Al día siguiente del fallecimiento de don José Bosch Subirats, padre del profesor Juan Bosch, acaecido el 19  de abril de 1963, el entonces  joven político  José Francisco Peña Gómez dirigía otra emotiva carta de condolencias al  líder del partido revolucionario dominicano, a la sazón  presidente de la República.

Bosch y Peña Gomez

Si tras el estilo aflora el hombre, como suele afirmarse, esta sentida misiva pone de manifiesto, una vez más, no sólo el alto nivel intelectual de su  remitente sino también su talante espiritual y  elevación de sentimientos; su empatía y solidaridad ante el dolor; su delicada sensibilidad  para sintonizar con sus semejantes en los momentos más difíciles, condiciones excepcionales sobre la que se cimentó su incuestionado liderazgo,  convirtiéndose en el más grande conductor de masas en la historia política dominicana.

Juan Bosch abraza a Peña Gómez, entonces un joven político.

Compañero Juan:

El vendaval de la desgracia, que ayer apagó uno de los faros orientadores de tu vida, no ha amainado su violencia y hoy, con redoblada furia, ha quebrantado otro fanal de tu existencia.

Mentira parecería, si la amarga realidad no demostrara lo contrario, que a pocas semanas del fallecimiento de tu madre, Don Pepe, tu bien amado padre, no pertenece desde hoy al mundo de los vivos. El destino, que tiempla con el fuego del sufrimiento los caracteres de acero, te ha sometido a esta terrible prueba como para determinar si tus fuerzas son suficientes para conducir el carro de la revolución dominicana sin permitir que se vuelque por un exceso de impulso o se detenga por debilidad o vacilación.

Anoche, mirando por televisión tu cuento “Mal tiempo”, me dijiste que después de escribirlo te diste cuenta de que Venancio y Eloísa representaban a tus padres y que Julián, el perseverante y desgraciado hijo eras tú. No dudo de tu valor y creo que como el joven ahogado de tu cuento, serias capaz de perecer abrazado a la cruz de tu bandera y al estandarte revolucionario que enarbolas antes que permitir que la libertad sucumba doblegada por la tiranía.

Creo, sin embargo, que en la vida real los papeles se han invertido, porque el hijo desgarrado por el dolor ha sobrevivido a sus padres, sosteniendo vigorosamente el tronco de la democracia en medio del rio crecido de las ambiciones y los vientos fieros de la maledicencia. 

Cuando tras de la tempestad venga la bonanza y  ponga  pie en la orilla el tronco de caoba que simboliza la riqueza que allegará tu tierra al término de tu mandato, será el presente con que obsequiarás a la Patria, la única que por el amor sublime que es capaz de inspirar en los bien nacidos puede sustituir la presencia de nuestros padres o de atemperar la obsesión de su recuerdo.

Don Pepe, el albañil laborioso, el anciano bueno que sembró en tu corazón la rosa de la humildad y que en el sosiego de tu hogar te enseñó a amar nuestra tierra y a luchar por sus hijos desvalidos se ha extinguido como el lucero cansado de brillar en la madrugada. Su desaparición ha hecho esta noche de tu vida más sombría.

Ya no hay luces guiadoras en tu rededor. Debes ahora orientarte con tu luz interior en medio de las tinieblas en que estás sumido.

Muchas lámparas que irradiaban luz se han apagado y el humo que exhalan ahora ha hecho las postrimerías de nuestra noche más oscura; pero tras de las sombras viene el día con su diluvio de luz, entonces cuando tu pueblo tenga pan, educación, techo y paz espiritual, cada dominicano será como un farol radiante. Esto no es más que el signo de la agonía de la noche y tú lo has dicho reiteradas veces, repitiendo las sabias palabras del campesino criollo: “nunca es más negra la noche que cuando va a amanecer”.

