Todos los 16 de febrero se conmemora y se conmemorará la muerte por fusilamiento del comandante guerrillero Francisco Caamaño Deñó recordando las palabras de Ernesto Ché Guevara cuando dijo “A esta guerra se viene a vencer o a morir“, porque la guerrilla no es una guerra convencional y mucho menos aquella que pretende cambiar las estructuras del sistema de dominación. Es una guerra a muerte y eso lo sabía el comandante guerrillero Francis Caamaño y hubiese sido un grave error de parte del entonces Gobierno dominicano dejarle con vida. No es un juego de niños, es un enfrentamiento mortal donde la fuerza de dominación hegemónica decreta la sentencia de muerte desde que se produce el primer choque y desde que se detecta el cabecilla del movimiento. Como fuerza guerrillera, su comandante llega con el propósito de dar un golpe de Estado y eliminar de la faz de la tierra al presidente en cuestión y a su camarilla.
Nueve hombres sin un movimiento local bien organizado y estructurado, que tuviese capacidad movilizadora y con la posibilidad de proporcionarle logística al grupo guerrillero, no tenían ninguna oportunidad para vencer a un ejército bien armado y entrenado por oficiales de las fuerzas especiales yankees, veteranos de la guerra de Vietnam. Con un pueblo políticamente desmovilizado por medidas que mejoraron las condiciones de vida y que despertó expectativas, lo que impediría una sublevación popular, y si a eso le sumamos la atomización de la izquierda revolucionaria se planteaba una situación de vacío en donde cualquier intento insurreccional se hacía inviable e imposible.
En este escenario, la empresa encabezada por nuestro comandante guerrillero fue inútil y políticamente irresponsable porque con su inmolación el pueblo dominicano perdió el liderazgo más esperanzador de sus últimos 200 años, un liderazgo que pudo haber cambiado el perfil político dominicano si se hubiese desarrollado aglutinando simpatías y creando las condiciones para asaltar el poder. Pero embuido por las absurdas ideas foquistas decidió inmolarse en un escenario que tarde o temprano lo conduciría a la muerte.
Contrario al papel heroico ejercido en la Guerra Patria de Abril del 65, en donde su figura alcanzó la estatura de prócer de nuestra independencia al enfrentar con gallardía al yankee imperialista invasor, elevando la contienda al grado de Epopeya Nacional. Ese era el Caamaño que debimos haber tenido en la posguerra contrario a todos los intereses que hacían todos los esfuerzos por evitarlo. Ya no podemos dar vuelta atrás pues la Historia es implacable; solo nos queda emular la actitud, la decisión de defender nuestro terruño contra toda potencia extranjera, sin importar los sacrificios que tengamos que hacer incluyendo lo más preciado de cada ser humano: la vida.
Yo prefiero recordar y enaltecer al Caamaño del 65, que es el verdadero ejemplo a seguir; enfrentar la corrupción, la depredación de nuestros recursos, el entreguismo, la traición, la explotación del hombre por el hombre y la impunidad. Ese debe ser nuestro sendero, emular al Coronel de Abril no al fracaso de Valle Nuevo. Celebrar al Caamaño antiimperialista, al Caamaño defensor de la patria, al Caamaño que luchó junto al pueblo y con el pueblo, no al que vino a morir facilitándole las cosas a los traidores y vendepatria.
No debemos confundir el valor personal de las personas que como Francis Caamaño emprendieron una aventura como la de febrero del 1973 con la responsabilidad que le otorga la Historia a determinados líderes para conducir el destino de sus pueblos. El comandante guerrillero estuvo lleno de valor al igual que los que les acompañaron ese febrero de hace 50 años, pero, lamentablemente, con tener solo el valor no es suficiente para vencer en una acción de tan grande envergadura. Perdimos nuestra oportunidad histórica de cambiar nuestro país para bien, pero no la perdimos solo nuestra generación, no, la perdieron también todas las generaciones de posguerra de abril y contando… Por eso yo celebro y honro al Coronel de Abril y olvido al comandante guerrillero de febrero.