mayo y el 31 de diciembre de 1889, distinción que pudo haber generado envidia o recelo entre la intelectualidad dominicana.

En el marco de esta, la revista francesa Le Champs –de- Mars publicó una breve biografía suya y en ella algunos intelectuales consideraron se exageraba su papel en la reforma de la educación dominicana emprendida por Hostos además de presentarse como el más auténtico discípulo del ilustre pensador y benemérito Maestro, que provocó desazón en el Gobierno que desde inicios de 1888 acosaba al Maestro y su escuela normal, como lo reconoció el propio FHC:

“En las altas regiones de la administración se le detesta, y solo se busca un motivo para echarla abajo. El Instituto Profesional, según Federico, se pondrá en receso. Y yo en todo esto no veo más que un plan. Lo que se quiere es volver al antiguo Seminario, dar definitivamente el aire clerical a la instrucción. Siendo amigo del padre Meriño, se pueden mejor evitar sus golpes que poniéndosele de frente enfrentándolo”. (Ibidem, Carta a Salomé Ureña, 26 de febrero de 1888, p. 31.)

Los embates contra FHC lo encabezó alguien con el seudónimo de Rosendo Verídico, cuyo personaje real no logró identificar Emilio Rodríguez Demorizi en su libro Seudónimos dominicanos (Ciudad Trujillo, 1956). Y mientras FHC se mostraba desconcertado pues ignoraba si procedían de César Nicolás Penson o de Francisco Gregorio Billini, Salomé Ureña le aclaraba que desde el principio sabía que el autor de los ataques era su archi enemigo Heriberto de Castro.

Rosendo Verídico aclara al inicio de sus críticas que su labor no se enmarcaba en el “ensañamiento personal” ni en el deseo de provocar disgusto sino “matar de raíz la ya frondosa vanidad que sea por herencia u otra causa cualquiera han adquirido ciertos individuos con detrimento de la verdad y del respeto a la sociedad”. Cuando la “vanidad” y las “pretensiones infundadas” no son refutadas en la sociedad se convierten en “vicios crónicos de funestos resultados”.

Consideraba que la biografía de FHC publicada por Le Champ -de- Mars se hallaba “plagada de errores”. Acepta la idea de que desde muy joven este se dedicó al estudio de la literatura y de las ciencias, cuya vanidad era comprendida por la sociedad de esa época, pero no acepta que se destacara como publicista por artículos publicados en los periódicos del país y de las Antillas y que sus artículos y discursos carecían de mérito y “debieron el favor de ser leídos a su oportunismo”.

Asimismo, rechaza la afirmación de que Hostos formara “una pléyade de instituciones y cambiara en el país las doctrinas pedagógicas. Además de que FHC no fue colaborador de Hostos sino su discípulo y un “mal discípulo” porque, en vez de aprovecharse de las sabias lecciones que de todo le prodigaba el maestro, cometió cosas que reprueban toda conciencia recta”. (El Eco de la Opinión, 29 de junio de 1889.)