A los humanos nos gusta registrar nuestra presencia, captar la realidad, la vida, en imágenes imperecederas. No sólo nos interesa la percepción individual de lo que somos y de lo que nos sucede como individuos, sociedad e incluso como especie. El interés siempre ha sido el mismo, representarnos. Pero, nuestra forma de auto representación cambia según las circunstancias, los contextos culturales, sociales, históricos y científicos. En cada época desarrollamos técnicas novedosas de preservar esas versiones de nosotros, de preservar la memoria.
Durante milenios, el dibujo y la pintura fueron las extensiones predilectas de nuestros ojos, los métodos ideales e indispensables de significación visual. Nuestros antepasados utilizaban trazos naturales y tintes sobre las paredes para marcar aspiraciones espirituales, estéticas y también pragmáticas, como aquellos jeroglíficos destinados a influir, con una especie de magia premonitoria, en el resultado de la caza.
Nuestros ancestros imaginaban divinidades, y luego, con intuiciones fundaban religiones a través de las cuales aspiraban trascender a su vez, como imágenes justas de los dioses inventados. De ahí, en consecuencia, sólo tuvieron que dar un paso para enamorarse de sí mismos, de su simple reflejo; cual nos cuenta el poeta Ovidio, en el año 43 a. C, en su poema Metamorfosis, en el que el irresistible mozalbete Narciso se encontró a sí mismo en las aguas del río Cefiso.
Pronto serán dos siglos desde la invención de la cámara fotográfica. Poco tiempo, en realidad; pero sí muchas las historias e influencias derivadas de aquella imagen de 1826 conocida como "Punto de vista desde la ventana de Le Gras", tomada por el francés Joseph Nicéphore Niépce. Para esta primigenia fotografía se utilizó un sistema de cámara oscura y una placa recubierta de betún como material fotosensible. Del mismo modo, en 1838, su compatriota Louis Daguerre, tomó la fotografía que muestra a una persona en el Boulevard du Temple. Daguerre utilizó una exposición de unos 10 minutos en la que, además del paisaje, captó el cielo y la figura de un hombre que se había detenido a limpiar sus zapatos.
Lo cierto es que este producto de la inteligencia y la tecnología, de forma impensable puso en la picota el oficio de los artistas visuales tradicionales, obligándoles a evolucionar y, de paso, posibilitó la aparición de dos nuevas artes: la séptima, el cine y, la que me atrevo a vaticinar como octava arte: los videojuegos. En estos juegos electrónicos, a las imágenes en movimiento, sus creadores han añadido el cambio radical de rol de los diletantes, los cuales pasaron de ser simples espectadores a jugadores, es decir, evolucionaron a personajes en interacción y dinámica simultánea en tiempo real con presencia alrededor del mundddo.
En efecto, cuando apareció la cámara fotográfica, los artistas miméticos, aquellos que creaban sus imágenes observando y copiando la naturaleza como modelo, sintieron incertidumbre. Les inquietaba el hecho de que la cámara pudiera representar la realidad con mayor fidelidad y de forma casi instantánea. Pensaron que su arte había llegado a su fin, pero nada menos cierto.
El mero hecho de que una herramienta simplificara un proceso en gran medida artesanal, que antes requería mucho tiempo y esfuerzo, se convirtió en un poderoso estímulo para que estos artistas y pintores decimonónicos, y más aún los del siglo XX, interiorizaran sus románticas aspiraciones de libertad emocional y expresiva, y las transformaran en manifestaciones originales, es decir, emprendieran búsquedas personales, visiones inéditas apenas intuidas, las que conformaron las vanguardias disruptivas, los "ismos" desacralizadores, a saber: Impresionismo, Expresionismo, Fauvismo, Futurismo, Dadaísmo, Cubismo, Constructivismo, Ultraísmo, Surrealismo, Suprematismo, etcétera.
Así, de la vocación clásica de de crear fielmente, miméticamente, las formas y los colores, una pléyade de creadores irreverentes evolucionaron, empujados por la cámara fotográfica, hacia planos de connotación, sugerencia, conceptualizaciones y abstracciones; hacia un manejo de la luz a través de pinceladas puntuales, fragmentadas. Sin embargo, la influencia fue también en sentido contrario. Pues, el emergente oficio fotográfico heredó de las artes plásticas tradicionales, a la hora de captar una imagen, el conocimiento acumulado acerca de los elementos fundamentales de la composición artística como son: el trazado, especialmente las líneas de irradiación; los elementos geométricos en los que destaca la perspectiva, la regla de los tercios para crear puntos de atención, la proporción áurea o espiral de Fibonacci, la teoría del color, la textura, etc.
En fin que, después de casi doscientos años, este artilugio mecánico, ahora digital, de representación mimética, en manos y ojos sensibles de oficiantes rebeldes, ya también permite, como las artes visuales tradicionales, perseguir con éxito la aspiración estética de captar el alma de las cosas.