El progreso nunca es lineal. La historia nos ha demostrado que avanzar implica, en ocasiones, retroceder. Este fenómeno refleja la naturaleza dinámica del desarrollo humano y tecnológico. Cada avance trae consigo desafíos, reajustes e, incluso, momentos de retroceso que son necesarios para recalibrar el rumbo.

Esta lógica aplica a diversos ámbitos de nuestra sociedad: desde la innovación tecnológica hasta los cambios culturales y económicos. En este proceso, entenderemos que el retroceso no es un fracaso, sino una oportunidad para aprender y construir un futuro más resiliente.

El avance disruptivo de la tecnología

El avance tecnológico ha sido uno de los principales motores del progreso humano. Desde la industrialización hasta la actual revolución digital, hemos visto cómo la tecnología transforma la manera en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. Sin embargo, este avance no ha estado exento de complejidades.

Por ejemplo, la inteligencia artificial (IA), una de las tecnologías más disruptivas del siglo XXI, ha logrado avances significativos en campos como la medicina, la educación y el entretenimiento.

Algoritmos avanzados permiten diagnósticos médicos más precisos, experiencias educativas personalizadas y una interacción más eficiente con máquinas. No obstante, estos avances vienen acompañados de retos importantes. Entre ellos, destacan las “alucinaciones” de los modelos de IA, que generan información incorrecta, y los sesgos inherentes a los datos, que perpetúan desigualdades sociales y económicas.

El retroceso aquí se manifiesta en la falta de confianza de los usuarios, en debates éticos no resueltos y en la necesidad de establecer marcos regulatorios robustos. Estos desafíos no significan que debamos detenernos, sino que debemos reflexionar sobre cómo avanzar de manera responsable.

Digitalización y desigualdad

La pandemia aceleró la digitalización a nivel global, forzando a empresas, gobiernos y ciudadanos a adaptarse rápidamente a un entorno virtual. Desde el trabajo remoto hasta la educación a distancia, la tecnología se convirtió en un salvavidas en tiempos de crisis. Sin embargo, esta transición no fue uniforme.

En países como la República Dominicana, la digitalización puso en evidencia la brecha tecnológica existente. Mientras algunos sectores prosperaron gracias a la adopción de herramientas digitales, otros quedaron rezagados, sin acceso a los recursos básicos necesarios para adaptarse a esta nueva realidad. El acceso desigual a la tecnología no solo refleja las limitaciones de infraestructura, sino también una falta de habilidades digitales que perpetúa la exclusión social.

Aquí, el retroceso nos recuerda que el progreso debe ser inclusivo. No basta con entregar dispositivos; se requiere un enfoque integral que contemple la conectividad, la formación y el acceso a contenidos de calidad. La clave está en utilizar los momentos de retroceso para identificar brechas y construir soluciones sostenibles.

Innovación: ¿siempre disruptiva?

El discurso popular asocia el progreso con la innovación disruptiva, pero no siempre es el camino más efectivo. En ocasiones, las soluciones incrementales o no disruptivas generan un impacto más sostenible. Un ejemplo claro es el desarrollo de modelos educativos adaptativos basados en IA, que personalizan el aprendizaje sin reemplazar a los docentes. Este tipo de innovación no busca destruir lo establecido, sino mejorarlo.

Incluso las innovaciones más prometedoras enfrentan barreras. La resistencia cultural, los costos iniciales y la falta de adopción generalizada pueden ralentizar su implementación. Estos obstáculos no son un motivo para abandonar la innovación, sino para adaptarla a las realidades locales y a las necesidades específicas de los usuarios.

Una perspectiva cultural

El avance tecnológico y social también genera tensiones culturales. La modernización, aunque necesaria, puede provocar un sentimiento de pérdida entre quienes ven sus valores y tradiciones en riesgo. Este conflicto es especialmente visible en la transformación digital, donde la conectividad global homogeniza culturas al tiempo que las redefine.

Max Weber lo denominó el “desencanto del mundo”. Hoy, esa sensación se manifiesta en la tensión entre tradición y cambio. La resistencia al progreso no siempre es irracional; a menudo refleja el deseo de preservar una identidad colectiva en medio de un cambio vertiginoso. Aquí es donde debemos encontrar un equilibrio, respetando los valores del pasado mientras abrazamos las oportunidades del presente.

Ejemplos de la realidad dominicana

El contraste digital en la República Dominicana refleja una desigualdad estructural significativa entre los sectores más avanzados tecnológicamente y las áreas rezagadas.

En el sector financiero, mientras que más de 2 millones de usuarios acceden a servicios de banca digital a través de aplicaciones móviles, provincias como Elías Piña y Pedernales enfrentan limitaciones de conectividad que las mantienen fuera de este ecosistema.

En términos de educación, los colegios privados en áreas urbanas como Santo Domingo y Santiago lograron transicionar rápidamente a plataformas virtuales, mientras que las escuelas rurales dependieron de la radio y materiales impresos, mostrando los límites de los programas de digitalización gubernamental frente a una infraestructura desigual.

Por otro lado, los sectores productivos avanzados, como las zonas francas y el turismo, han adoptado gradualmente herramientas de automatización, en contraste con pequeños agricultores y comerciantes tradicionales que carecen de acceso a plataformas digitales básicas, dificultando su integración en la economía digital.

Este panorama profundiza las brechas socioeconómicas existentes, subrayando la urgente necesidad de una estrategia integral que promueva una inclusión digital equitativa a nivel nacional.

Aprender del retroceso

Los pasos hacia atrás no son señales de fracaso, sino oportunidades para aprender y mejorar, si tenemos la voluntad de reconocer la realidad del ecosistema digital nacional.

En cada retroceso, podemos identificar fallas estructurales, debilidades en nuestras estrategias y áreas de mejora que podrían haber pasado desapercibidas en medio del entusiasmo por el progreso.

Por ejemplo, en la educación digital, los fracasos iniciales en la implementación de plataformas durante la pandemia llevaron a un rediseño más inclusivo y eficiente. En la IA, los errores iniciales de los modelos han generado un debate ético que promete una regulación más responsable.

Resiliencia en el progreso

El camino del progreso nunca será completamente recto. Como sociedad, debemos aceptar que los retrocesos son parte natural del proceso. Cada paso hacia atrás nos prepara para avanzar con mayor solidez, con una visión más clara de nuestras metas y con una estrategia más robusta para alcanzarlas.

El verdadero progreso —me gusta referirlo como Desarrollo Humano— radica en nuestra capacidad para aprender del retroceso, adaptarnos al cambio y construir un futuro que beneficie a todos. Así, el ciclo de adelantar dos pasos adelante y retroceder uno se convierte en una danza constante hacia un mundo mejor. Considéreme un optimista.