Cuando Doña Ángela murió te escribí una carta como esta en aquella dolorosa ocasión. Algunos vieron servilismo en mis palabras o el encubierto propósito de lograr una prebenda. Tales juicios, callados o manifiestos, no me intranquilizan ni me conturban. Fui uno de los primeros jóvenes que abrazó con entusiasmo la lucha patriótica bajo la bandera del perredeismo y me tocó la fortuna de luchar a tu lado, aunque en un plano más inferior al tuyo, hasta ver cristalizado el 20 de diciembre.

Creo que si deseara una posición en este Gobierno del pueblo no tendría que arrodillarme ni mucho menos usar frases almibaradas para pedirla: como la tengo ganada, podría reclamarla de pie. Tú sabes, compañero Juan, que el oropel de los puestos no me deslumbra, ni la ostentación oficial me seduce: esas son apetencias habituales en los que nacen para ser esclavos de la etiqueta, de los altos círculos sociales y del champagne, no en jóvenes humildes como yo, decididos a seguir en la brega de mi medio e interesado a servir a la Patria en la medida de mis posibilidades, antes que servirme de ella.

No te he seguido en procura de privilegios ni ventajas; te he seguido porque te veo levantarte a las cinco de la mañana para ir a trabajar como el campesino madrugador que se va al campo al despuntar el alba, macuto al hombro, a ganar trabajosamente el pan de sus hijos, como un padre que busca el bienestar de su casa, sólo que la tuya es una casa grande, en la que vive la gran familia dominicana; te he seguido porque te he visto vivir, tanto dentro como fuera del país, en medio de la modestia y de la humildad.

Cuando tus enemigos vociferaban contra ti sus insultos  y te tildaban de millonario y de latifundista, recuerdo que una tarde mientras descansaba en tu cama me enseñaste tu armario abierto; vi en su interior algunos trajes y dos o tres pares de zapatos. Las palabras sobraban: era todo tu patrimonio. Pero lo importante es que, sintiéndote adentrado ya en el corazón de tu pueblo y presintiendo el triunfo me dijiste que cuando fueras Presidente harías antes de tomar posesión de tu cargo una declaración jurada ante notario que hiciera constar que vivirías de tu sueldo y que no poseerías bienes ni inmuebles.

Así lo hiciste luego para asombro de América donde el poder se considera como medio de enriquecimiento de los que detentan y donde es tan frecuente el espectáculo de revolucionarios aristócratas, de líderes latifundistas y de gobernantes millonarios.

Te he seguido porque, frente a la corrupción proverbial de nuestros mandatarios te he visto resistir imperturbable el encanto de las mujeres y no entregar tu amor más que a la que escogiste allá, en “ La Isla Fascinante” como compañera de tu existencia; te he seguido porque contrariamente al tirano y sus acólitos, que dilapidaban los dineros del pueblo en orgias donde se agotaban las copas rebosantes de champagne, hasta la embriaguez y el desatino, te veo beber agua de coco o el exquisito café dominicano; porque en vez de cobrar un salario lujoso, como compete a tu condición de Presidente, has preferido ganar el sueldo que tenía un subsecretario de Estado durante la tiranía demostrando con ello que la democracia no es una lucha por puestos públicos sino una misión sagrada de servicio a los altos intereses de la nación.

Te he seguido porque a pesar de que has visitado los palacios más importantes de la tierra y has hablado de igual a igual con los personajes más importantes de la política internacional sigues siendo el mismo compañero Bosch a quien una pobre anciana de los campos de Nagua invitó a comerse un sancocho sin que pudieran acompañarte en esa ocasión tus amigos, porque el bohío con el más mínimo esfuerzo se hubiera desplomado poniendo en graves riesgos sus vidas.

Compañero Juan:

Don Pepe ha muerto dejando tras de sí huellas de hondo dolor y dejándote a ti y a tus hermanos en la orfandad. Si las fuerzas físicas te faltan en este momento para continuar tu gran empresa, recurre a tus fuerzas espirituales que ellas son capaces de demoler murallas. Ten fe en tu pueblo y en Dios, que tal como dijo Jesucristo “la fe mueve montañas”.

Te saluda tu amigo.

José Fco. Peña Gómez.